Amenazó tormenta toda la semana. Se escuchaban con coraje los redobles de los pasos. ¿Cuántos metros tenían que caminar para ver las procesiones?
—Siempre lo mismo —decía ella.
—Quiero salir —decía él.
Cada tanto un trueno que no se decidía y las saetas que lloraban a lo lejos. Ella seguía en pijama y en la hoja ochenta de «Una habitación con vistas» odió tambores, trompetas, gritos de la muchedumbre.
Él salía a cada rato por el periódico, el pan, la bollería. Ella encaraba la página cien con las mismas bragas de dos días atrás y las pestañas pintadas desde hacía tres. Se miraba las uñas descascaradas, creciendo a merced de su propia libertad, y no se decidía a despuntarlas con la lima.
Las siestas fueron interminables. Él se acercaba, le hacía cosquillas, le alcanzaba un café bombón. A ella le molestaban las piernas que pesaban toneladas, la cintura hinchada, los brazos por levantar peso en el trabajo.
A pocas calles la gente emocionada gritaba a cristos y vírgenes ese amor incondicional a las imágenes: ¿Qué se le dice al Moreno?, ¡Guapo!, ¿Y quién es el más guapo?, ¡El Moreno!
La lluvia apremiaba y el televisor habló sin parar todos los días. Un constante zapping de Ben Hur a Sevilla. A ninguno de los dos le importó el ayuno y la abstinencia y se hincharon de bocadillos de salami y tartas de chocolate.
Ella pasaba por el espejo apretándose los michelines. Cada tanto se acercaba, se miraba las arrugas, las acariciaba y emitía un débil quejido. Él la abrazaba, le decía que era mentira, que ella era una tonta y se echaba a dormir la siesta a su lado.
Las sábanas y las mantas retorcidas nunca fueron cambiadas. Ni él ni ella se decidieron a coger las migas del suelo. Cuatro días. Cuatro noches. La gente ovacionaba a los legionarios.
Ella se decidía por darle fin a su libro, él por inventar el sol en la playa desierta y el Rico bajaba la mano sobre algún presidiario.
Miró con tristeza la página ciento ochenta y siete y buscó desesperada en la biblioteca. Él no estaba. Creyó haberlo oído decir amigos, cerveza, ¿o tal vez fue cofradía?
Regresó a medianoche y el televisor los continuó meciendo al ritmo del redoble de toda Andalucía. Por aquí lloraban los que salieron. Por allí lo hacían los que no pudieron. Y en el cuarto de ellos el televisor gemía.
—Siempre hay motivo para una lágrima, —dijo el locutor, —con cristos a sin cristos en las calles. —antes de que él apretara el mando.
Fotografías de Dariusz Kilmczak
Punto y Seguido
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