Puedo encarar este tema
desde el opuesto: la guerra; puedo hacerlo pensando en un estado de consciencia
a alcanzar; y puedo también verlo desde un giro filosófico. La paz como un bien
socio-antropológico o como algo más personal. En general pienso en la
posibilidad real de la paz, y en si entendemos el significado de esta palabra
como algo a alcanzar. El diccionario habla de sosiego y buena correspondencia,
de reconciliación y concordia, de apacible tranquilidad, pero Santo Tomás dice
«Conocer es llegar a ser inmaterialmente
lo otro», por lo cual, si nunca experimentamos la paz, no podemos siquiera
imaginarla. Y la paz se me antoja algo bastante parecido a la felicidad:
esporádico y endeble. No puedo imaginar la paz como un simple pacto, como un
papel firmado entre países o familias, cuando nuestras cabezas neuróticas no
dejan de trabajar, y nuestra frágil memoria desmenuza la historia a su antojo.
San Agustín dijo: «Para la vida, conocer es siempre recordar, y toda ignorancia
aparece en forma de olvido». Y aquí está el dilema: ¿somos capaces de recordar
lo horrible de la guerra, de la enemistad, de la intranquilidad del espíritu
para sólo aspirar a la paz? Me temo que no. Nuestra memoria atávica parece ser
muy débil. En la epigenética viaja el hambre que puede haber padecido un
bisabuelo en una guerra, pero no el alivio en los tiempos de paz. Porque la paz
es un alivio, es un dejar la cruz o como quiera que se llame eso que
arrastramos, es un ¡por fin!
Fotografía de Robert Mapplethorpe
Algunos presuponen que es
necesario conocer la violencia para entender la paz, y que el ser humano es
naturalmente violento. Pero ¿lo somos en realidad? Johan Galtung incorporó dos
conceptos: la Paz Positiva, que es ausencia de violencia, y presencia de
libertad, igualdad y justicia social, y la Paz Negativa, que parte de su
antítesis, la guerra. Curiosamente, hasta hace muy poco, sólo se estudiaba la
guerra. Al estudiar la paz y ver que hubo y hay sociedades que han vivido en
ella, es posible pensar que los humanos somos pacíficos, o nos vamos volviendo gradualmente
pacíficos. Pero la paz no se consigue así de fácil, precisamente porque somos
humanos: egoístas, envidiosos, nacionalistas y con aspiraciones al poder; no
todos, claro, ni en la misma medida. Podemos, tal vez, acudir a la espiritualidad,
(no me refiero a la religión, no hace falta explicar lo que se hizo y se hace
en su nombre), a la conciencia social, a aprehender desde pequeños los
conceptos de respeto, libertad e igualdad. Pero mientras haya un “polémico”,
como diría Heráclito, seremos presas de la anti-paz, que no es lo mismo que
decir que seremos presas de la guerra.
Fotografía de Bernardino Hernández
La ilustración de la paloma pertenece a Kazu Nitta
Andrea Vinci
Punto y Seguido
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