martes, 25 de junio de 2013

SANA, SANA

Me acosté en el filo de la cama para no despertar a Raúl. No le gusta que planche de noche, así que le dije que iba a terminar de ver la serie. El reloj de la mesita me dio las buenas noches a las dos y media, y los buenos días a las siete.
         Dicen que a quien madruga Dios le ayuda, y yo me he puesto en cola, a ver cuándo me toca. Mientras espero el premio divino, voy contándole a Susi el cuento de los conejitos y los lacitos para que aprenda a atarse sola los cordones de las manoletinas. Raúl dice que así no aprenderá a atárselos nunca, pero Damián aprendió con ese juego, y ya se ata solo las deportivas.

         Cuando la ducha dejó de sonar le pedí a Raúl que fuera despertando a Ismael y lo sacara de la cuna.

         —Aquí está el Rey de la casa —dijo al entrar en el cuarto de los niños con Ismael en brazos.

Susi y Damián besaron a su hermano y bajaron a tomarse el desayuno. Miré el reloj antes de coger a Ismael para cambiarlo. Raúl nos miraba apoyado en el quicio de la puerta.

—¿Y mi camisa de rayas azules?

—Sin planchar —contesté mientras le echaba los polvitos de talco a Ismael.

—Hoy llevo el traje azul. Tenemos firma en el notario. Ya sabes, siempre que llevo el traje azul, el día me sale redondo.

—Puedes ponerte la camisa de cuadros, esa le va bien al traje y está planchada.

Ismael comenzó a llorar y tuve que levantarme y dar vueltas con él por la habitación.

—Será sólo un minuto, Esther. Yo termino con Ismael.

         Ya sé que soy un cielo. No necesita decírmelo todos los días antes de irse a trabajar. Hoy me ha tocado un beso en la frente. Tal vez mañana tenga más suerte.

         El autobús del cole ha llegado antes de tiempo, y Damián ha vuelto a irse sin terminarse el Cola Cao. Susi se ha pegado un golpe con la nevera y no quería subir al autobús hasta que se le pasara el llanto. Le he cantado el «sana sana, culito de rana» y se ha quedado más tranquila. Ismael se ha dejado amarrar en su sillita y no ha protestado demasiado cuando lo he dejado en la guardería.

He llegado antes que Don Tomás a la oficina, así que me ha tocado abrir. La mañana ha sido un caos de teléfono, impuestos, balances, cobros y pagos.

         En el atasco de las dos he tenido tiempo de gritar dentro del coche, con las ventanillas subidas y la música bien alta. Hoy he gritado por no haber escogido otra profesión.

         Raúl ha aparecido a las tres y media y me he dejado besar la frente de nuevo. Damián y Susi ya han comido, pero Ismael es de trato difícil con la cuchara. Me ha llevado todo el mediodía hacer que se comiera un simple Potito. Miro el reloj antes de tomarme un par de cucharadas de su plato intentado que él quiera imitarme.

—Raúl te dejo el plato aquí, inténtalo más tarde. Tengo que irme.

—¿No has comido? —pregunta sin apartar la vista de la televisión.

—No —respondo mientras le quito el babero a Ismael.

—¿Qué quieres, adelgazar? Siéntate tranquila y come.

—Hoy no me da tiempo.

         Raúl me ha cerrado la puerta sin mirarme, con Ismael en brazos. Damián y Susi me han dicho adiós desde la ventana. Les he sonreído y les he lanzado un beso antes de subirme en el coche. Don Tomás me espera temprano para comenzar la auditoría y no puedo retrasarme.

         Aún no son las nueve y ya ha anochecido. Después de todo el día esperando en la cola de la ayuda al madrugador he obtenido mi premio: Hoy me ha tocado llegar antes a casa. Pero no había nadie cuando llegué. Raúl dejó una nota pegada en el frigorífico: Estamos en casa de mis padres. Así que aproveché para fregar los platos del mediodía y para preparar la comida de mañana.

         Raúl ha llegado agotado, pobrecito. Le he preparado un baño de agua caliente para que se relaje.

—No sabes lo que es pasar la tarde con los niños, Esther.

         Mis tres gorditos han llegado con hambre. He cenado con ellos y luego he subido a bañarlos. Como ha empezado mi serie favorita, Raúl se ha ofrecido a verla él sólo para poder contármela luego. Me conseguí un buen marido, diga lo que diga mi madre. Siempre está pendiente de mí.

         Susi me ha pedido que le cuente el cuento de la Cenicienta antes de dormir, y Damián el del Soldadito de Plomo. A Ismael le he tenido que cantar una nana. Es medianoche y al fin se han dormido y tengo tiempo para mi maridito. Me desabrocho unos cuantos botones del pijama y me siento en el sofá junto a él, pero se ha quedado dormido. Pobrecito.

—Raúl, acuéstate —le digo acariciándole el pelo.

Ha abierto los ojos sobresaltado y se ha levantado tambaleándose.

—Sí, ¿vas a ver algo en la tele?

Lo miro sin contestar.

—Mañana necesito la camisa color salmón. ¿Está planchada?

No dejo de mirarlo mientras sube las escaleras. Me abotono el pijama, me acomodo en el sofá y tarareo: «Sana sana, culito de rana».

                                                                                               Isabel Merino
                                Finalista I Certámen de relatos «Las mujeres cuentan»
-Librería Luces-Málaga 2007

Foto bajada de internet



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