miércoles, 4 de septiembre de 2013

DIARIO


  
La señora Pepita tenía un diario que le regaló su hijo. Un grueso tomo de pastas duras y páginas amarillas donde anotaba los recuerdos «de una vida de desgracias» (como ella definía a su vida) y que dejaba cada tarde en una esquina de la mesa de comedor. Cuando su hijo pasaba a visitarla y mientras ella hacía recuento de sus males, los mareos de la mañana, el dolor de piernas y de cintura y esa tos persistente que nunca la dejaba dormir, él abría el diario y se entretenía con las historias que su madre había anotado: su trabajo de niña en la panadería del abuelo; el caballo que le requisaron los nacionales cuando la guerra o las noches de luna en el balcón espiando a su padre detrás de las macetas.

Una tarde discutieron madre e hijo. La señora Pepita había vendido a un anticuario un viejo jarrón azul que el hijo siempre había imaginado en el salón de su propia casa. En la visita del día siguiente el diario continuaba en la misma esquina de la mesa pero cuando el hijo fue a abrirlo comprobó que estaban arrancadas todas las páginas. Miró incrédulo a su madre y ella suspiró: «Espero que no te importe» bajando la vista, con una estudiada mueca de abatimiento.



Fotografía bajada de internet

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