En la primera escena de La Gran Belleza (La Grande Bellezza, Paolo Sorrentino, 2013) el cañón de Giannicolo
dispara su perceptiva salva de fogueo. Este cañón, traído desde el Castel de
Sant´Angelo en 1903 con el propósito de sincronizar las campanadas del mediodía
en todas las iglesias de Roma, está situado sobre una colina, apuntando en
dirección al Tíber. En la última escena de la película viajamos por ese rio.
Una larga toma desde dentro de un barco donde vemos el atardecer de la ciudad.
Entre una y otra han transcurrido varias semanas, quizás meses, en la vida de
Jep Gambardella (Toni Servillo), escritor de una única novela, conversador,
redactor de una revista cultural, bon
vivant indolente, paseante. Entre una y otra no le ha ocurrido gran cosa,
al menos, nada especialmente significativo: ha acudido a fiestas, ha cumplido
sesenta y cinco años, ha hablado con amigos, con conocidos, con nosotros, los espectadores
de su película, ha comido con su editora, ha dormido y nos ha mostrado algún
monumento de su ciudad. Tiene buena voz y simpatía natural, es elegante, se ha
jurado no hacer nada que no quiera hacer, y nosotros le seguimos, queremos
saber qué ocurre o qué va a ocurrir en su vida, y él sabe comunicar, despertar
nuestro interés. Después desaparece, nos deja en ese plano final desde el rio,
el atardecer de Roma, la gran belleza. Nada más y nada menos.
En dos ocasiones menciona a Flaubert
y su intención de escribir una novela sobre la nada y Jep, que siempre se había
negado, acaba escribiéndola para nosotros. No una novela con letras, páginas,
formatos, ortografías, sino otra, la novela, que no se atrevió o no pudo escribir,
sobre la futilidad de la vida, donde detalla ese momento único sin aspiraciones
ni esperanzas, sin sueños ni dudas: La nada.
Quizás también Sorrentino, haya
querido hacer su gran película sobre la nada. Después de los ensayos sobre el
tema que supusieron Il Divo (2008) ―con
Toni Servillo haciendo de Giulio Andreotti como un moderno Nosferatu― y Un lugar donde quedarse (The must be place, 2011) ―donde Sean
Penn imitaba el look de un Robert
Smith pasado de Diazepam― nos presenta su
obra más rotunda y ambiciosa: La nada. Una nada llena de música, de Roma, de
paseos bajo la lluvia, de recuerdos, de Rafaella Carrá, ―aaáh, aaáh, en el amor todo es empezar―, atravesada de mariachis.
Una nada que no nos lleva a ninguna parte, como son todas las nadas del
mundo, como el rio del final, como el disparo del cañón, como los jardines con
estatuas y los personajes que lo habitan, también como estatuas, como las monjas
del convento, o los turistas de la primera escena escuchando a su guía, o como nosotros,
los espectadores impasibles. Una nada que no pretende explicarse y/o
justificarse, sino mostrarse tal cual es. Curiosamente, mientras en las
televisiones y los periódicos de todo el mundo se habla de hambre, de guerras,
de millones de personas intentando dejar atrás las pesadillas para alcanzar un
sueño, aquí nos recreamos en la nada y nos dejamos fascinar por ella: la nada, un
concepto para definir lo indefinible, el lugar donde seguramente fueron a parar
nuestros propios sueños.
También está Fellini. Todo el mundo
menciona a Fellini después de ver esta película. Están sus personajes
estrafalarios: la editora enana, la niña pintora, la fauna de la primera
fiesta, la actitud de los personajes, despreocupada y nihilista, vírgenes, monjas,
periodistas, actrices, escritores, aristócratas, santas, putas, princesas,
magos, vividores, … y también, Fellini,
Otto e mezzo, La dolce vita, Roma, y,
sobre todo, Los Inútiles (I Vitelloni, 1953), la historia de ese
grupo de desocupados y mantenidos que pasan los días en bares y paseos de una
ciudad de provincias y que no aspiran a nada, van y vienen sin apenas moverse
del sitio, dejando que el tiempo los sobrepase y los aniquile, solo uno de
ellos consigue escapar, precisamente a Roma.
En fin, La gran belleza, una hermosa película que no se deja aprehender fácilmente,
como la nada, como el agua del Tíber, como ese beso de una noche de verano en
la playa, miles de años atrás.
miguel núñez ballesteros
Punto y seguido
Magistral reseña. Ya quiero verla. Aunque pienso que a éstos a quienes se acusa de perderse en la nada, se han dejado ir en el todo.
ResponderEliminarFantástica la reseña. Tengo ganas de ver la peli. Me parece que The must be place en cierta manera va de lo mismo, aunque el personaje vive en otra nada, y al final logra salir de ella.
ResponderEliminarMiguel, tus reseñas son fantásticas. Me quedo con la frase: No una novela con letras, páginas, formatos, ortografías, sino otra, la novela, que no se atrevió o no pudo escribir, sobre la futilidad de la vida, donde detalla ese momento único sin aspiraciones ni esperanzas, sin sueños ni dudas: La nada.
ResponderEliminarGenial.
Gracias
me alegro de que les gustara la reseña. la película no acaba aquí, con su aparente sencillez, tiene múltiples lecturas e imagino que cualquier espectador, ustedes mismos cuando la vean, descubrirán un montón de matices, de temáticas y de detalles. eso es lo bueno.
ResponderEliminarEstupenda invitación a La gran Belleza y a la Nada. Gracias, Miguel.
ResponderEliminarHe esperado a ver la película para leer tu reseña. La película me ha encantado. Hace honor a su nombre. Está plagada de planos sugerentes y hermosos, algunos de ellos de una belleza indiscutible, y recrea perfectamente la nada de la que tú hablas. Esa nada fascinante y a la vez descarnada y terrible que os acecha en algún lugar de nuestro futuro. Me he emocionado en algunas escenas de esta película, y me ha encantado. Gracias por la invitación a verla y por la fantástica reseña que resume con maestría la esencia de la película: la Nada.
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