Ahorita nomás no puedo subirme a un avión. No puedo subirme a nada. Yo voy, no dejo de ir, pero no sirve. No me imagino comprando cojines para mi casa. Los papeles. Malditos los papeles. Siempre esperando encontrar la solución. El semanario del barrio, la publicidad del Mercadona, las revistas de Unicasa, las promesas del BBVA, la parte amarilla del diario del domingo, el del domingo anterior, el de todos los domingos. Yo mando eso ¿cómo le dicen? el Currículum, con alguna mentirita y el teléfono suena y yo voy. No dejo de ir. Busco en el diario. Busco en la ETT. ¿Dónde consiguieron mi teléfono? Otra vez voy, pero ya no me importa, aunque sonrío. Les sonrío a todos como una marioneta. ¿Y cómo sabe este señor que me llaman Mony? «Usted me dice que es responsable y puntual. ¿Y por qué tengo que creerle?». ¡Maldito cerdo! ¿Por qué tengo que creerle yo que su empresa es una gran empresa? Los vecinos me saludan. Los amigos me piden explicaciones «Cuéntame algo» ¿Qué quieres que te cuente? Ni bueno ni malo. Le recuerdo al jefe que debe pagarme, porque el dueño del piso también me recuerda que debo pagarle. ¿Qué me pongo? Otra vez el trajecito negro. Trae suerte. ¿Trae suerte? Ya no usaré más los pendientes brasileros. «La playa está llena. Vente, vente». No tengo ganas. No tengo ganas. No tengo ganas. Me voy a la cama, tengo sueño. ¿Cuántas horas dormí? Todavía tengo sueño. «Vente, vente. Estamos en el chiringuito, frente a Don Paco». No tengo ganas. No tengo ganas. No tengo ganas. Ya les dije, ni bueno ni malo. Miro de reojo. A todo miro de reojo. El escaparate de los zapatos, los bolsos. Odio los bolsos, las pinturas de uñas, los adornos para el pelo. Los miro de reojo. Los vecinos me saludan. Los amigos me preguntan. Los aviones levantan vuelo. Ya no voy a pasear al aeropuerto. Los aviones eran de juguete. Ahora son de verdad. Ecuador está tan lejos. El Pacífico, ¡cómo me gusta el frío del Pacifico!, los tiburones, los islotes, la arena, las tormentas. Aquí no hay tormentas. «Vente, vente. Tómate una cerveza. Dos cervezas. Tres cervezas». Otra vez río como una marioneta y cuento los céntimos ¿Cuánto dijo? ¿4 euros con 30? «No te preocupes mujer, nosotros te invitamos».
Cuentos del taller y de hoy
Foto de Andrea Vinci
De pronto no es muy común tropezarse con un texto que demande a mis axones ir más allá de los confines impuestos por los métodos tradicionales. Con frecuencia me sucede que al iniciar una lectura llevo ya implícita cierta predisposición a las estructuras narrativas convencionales. Algunos escritores en su afán de “originalidad” tratan de modificarlas obteniendo textos incomprensibles. Veo con agrado que este no es el caso. Parece sencillo que el escritor una vez que se ha hecho de una voz propia la inserte en un texto manteniendo una razonable distancia entre sus instintos y su sentido personal, entre la realidad y la ficción. Parece fácil no? pero en realidad no es así… Hay escritores que a pesar de tener una idea son incapaces de plasmarla en un papel y es cuando yo digo: “Si no puedes redactar un pensamiento es que en realidad no tienes ninguno…” para no hacer el cuento largo y no darle más rodeos al comentario debo decir que me gustó tu cuento Andrea.
ResponderEliminarSin más por el momento quedo a tus apreciables órdenes.
Mil gracias, Zaraceno. Este relatillo fue escrito hace mucho años y salió en el primer libro que editó el taller Paréntesis. En realidad no lo escribí para el taller. Fue algo que leí en una cena de amigos y me lo sacaron de las manos y me dijeron: Esto va en el libro. Y así fue a parar allí. Esa es la anécdota. En aquella época escribía más por instinto, y mis textos tenían más frescura, pero también más errores.
ResponderEliminarUn saludo, A.V.