No se había decidido a subir al tejado, le daban vértigo las alturas. Sus hermanos se alejaban en fila por encima de la cumbrera, manteniendo el equilibrio con los brazos abiertos, mientras el agua inundaba la planta baja. Sacaba los manteles de los cajones, los cuadernos de los dictados, la lupa de quemar hormigas. Ella no se decidía a subir. Miraba el agua ascender por la escalera un peldaño tras otro. Se imaginaba convertida en pez recorriendo las profundidades de la casa como si fuera el mar. Su madre se asomó a la trampilla del tejado: «Niña, date prisa», dijo.
Ella la miró un instante antes de desaparecer en la tibia oscuridad de su nuevo territorio.
Foto de Irene Núñez González
«Cuando vivíamos aquí»
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