El diecisiete de
abril, Jueves Santo, murió Gabriel García Márquez. Leo en un artículo de
Baricco dedicado a esta muerte: “Todos morimos, pero algunos mueren más”. Luego aclara que había pensado en esto al ver que las frases de García Márquez "empezaban a
llover por todos lados”. Esta es también la impresión que yo tengo de la muerte
del gran escritor, que no vamos a parar de hablar de él.
En los últimos
años la noticia era su enfermedad. El gran memorioso de las letras, que
escribía desde el recuerdo, que había escrito la historia de toda su estirpe,
estaba perdiendo la memoria. Mi padre llevaba años viviendo el mismo drama y
yo, por entonces, comencé a asimilarlos el uno al otro. Ahora que ha muerto el
escritor, me entero de que nació en 1927, como mi padre, pero mi padre se le
adelantó en la muerte.
Escucho en alguna
parte (sus frases llueven por todos lados, como dice Baricco) que el día que
nació García Márquez caía un fuerte aguacero. Yo he pasado el puente de Semana
Santa luchando con la tos persistente de una bronquitis, recluida en casa y
viendo llover las frases del escritor. El lunes, tras de mi ventana, llueve sin
parar, con furia, como si fuera la última oportunidad para la lluvia. En la
televisión veo caer una lluvia de mariposas amarillas sobre el funeral del
escritor.
Después de estos
cuatro días expuesta al huracán de la muerte de Gabriel García Márquez, parece
que empiece a conocerle un poco más y más allá del escritor empiece a
interesarme la persona que fue. Miro en Internet galerías fotográficas. Gabito
con un año, grandes ojos vivos, medalla y galleta en la mano, tal como paseó
por todo el mundo en la portada de su libro de memorias. Gabo, muy joven,
elegante, de traje cruzado y raya diplomática, corbata y pañuelo asomando del bolsillo,
cigarrillo en la boca. También mi padre fue un joven elegante con traje cruzado
y bigote. El escritor con un ejemplar de Cien
años de soledad haciendo de tejado sobre su cabeza, en la famosa foto de
Colita. O leyendo el periódico en Las Ramblas de Barcelona, con la típica ropa setentera.
Gabriel García Márquez recogiendo el Nobel con pantalón y guayabera de color
blanco. Uno de estos días he visto una entrevista de 1982 en la que le
preguntaban sobre el asunto de la indumentaria que llevaría a la ceremonia. “El
frac es un traje de clase, de una clase a la que nunca he pertenecido y contra
la cual estoy”, le comenta al entrevistador y añade que anda en negociaciones
con la organización del Nobel para que le dejen vestir la guayabera, que la
consideren traje nacional del Caribe, lo mismo que permiten vestir sus trajes
nacionales a indios o árabes. Por si acaso no les convencía tenía una solución
de repuesto: llevar en la solapa del frac una rosa amarilla, “conjuro de todas
las malas suertes que pueda haber”, porque “el frac es un traje que visten los
muertos”. Mi padre también era supersticioso, tanto o más que García Márquez
(nunca vestir de verde, nada de llevar peces a casa, empezar a andar siempre
hacia la derecha y con el pie derecho, talismanes en los bolsillos, gafes a los
que esquivar, días de no salir, números que sumar, restar, multiplicar o
dividir para atraer a la suerte…). Finalmente el escritor vistió la guayabera
blanca. Mi padre también se salía siempre con la suya.
Sigo con las
fotografías. Una de 2003 al modo Einstein, sacando la lengua a la cámara con
gafas de pasta negra. Otra del 2010 en su casa de Cartagena de Indias, pantalón
claro, camisa amarilla y tirando al aire un sombrero de paja. Aunque mi padre
nunca se hubiese vestido así, es la foto que más me lo hace recordar. Otra de
Mordznisky, de la misma fecha, un primer plano del perfil judío que van
adquiriendo casi todos los viejos. La última del 2014, en su 87 cumpleaños, con
una rosa amarilla en el ojal de la americana oscura, con la sonrisa bondadosa
de los que han olvidado casi todo, salvo la memoria de los afectos. Leo en
algún diario que en los últimos tiempos, su simpatía le ganó a su timidez.
Sigo leyendo
artículos, necrológicas, homenajes, mirando entrevistas antiguas, antiguos
discursos. Él era escritor y periodista y esta doble condición le dividía entre
sus deseos de no conceder entrevistas que le restaban tiempo para su vida y la
comprensión hacia los colegas que se las pedían. En una de las que concedió, en
1996 para TVE, Gabriel García Márquez está sentado a horcajadas en una silla
azul claro, con los brazos apoyados en el respaldo. Sonríe mucho. Anoto una de
sus frases: “He aprendido mucho de los que me llevan la contraria”. La
entrevistadora le pregunta si le ha dolido que Bloom no incluyera su nombre en
una reciente lista de los mejores escritores del siglo. García Márquez se pone
serio para empezar a contestar. “Hasta el punto de que no sabía que no estaba”
Ha terminado la frase sonriente. Hablan sobre corrupción, dinero fácil,
drogas…el escritor lamenta que es como una peste que se ha metido en el
espíritu de los hombres, pero que confía en que algún día pasará de moda y se
acabará. Por desgracia, el tiempo aún no le ha dado la razón. Cuenta numerosas
anécdotas: la única vez que vio a Hemingway, en el espacio de tiempo en el que
se cruzaban por la calle, sólo acertó a decir “Adiós, maestro” y Hemingway se
volvió (y García Márquez lo imita dando majestuosidad al gesto de levantar la
mano) y le dijo: “Adiós, amigo”; o la de Japón, cuando le pidió al cineasta
Kurosawa hablar con él para convencerle de que rodara El otoño del patriarca y este le dijo que podían conversar hasta
que llegara el ciclón nº 32, al que estaba esperando para rodar la última escena
de su película y que se retrasaba.
En otra
entrevista para TVE, del año 1982, le escucho hablar de su madre, mujer
supersticiosa y a la que él, de niño, suponía unos poderes sobrenaturales, que
hablaba un castellano lleno de arcaísmos e imágenes y que es de ahí de donde
parte su forma de escribir, porque él creció con ese idioma. Añade que si le
critican que algunos de sus personajes populares hablan como filósofos, como profetas,
como poetas en definitiva, sólo puede contestarles que en el Caribe la gente
habla así.
Cuenta también en
esta entrevista sobre el proceso de creación de sus libros, cómo surgen de una
imagen sobre la que no toma notas, porque si ha de ser un libro crecerá sola en
la cabeza y acabará escribiéndola, transcribiéndola, y que pocas veces se ha
desviado en la escritura del programa original. Trabaja el material hablando
con sus amigos de él y luego se lo da a leer a varias personas y escucha sus
opiniones cambia cosas, pero una vez que ha decidido que está terminado, ya no
cambia ni una coma. Para él la inspiración es el momento en que se produce el
encuentro entre el autor y el tema y la tensión que había entre estos dos polos
se rompe y la escritura se hace fácil.
En un momento la
entrevistadora le pregunta “¿Es verdad que escribe para que le quieran sus
amigos?” y Gabo, divertido (acaba de vivir el boom de Cien años de soledad) le contesta “Se me ha ido un poco la mano” y
luego, serio, “Nunca he perdido un amigo”.
Otra entrevista
comienza con el escritor recitando un poema popular colombiano, lleno de juegos
de palabras: “Ahora que los ladros perran…”. Recuerdo a mi padre canturreando
en francés un estribillo de su infancia, o recitando para sus nietos, patético
y divertido: “…y cuando la hora de los besos llegan, ay, no hay besos para mí”.
Gabriel García Márquez describe el mundo de su primera infancia en Aracataca,
dividido entre lo sobrenatural femenino y la figura concreta de su abuelo, lo
masculino, y la semilla que todo esto supuso para la visión del mundo del Macondo
de Cien años de soledad. También
describe como descubrió a Kafka gracias a un amigo que le prestó un librito
amarillo, La metamorfosis, y cómo al
leer la primera frase se dijo “ah, si esto se puede hacer, me interesa” y que
esta lectura cambió todas las siguientes. Habla también de cómo le influyeron
las lecturas de los novelistas norteamericanos del sur, porque hablaban de
mundos similares y le ayudaron a sacar de las tripas sus propias historias. Me
llamó la atención que dijera que su novela más popular podría haber sido dos o
tres veces más larga, pero que escribió sin parar hasta que se le acabó la
plata. También habla de Crónica de una
muerte anunciada, de cómo tuvo que prometer a su madre que no escribiría la
historia hasta que no muriera la madre del protagonista real, un vecino, para
no perjudicarles. Y que cumplió su promesa y, a pesar de ello, tuvieron
problemas en el pueblo. En este punto García Márquez lee la primera frase de la
novela, complacido y dice “¿No les recuerda al comienzo de La metamorfosis?”.
Sigue lloviendo
la lluvia del escritor. Almudena Grandes cuenta que García Márquez fue una vez
una sorpresa de cumpleaños; Ángeles Mastretta que “todo lo que pasara a su lado
era una fiesta” y que “podía haber cualquier postre si al final le servíamos
helado de vainilla”. Vuelvo a recordar a mi padre, también el helado de
vainilla era su favorito, aunque él le llamaba helado de “mantecao”. Álex
Grijelmo me hace recordar la polémica sobre la ortografía que provocó el
escritor en el Congreso de la Lengua
Española de Zacatecas y busco su discurso, Botella al mar para el Dios de las palabras,
y lo leo, y también las explicaciones que dio a la agencia EFE. Él sólo pedía
“simplificar la gramática y humanizar la ortografía”
Hay dos frases
suyas que siempre me han gustado y, aunque pertenecen a libros diferentes, se
me unen en el recuerdo:
“El mundo era tan
reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que
señalarlas con el dedo”.
“Las cosas tienen
ahora tantos nombres, en tantas lenguas, que ya no es fácil saber cómo se
llaman en ninguna parte”
Recuerdo a mi
padre, con sus supersticiones y su memoria perdida, como García Márquez. Sigue
lloviendo y seguirá lloviendo la lluvia de flores amarillas de los que hablan
del escritor. Él dijo que “lo malo de la muerte es que es para siempre”, pero
también que “mientras haya flores amarillas, nada malo puede ocurrirme”.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
Me encantó Inma, no se parece a ninguno de todos los homenajes que he leído por ahí.
ResponderEliminarMagnífico homenaje Inma!!! Me ha encantado
ResponderEliminarInma, grandioso homenaje. El mejor que he leído en mucho tiempo.
ResponderEliminarGenial Inma, tu manera de contarnos a Gabo.
ResponderEliminarGracias a todos, chicos. La escribí desde el corazón.
EliminarFantástico Inma, me ha emocionado. Deseando releer a Gabo
ResponderEliminarGracias a ti, Sonia. Siempre hay que volver a garcía Márquez.
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