Siempre escribo. No dejo de escribir. Despierto a mis hijos cada mañana, les preparo el café y los bocadillos, voy al trabajo, discuto, dibujo alguna ficha, alguna propuesta… y no dejo de hacer frases. Miro las montañas desde la terraza y me describo su línea recortada en el cielo, la hierba seca, las manchas de los árboles, el contorno de las nubes y de los pájaros. Rehago la composición de la frase, busco una ubicación adecuada para cada palabra. A veces, también hablo como si escribiera, digo, por ejemplo, «A media tarde me senté junto a una ventana gris en una casa abandonada» y mi mujer me mira con cara de preocupación.
También escribo en sueños, poemas que nunca consigo descifrar o relatos magníficos que apenas recuerdo al despertarme. En mis sueños, también trabajo la frase, largas o cortas, concisas o con un complicado retorcimiento. Quiero buscar el ritmo, sacar la musicalidad de las palabras, jugar con las insinuaciones y los dobles sentidos.
Escribo siempre, pero, en realidad, rara vez escribo. Me siento ante el ordenador cada noche, leo los correos, las facturas del teléfono, de la electricidad, las noticias nacionales e internacionales, los comentarios. Abro los blogs de los amigos, de los conocidos, de los conocidos de los amigos, de los conocidos de los conocidos… Sobre las 12,30 he acabado y abro el relato en el que llevo trabajando meses. Leo la primera frase del primer párrafo, siempre la encuentro pueril, sin garra, y quiero que suene bien, que sea perfecta. Busco sinónimos de alguna palabra que me chirría, aunque al final siempre decido dejarla como estaba o termino suprimiéndola. Cambio comas de lugar y en seguida me digo que es tarde, y me prometo que mañana empezaré un poco antes.
Me acuesto escribiendo. Cierro los ojos imaginando tramas para nuevos relatos. Principios. La primera frase. La primera palabra. No dejo de escribir.
foto de Irene Núñez
Muy buen relato. Sin llegar a estos extremos, pasan estas cosas. Quizá como momentos en el día a día de un escritor, en los que se componen poemas o frases en la ducha o en el colectivo, y en el momento de escribir cuesta avanzar.
ResponderEliminarsaludos
MIguel, qué bien descrita esa sensación que nos invade a todos los que nos gusta escribir, y que nos hace creer que somos unos bichos raros ante nuestro entorno. Al menos, leyendo tu texto, sé que no estoy solo en este manicomio.
ResponderEliminarGracias por el texto
a veces, muchas veces, cuesta ponerse. nos quedamos con el runrún de las palabras dentro de la cabeza y es una sensación agradable, incluso, hasta podemos darnos por satisfechos. pero esto no tendría sentido, o al menos muy poco sentido, si no existiera ese otro momento de sacar a las palabras fuera, de ponerlas a bailar sobre el papel y tratar de que se muevan al ritmo que habías imaginado.
ResponderEliminarmuchas gracias, pedro
saludos y bienvenido lucas fulgi
¡Maldito procrastinador!
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