He leído casi de una sentada la nueva novela de J.M.Coetzee, La infancia de Jesús. La lectura fue un poco desconcertante, no sólo porque me pasé un buen rato esperando que apareciese Jesús (hasta que me convencí de que no era Jesús uno de los personajes, al menos en sentido estricto), sino también porque no terminaba de encontrar al Coetzee que ya conocía. Sin embargo, desperdigados por la novela están todos los temas de Coetzee.
Un hombre y un niño llegan a una ciudad en la que todos los habitantes están limpios de recuerdos anteriores y, como el resto, se disponen a empezar una nueva vida con nombres y edades que les han adjudicado desde las instituciones que manejan la organización del lugar. Simón, el hombre, aunque no sabe quién era antes, parece no haberse desembarazado por completo de sus sentimientos y convicciones anteriores y, por ello, pone en cuestión todo lo que va conociendo de este nuevo mundo. David, el niño, en el viaje hacia esta nueva vida perdió a su madre y una carta que habría permitido que le ayudaran a reunirse con ella. Simón decide protegerle mientras consiguen encontrarla, de alguna manera.
A lo largo de las 270 páginas de la narración, que se desarrolla en capítulos breves y con una trama sencilla y cronológica, se van desgranando todos los aspectos que constituyen la vida de cualquier ser humano en una sociedad: la comida, la vivienda, las relaciones personales- la pareja, la familia, el sexo, la amistad-, el rol de hombres y mujeres, el trabajo, la escuela, los números, el deporte, el idioma, la ley, el bien y el mal, la violencia, los animales, la vejez, la muerte…en una especie de fábula sin moraleja. Son los temas que preocupan al escritor y que ha explorado en el resto de su narrativa Coetzee los pone delante del lector como interrogantes y nos coloca también la incomodidad de averiguar qué hacemos con ellos. Nos facilita la clave, apenas cifrada, de los nombres de personas, animales y lugares para que reconozcamos los referentes de nuestro mundo occidental que tanto debe a Jesús como figura histórica. Los nombres, por tanto, son importantes en esta fábula: Simón con sus dudas, David, el niño, el pequeño que se enfrenta al gigante usando su inteligencia, Estrellita del Norte, la ciudad prometida a la que se dirigen los personajes en un viaje de huída al final de la novela…
Releyendo Aquí y ahora, el epistolario de Coetzee y Auster entre los años 2008 y 2011, encuentro algunos párrafos de Coetzee que me ayudan a entender La infancia de Jesús. Reflexiones sobre el papel de los tabúes alimentarios como formas de cohesión social, o sobre la importancia del deporte que “nos enseña más sobre la derrota que sobre la victoria, simplemente porque somos mayoría los que no ganamos”, sobre los números como convención que no sabemos romper: “si se reiniciaran los números, la crisis se terminaría”, sobre la idea progresista de la Historia enseñándonos lecciones que nos harán mejores personas. Le confiesa a Auster en una de las cartas: “Yo no sería el que soy sin Freud o Kafka, por no hablar de ese profeta judío aberrante que fue Jesús de Nazareth”. Y respecto a la forma de la novela, en otra de las cartas comenta que “no es infrecuente que los escritores, a medida que envejecen, se cansen de la llamada poesía del lenguaje y busquen un estilo más desnudo”, para pasar a contar que Tolstoi ”en sus últimos años expresó su desaprobación moral de los poderes de seducción del arte y se limitó a contar historias que no estuvieran fuera de lugar en el aula de una escuela primaria”.
Leo en un artículo de Muñoz Molina sus impresiones sobre la lectura de La infancia de Jesús, sobre la tibia actitud de la crítica respecto a la novela que define como “perplejidad educada, quizás porque nadie se atreve a poner abiertamente en duda el mérito de un nuevo libro de J.M. Coetzee”. A Muñoz Molina la novela le ha resultado tediosa y, finalmente la alinea con la ciencia-ficción barata y filosófica que leía en su adolescencia y le hacía sentirse muy profundo. Me parece que, con ello, se erige en el personaje que en el cuento de El traje nuevo del Emperador se atreve a señalar con el dedo la desnudez del monarca.
Yo no creo que en este caso el Rey vaya desnudo. Más bien me parece que lleva unos ropajes desacostumbrados. El escritor, con sus setentaytantos, con su Nobel, se ha atrevido a cambiar de pelaje.
Inmaculada Reina
Punto Y Seguido
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