Subiendo las escaleras, Papá, maestro de ceremonias menguante, nos decía: No corráis, dejadme entrar a mí primero. Yo, con ganas de preguntar: Papá ¿cuántos años tienes? y él, entusiasmado, ignorando mis preguntas: Mira, justo ahí yo escuchaba mi radio galena.
La luz entraba por las persianas y jugaba con el suelo de baldosas hidráulicas, cuadradas, con dibujos geométricos. Yo soñando el suelo de mi propia casa, baldosas hidráulicas octogonales de color carne, tibio en el verano y olvidándome de preguntar cómo es una radio galena.
Mis hermanos desperdigados por las habitaciones como canicas después de una carambola, yo al lado de Papá, mirando lo que él miraba, recordando sus recuerdos, su infancia anómala como todas las infancias.
El suelo a punto de desaparecer y yo sin tiempo para pisarlo despacio y descubrir qué baldosas se movían, como todas las baldosas octogonales que se movían en el pasillo de mi propia casa.
La casa de la infancia de mi padre siempre a punto de desaparecer al otro lado del río y yo sin tiempo de preguntar, todavía cuarenta años después.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
Creo que yo no he llegado a ver una radio galena, pero la antigüa radio de mi casa de la infancia estaba en un tablero bajo de una mesita que se encajaba debajo de la ventana del comedor-estar y la tapaba las faldas de la mesa camilla con brasero. En ese hueco calentito en invierno escuchaba los cuentos de la emisora Radio Madrid "La hora de los cuentos" y a continuación las Aventuras de Diego Valor.
ResponderEliminarAllí debajo sentada en el suelo, veía las luces interiores de la radio que salían a través de un pequeño panel acartonado con agujeros (de ventilación supongo ahora, después de 60 años).
De mucho gusto, amiga.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias a los dos.
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