Llegamos a Venecia de madrugada. En vaporetto, en silencio. Un silencio solo deshecho por el sonido hipnótico del motor del barco que trasladaba un breve número de turistas silenciosos, enmudecidos por la inquietante belleza nocturna de los palacios que orillan el Gran Canal.
Paseamos Venecia sin visitar los lugares concurridos, dejándonos envolver en el silencio de los canales y los puentes. Un silencio roto a horas inciertas por la sirena que anuncia la llegada del Acqua Alta.
Descubrimos la imagen más bella de San Marcos al atardecer. El tibio rosa de la luz de las farolas desperezándose y el aleteo de las bandadas de palomas rasgando el visillo de bruma y silencio que oculta la plaza.
Cuando los turistas se retiran y las palomas duermen, el silencio de Venecia es más hondo y más antiguo. Un silencio medieval. Las pisadas de alguien que atraviesa la calle a la carrera bajo nuestra ventana, hacen más profundo el silencio que dejan.
Cuando salimos de Venecia como si abandonáramos el silencio y el tiempo, apenas comenzamos a escuchar el ruido del tráfico y la algarabía de la humanidad, se nos ocurrió pensar que Venecia tal vez no existe.
Texto Y Fotografías Inmaculada Reina
VENECIAS
Nunca he estado en Venecia. Para mí, esta ciudad pertenece al mundo de los sueños, de los mitos, de los fantasmas, al mundo del cine en definitiva.
Creo que mi primera Venecia fue la de Mujeres en Venecia (Joseph L. Mankiewicz, 1967) en el cine Royal de Armengual de la Mota. Aunque en esta película Venecia sale poco, al principio con la llegada de una góndola al palacio de Rex Harrison. Venecia es fondo y metáfora de la propia historia: un estado de ánimo.
Después vino Anónimo Veneciano (Enrico María Salerno, 1970) en el Cairy de Martínez Maldonado, con un calor insoportable y mi hermano y yo esperando a que anocheciera para seguir la peli en la terraza de verano. Florinda Bolkan y Toni Musante, no paraban de hablar mientras recorrían puentes, calles con aguas estancadas, sucios edificios donde no encontraban, si es que lo buscaban, un lugar donde detenerse y decirse todo lo que se querían, o al menos eso es lo que recuerdo.
De la institucional Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971) creo que en Cine Club Universitario ¿o era en la Kaplan? se me quedó la primera escena, la entrada del vaporetto en el Lido, con la luz nebulosa de Pasqualino De Santis y el Adaggietto de la quinta sinfonía de Malher, muy tópica, lo sé. También la escena final de Dirk Bogarde persiguiendo a Tadzio con el sofoco de la muerte y esos chorros de tinte corriéndole por la cara.
En el Echegaray vi Il Casanova di Fellini (Federico Fellini, 1976) con una Venecia más fantasmagórica que nunca reconstruida en Cinecittá. Un mar de plástico movido por ventiladores, el carnaval desde el puente Rialto y la enorme cabeza surgiendo del fondo del Canal, rompen con la lógica de la ciudad, con todas las imágenes precedentes o futuras y crean un espacio único. Una nueva Venecia.
Mi última Venecia es la de Woody Allen de 1996, Todos dicen I love you, en los Multicines Rosaleda. Aquí no es protagonista, ni inventada, solo la pequeña excusa del maestro para marcarse un I´m thru with love de Fud Livingston desde una de las ventanas del Gritti Palace y perseguir a Julia Roberts haciendo footting entre sus calles como si se tratara de Central Park.
En fin, como veréis tengo muchos recuerdos de Venecia. Quizás alguna vez conozca a la Venecia real, aunque dudo mucho que supere a estas otras venecias inventadas, soñadas o reconstruidas, a las que puedo ir siempre que me apetezca sin tener que salir de casa.
Un saludo y buen viaje.
Miguel Núñez Ballesteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario