Ocurre a veces. Sin
anunciarse. Pequeños encuentros que despiertan tu interés. Sin planificación,
surgidos de una situación disfrazada de casualidad. Y así, como sin quererlo,
se cuelan en tu rutina y provocan sutiles alteraciones. Son como esa chispa
fatal que inicia el fuego, o quizás como ese parpadeo incrédulo del primer
asombro.
“El protegido” despega a
partir de dos acontecimientos absolutamente reales. Situaciones sin un aparente
valor narrativo que, sin embargo, para personas tendentes al extrañamiento como
el autor malagueño Pablo Aranda, suponen una extraordinaria invitación a ponerse
delante de un teclado.
De esta forma nos explicaba
el autor, el pasado miércoles 10 de Junio en la sala Fnac, el origen de su
nueva novela. Pablo Aranda llegó puntual, pero se quedó al final de la sala
como si su personalidad desdoblada estuviese esperando al autor. Saludó a
varias personas entre el público que llenaba la sala, y es que Pablo debe ser
de esos tipos que se defienden mucho mejor en las distancias cortas, y que dan
una importancia al saludo y al agradecimiento que algunos pretenden pasada de
moda. En la tarima le amenazaba una silla frente a un micrófono. Cuando llegó a
ella, su modestia hizo varios amagos, como si aquella silla esperase a otro,
igual que en una cita de adolescentes. Una vez que tomó asiento, abrigó el
micrófono con su voz impaciente pero agradable, y comenzó a presentar su nueva
novela publicada por Malpaso Ediciones: El protegido.
Una cita en una plaza desconocida y solitaria a la que nadie acude, y la ocasión de acompañar a una amiga que pretendía alquilar su piso. Son las dos situaciones que le hicieron plantearse esta novela. Pablo Aranda la sitúa en la segunda etapa de su carrera literaria. Según nos cuenta, es en esta etapa cuando sus novelas se centran más en la trama y son más rápidas, más cortas.
Una cita en una plaza desconocida y solitaria a la que nadie acude, y la ocasión de acompañar a una amiga que pretendía alquilar su piso. Son las dos situaciones que le hicieron plantearse esta novela. Pablo Aranda la sitúa en la segunda etapa de su carrera literaria. Según nos cuenta, es en esta etapa cuando sus novelas se centran más en la trama y son más rápidas, más cortas.
Más que
hablar, Pablo salta de una frase a otra con habilidad de trapecista. Se cuelga de sus
palabras que van y vienen para encadenar varias historias a la vez. Seguir el
hilo de su conversación se convierte en una atracción de feria que nos hace
vibrar y no perder la atención. Saltamos con él, reímos con él, nos quedamos en
el aire con él. Desbroza la presentación en pocas palabras, y se deja llevar por
divertidas anécdotas que surgieron mientras escribía la novela hasta el
momento en que nos da la oportunidad de plantearle las cuestiones.
Como suele ser habitual en
estas citas, en la sala hay varias personas que se muestran interesadas en el
oficio de escribir. La recurrente pregunta acerca de la inspiración no tarda en
salir, aunque en esta ocasión viene acompañada de una curiosidad. La persona que
se levanta para exponerla se pregunta de qué forma se inspira Pablo a la hora
de ponerse frente a la pantalla en blanco, pero antes de la respuesta del
autor, la mujer que hace la cuestión nos revela uno de sus secretos: poner varias estampas de la Virgen María
y algunos santos junto al escritorio. Pablo Aranda, con evidente asombro, nos
dice que no ha utilizado ese sistema. Como tantos autores, desconfía de lo
que denominamos inspiración. Para él, como para Gabriel García Márquez, la
inspiración llega trabajando. Lo hace en horario escolar, que es cuando puede
estar solo ya que ni siquiera en sus presentaciones de libros es capaz de despegarse
de sus hijos, auténticos guardaespaldas de El protegido. Nos contó que
selecciona una o dos canciones por novela y, antes de comenzar su rutina diaria,
las escucha; luego despeja la mesa y lee las dos últimas páginas. Otro de sus
secretos es hacerse mapas de sus personajes y situaciones. Pero sobre todo, el
gran secreto mil veces revelado está en la corrección que él divide en tres
acciones distintas: eliminar, sustituir y reescribir.
Finalmente se ofreció para
firmar los ejemplares y la cola de lectores no se hizo esperar. Se detiene con
cada lector, pregunta su nombre y se toma un tiempo antes de imprimir su letra
sobre la página interior. No importa esperar una cola cuando sabes que, al otro
lado, no te confundirán con un chasis en una cadena de montaje.
Medí
la casualidad cuando asistí a la presentación de El Protegido, y espero encontrar entre sus páginas esos eslabones que me hacen sospechar que todo está
certeramente encadenado.
Pedro Rojano
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