Si quieres conocer la India desde fuera, deslumbrarte con sus magníficos palacios, asombrarte con el despliegue de colorido, saborear su cocina en buenos restaurantes, puedes hacerlo desde la butaca de un buen autobús con aire acondicionado. Quedarás bastante satisfecho de lo que este país puede ofrecer. Pero si eres de los inconformistas, de aquellos que quieren ver qué se esconde tras los bastidores turísticos, si te preguntas donde se asienta toda esa cultura milenaria, el por qué de su espiritualidad, entonces ven conmigo a Varanasi.
En Varanasi el espectáculo está servido siempre que quieras mancharte las manos. En esta ciudad no existen telones que cubran aquellas cosas que no es bueno mostrar al turista. Aquí todos son forasteros y su realidad es tal como se muestra: deslumbrante a la vez que miserable, religiosa y descarnada, espiritual y humana.
Varanasi es quizá la ciudad del mundo donde se representa el ciclo de la vida; donde la vida y la muerte cruzan de la mano sus calles laberínticas y herméticas. Angostos cauces por donde la vida discurre a borbotones, indiferente al hedor que mezcla el orín humano y los excrementos de vaca. Donde se pasea por improvisados estercoleros amontonados en las esquinas donde niños y niñas juguetean desnudos. Resulta complicado abrirte paso entre sus coloridos comercios donde se apaña toda posibilidad de negocio, y en donde sus comerciantes viven día y noche pendientes de vender su mercancía. Hay que esquivar a los mendigos asfixiantes y mutilados, y a los guías, y las motos y los autotrickshaw, los carros de fruta, el intenso olor a refrito que desprenden los kioscos de comida, y a las vacas sagradas que campan a sus anchas escoltadas por un ejercito de moscas.
Cuando traspasas el umbral, la ciudad abre su ventana al sagrado Ganges: y tú, como cualquier peregrino hinduista, bajas las escaleras por cualquiera de los Ghats y te topas con un río santo que tiene el color del café con leche. Te sientas. Hace calor y toda tu ropa está empapada. Contemplas el río y a los numerosos peregrinos que se bañan en sus aguas. No trates de entender nada, no te esfuerces. Todo esta impreso en el lodo que cubre las plataformas. Déjate seducir por el colorido de los saris, de los kioscos de ofrendas florales, de las lavanderas, de las telas extendidas al sol. Déjate cautivar por el chapoteo alegre de los niños de piel de alabastro, déjate conmover por el delicado pudor con que las mujeres se enjabonan bajo las holgadas telas, o por la frescura de los hombres en calzoncillos escurriendo sus ropas sobre las losas.
Y si te atreves a llegar al final, asómate al Mani Karnika Ghats, donde quedarás impresionado con las llamas flameantes de las piras funerarias de los muertos, quienes una vez bañados en el Ganges son tendidos sobre un rimero de troncos para hacer el último viaje hacia otra vida mejor. Imprégnate de su ceniza que parece flotar como un alma sobre los vivos. Graba en tu memoria el olor de la carne quemada. Indígnate en silencio con la función de los intocables, quienes sumergidos hasta la cintura en la orilla del río y provistos de unas redes, se afanan por encontrar entre los restos las joyas que llevasen los muertos y que no han sido devoradas por el fuego.
Todo forma parte de un ritual en que la muerte vuelve a darse la mano con la vida, puesto que para ellos este viaje no es desgraciado, sino una alegría por despedir a un ser querido que viaja hacia otro destino de felicidad cierta. No encontrareis a nadie llorando en estas ceremonias, todo es simple, como el ocaso a ras del horizonte.
Si aún sigues siendo valiente, antes de irte atrévete a entrar en alguno de los edificios abandonados que se alzan junto al Ghats. Allí encontrarás a decenas de moribundos desperdigados por las plantas y escaleras esperando a que llegue su hora.
Es Varanasi una ciudad de extremos, donde unos se empeñan en sobrevivir sobre la miseria y otros llegan para esperar la muerte.
Todas las fotos P.R. |
Pedro Rojano
Punto y Seguido