Antes, España era el mapa troquelado de plástico transparente con ríos verdes como el hilo de la canilla de la máquina de coser de mamá, con Portugal incluído (¿por dónde iba a desembocar el Tajo si no?) y Madrid, cabía en la palma de mi mano. Y eso que empezaba nada más salir de Málaga. En el coche, por la carretera de Los Montes, «¿falta mucho para llegar?». Yo, junto a una de las ventanillas de atrás porque me mareaba y mi madre, «asoma la cabeza para que te dé el aire» (antes no existían las normas de seguridad, o no tantas). En Despeñaperrros parábamos para tomar los bocadillos, hacer pipí y echar monedas en la fuente, «nos daría más suerte recoger las que hay, ¿no?». Entre Pinto y Valdemoro comenzábamos a preguntar si veríamos primero La Cibeles o Neptuno y ya dentro de la ciudad, un bosque de balcones hasta llegar a Hermosilla 143, la casa de la abuela. El olor a madera encerada del ascensor, el olor a Economato del Banco de España en el aparador, (botes de espárragos, de alcachofas, de melocotón en almíbar, tabletas de chocolate y dos barras de pan que en Madrid se llamaban pistolas) y el agua del grifo que sabía a hierro y te dejaba el pelo muy liso.
Madrid también era el abuelo con capa española y sombrero cordobés o boina negra (cuando venía a Málaga no se los traía) y una serie de lugares que se me antojaban a dos pasos. La Puerta del Sol (y el kilómetro 0), El Corte Inglés de Goya (las escaleras mecánicas, sobre todo), la mercería de Pontejos (colas interminables para comprar un par de metros de puntillas de encaje o un puñado de botones), Dr. Ezquerdo (se cruzaba por un túnel subterráneo), Callao (los grandes cartelones pintados a mano en los cines), la Casa de Campo, Las Vistillas, el Parque de la Fuente del Berro (¿había pavos reales paseándose?), el teleférico de Rosales (¿será el mar aquel horizonte azul?), el establecimiento La Pajarita (donde se compraban los caramelos de violeta que sabían a colonia), la calle de Alcalá (yo, desojada, buscando a la florista) y el Retiro (el estanque donde paseaba en barca otra gente, nosotros nunca, el Palacio de Cristal y La Casa de Fieras), los bulevares con terrazas para tomar un refresco (la sospecha de que en cualquier momento aparecerían Celia y Cuchifritín, los personajes de Elena Fortún, con sus elegantes padres, para el aperitivo), el Sanatorio de las muñecas, la Plaza Mayor (sucursales filatélicas en mesas plegables bajo las arcadas y bocadillos de calamares), los leones del Congreso, la Torre de Madrid en la plaza de España (todo ocupado por oficinas y despachos), el Bernabéu, calle Fundadores, el Puente de Segovia, Moratalaz, Campamento… y en verano El Escorial y La Granja de San Ildefonso (sí, también La Granja).
Más tarde, Madrid fue el Talgo, la estación de Atocha y la posibilidad de andar de aquí para allá en metro con mis hermanas sin supervisión adulta, el Estudio de mis tíos en el ático de Gran Vía (¿alguien puede imaginar una procesión de Semana Santa a vista de pájaro?) las compras en calle Preciados, el Templo de Deboh (traído de Egipto piedra a piedra), el primer McDonald, el Pirulí al final de O´Donnell, los sándwiches de Rodilla, La Casa del Libro (ocupaba un edificio completo, decían), Colmenar Viejo, el Museo del Prado, VIPS (platos combinados y una tienda de regalos y libros en la entrada), el Rastro y la posibilidad remota de que existiera en el centro la calle Melancolía de Sabina... Madrid cabía aún en la palma de la mano.
Parafraseando a Lobo Antunes «Hoy, si voy a Benfica no encuentro Benfica», hoy, si voy a Madrid no encuentro Madrid. Para empezar, aunque se tarda mucho menos en llegar, está mucho más lejos ¿Y en qué momento La Casa de Fieras dio paso al Zoológico y El Parque de Atracciones a La Warner ? Todavía no me puedo creer que La Granja de San Ildefonso pertenezca a Segovia (siempre me había parecido que estaba en Madrid, habría jurado que estaba en Madrid). ¿Cuándo se jubilaron los de las numismáticas y contrataron a los harekrishna y al payaso para La Plaza Mayor? Se tarda horrores en ir de un sitio a otro aunque sea en el metro (y el fastidio de tanto túnel y tantas escaleras), el Bernabéu no parece tan grande y aquel horizonte azul con la silueta de las torres Kio como un puente levantado para que pasen los barcos, por supuesto que no es el mar. Figurarse que se va a subir uno a hacerse una foto con uno de los leones del Congreso parece un disparate.
Ahora Madrid son otros nombres: el Thyssen, el Reina Sofía, la FNAC en lo que era Galerías Preciados,los Centros Comerciales y los Outlets (¿surgieron de repente, como las setas en otoño?). Madrid son otras calles y otros barrios que dicen que ya estaban: Chueca, Fuencarral, el Barrio de las Letras, el Madrid de los Austrias (me parece que yo había estado aquí ya, pero de otra manera), la Avenida de América, López de Hoyos (la calle donde vive mi hija, ahora más Madrid que ninguna otra calle). De repente algún destello fugaz del otro Madrid: una tienda de enseres religiosos en los alrededores de la calle Mayor, los bocadillos de calamares (ya no tan suculentos), las colas en el Cristo de Medinaceli y en la administración de lotería de Doña Manolita, el estanque del Retiro con gente que pasea en barca (nosotros ahora, tampoco), los bosques de balcones si miro al cielo desde el coche, el sabor metálico del agua del grifo que deja el pelo tan suave… Pero Madrid ya no cabe en la palma de mi mano.
Fotos I.Reina |
Inma es una gozada pasear contigo por Madrid, ya sea en persona o a través de tus palabras.
ResponderEliminarabrazos
Yo he paseado contigo por muchos de esos barrios de Madrid, y hasta nos hemos comido un bocata de calamares. Es curioso como de una misma ciudad, todos tenemos visiones diferentes. Sin duda, me ha gustado leer la tuya. Madrid forma parte de mi familia, como apellido, y fue el destino de mi primer viaje, lugar de conciertos, compras y risas, Km.0, y letra de muchas de las canciones de mi dial. Sin duda, un lugar especial al que me gusta volver al menos una vez al año.
ResponderEliminarHey Inma, buenísimo. Aunque yo creo que hay más destellos del otro Madrid de los que piensas... Al menos, yo me vine a vivir a Madrid en el 97 y lo reconozco en muchas de las cosas que citas: Pontejos sigue ahí (al menos, la última vez que miré, estaba), los caramelos de violetas siguen sabiendo a colonia, el agua sigue dejando el pelo muy liso (a los que aún lo tenéis pasados los 40). Y yo tampoco he paseado en barca en el Retiro (ya sospecho que los que pasean son figurantes) y, como tú, más de una vez me he preguntado, distraído, si aquel horizonte azul sería el mar.
ResponderEliminarEn fin, no sé si Madrid sigue cabiendo en la palma de la mano o no, y supongo que en muchos aspectos habrá cambiado tanto como piensas, pero yo, a pesar de políticos inútiles, disparates urbanísticos, parques Warner de mierda y tantas y tantas gilipolleces de nuestra vida moderna... aún sigo "encontrando Madrid".
Un abrazo
Chicas de PyS, gracias por los comentarios que me habéis dejado. Yo lo pasé en grande en Madrid con vosotras dos y también con Saly y Ximens. Esos bocatas de calamares!!
ResponderEliminarJavi, también disfruté mucho con tu Madrid, junto a Andrés, Inés y Fernando ( y Clara y Dany, of course- parte de mi actual Madrid-). Pues sí, el Madrid de que hablo y que añoro está todavía ahí, a ratos sepultado. Pero asoma la cabeza en muchas esquinas, sobre todo cuando uno lo ando buscando con toda la nostalgia puesta. Solo que estos viajes al pasado tienen el efecto secundario de hacernos sentir en una edad que no nos corresponde ( hasta a los que conservamos el pelo, jeje, aunque sea casi blanco). Un abrazo fuerte...y a ver si nos encontramos por Madrid.
Inma, lo has bordado, el sentimiento te lo suscribo al completo. Nací en Madrid en el 69 y he vivido allí toda mi vida salvo los dos años de Málaga y desde hace otros cuatro que estoy en un pueblo, aunque sea Madrid.
ResponderEliminarHas cogido el sentimiento, has subido unas fotos que me descubro al verlas. No se trata de coba, se trata de que hemos sincronizado lo que parece Madrid y lo que era.
Solo un par de puntillas. Los bocatas de calamares de la plaza mayor son voladores en realidad, pero todos los llamamos calamares, es cierto, incluso los bares. Y los pavos reales de Fuente del Berro no sé si seguirán, donde si puedes verlos es en el Retiro, en la antigua Casa de fieras.
A ver si escribes de más ciudades que conozcas, que me ha encantado. Un abrazo.
Hola Pablo, gracias por tu comentario. Los voladores no los conocía, aunque resulta que me he comido unos cuantos disfrazados de calamares. Mis tíos les llaman rabas...el caso es que están buenísimos entre pan y pan. desde Madrid me han confirmado que sí, que había pavos reales en el Parque de mi infancia, ahora, atravesado por la M30, supongo que sólo le quedarán gorriones y palomas, pero cualquiera sabe...iré a visitar a los del Retiro la próxima vez.
Eliminarya ando pensando en otras ciudades que me gustan para próximas entradas ( Lisboa, Oporto, Salamanca, Roma, Venecia). a ver qué me cuenta cada una para contarlo yo.
Un abrazo.
¡Pues te las compro esas entradas sobre ciudades! Esta visión de Madrid me gustó mucho. Lo de las rabas es cierto, aunque las suelen cortar en tiras, no en anillas. Y los pavos reales seguro que los había en Fuente del Berro. Te reconozco que no lo visito desde hace casi diez años y ese parque es uno de los mejores de Madrid. Creo que se conserva bien porque tiene horario de entrada y por eso estará mejor cuidado. Y en los años 80 me suena haber visto también algún pavo real allí pero no lo sé a ciencia cierta. Un abrazo.
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