La alarma del móvil sonó hasta asegurarse de que me levantaría.
Miré en la pantalla la hora y la temperatura, y sin tocar nada, aparecieron las
calorías del pitufo y el capuchino que me iba a tomar, además del tiempo
estimado de llegada al trabajo. No le gustó que sacara la bici del trastero y
vibró al guardarlo dentro de la mochila.
Cuando empecé a pedalear tuve que ir
esquivando a los peatones que deambulaban por el carril bici hipnotizados por
las pantallas de sus móviles. No escuchaban el timbre, ni levantaban la mirada
a la mañana luminosa de verano.
Algunos ancianos que paseaban a sus perros, observaban
atónitos, la procesión de móviles con
patas que avanzaba hacia un destino incierto y bajaban en fila india, por unas
escaleras mecánicas que se perdían en el subsuelo.
Loli Pérez
Punto y Seguido.
¡Qué imaginación, Loli! Es un relato de ciencia ficción, quién sabe, quizás un día todo el mundo vaya por la calle mirando aparatos y saludándose por mensajes. (jeje), te ha faltado la alegría de todos los trabajadores de llegar a casa y tener wifi, sin saludar ni preguntar por la cena.
ResponderEliminarJavier es curioso como cada día más personas somos absorbidas tanto por la calle, en reuniones, y en casa por esos aparatejos.
EliminarAbrazos