―¡Puta! ―dijo.
La arrastró al lavadero y limpió su sangre. En el balcón del dormitorio observó las mesas amontonadas en la puerta del Nebraska, los restos de comida por el suelo. Intentó encender un cigarrillo y descubrió el temblor de las manos. Un repentino desajuste que le impedía dirigir la llama.
―¡Puta! ―repitió.
Ilustración de Analisa Aza
Miguel núñez ballesteros
concretamente en un enjambre, no. pero sí en un manicomio controlado por sapos paranoicos, que se creen enviados del cielo, capaces de apagar la luz del sol y de justificarlo con aquello de que vivimos por encima de nuestras posibilidades.
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