lunes, 24 de marzo de 2014

DUBLÍN


Dublín es una de esas ciudades a las que me gustaría recurrir a menudo. En Dublín bulle la vida. Sus calles grises siempre están atestadas de gente alegre que sabe disfrutar, y que saborea la vida como si de una buena cerveza se tratara, (dicen que su Guinness es la mejor cerveza del mundo). Y por encima de todo, para cada momento, siempre tienen una canción, un libro y un amigo. En Dublín, nadie está solo.


El tres sería un número recurrente en esta ciudad, si a las ciudades se las pudiera renombrar numéricamente: El centro de Dublín se divide en tres puntos cardinales, (norte, este y oeste); El trébol de Saint Patrick, (padre, hijo y espíritu santo); el Trinity College, (su año escolar se divide en tres periodos), etc. Pero Dublín más que numérica, diríase que es y ha sido siempre una ciudad de palabras, tierra de grandes literatos: James Joyce, WB Yeats, Oscar Wilde, Jonathan Swift, George Bernard Shaw, Samuel Becket... y la esencia de cada uno de ellos está por todas partes. 







Es mediodía y caminamos por Merrion Square, el corazón giorgiano de Dublín. Me gusta este barrio porque soy una entusiasta de este tipo de arquitectura debido a que algo dentro de mí es muy inglés, y esta parte de Dublín es muy inglesa, muy de Jane Austen, muy de Virginia Woolf, y muy de Bloomsbury, diría yo. La única diferencia son las puertas que le dan color a los edificios altos, de ladrillos vistos, de tonos oscuros. Cuentan por ahí que las puertas de colores fue una medida que tomaron muchos dublineses para reconocer su propio edificio, pues cuando volvían a sus casas con sus cervezas o whiskys de más, eran incapaces de reconocer cuál era la suya. A mí las puertas de colores se me antojan un juego. Quisiera saber qué hay detrás de ellas. Me decanto por la de color rojo. No, por la verde. ¿La azul quizá? No, la amarilla. Quiero fotografiarme con todas. Quiero saber qué ocultan, si largos pasillos, si el comienzo de unas escaleras, o si son deseos esperando a ser cumplidos, o tal vez la solución a algún enigma, o la elección de nuestro próximo viaje. Procuro fotografiarlas todas. Quiero una de cada color. ¿Por qué? No sé, ya lo he dicho, son alegres, y me invitan a fantasear. Y eso, me encanta.



A pesar de las previsiones meteorológicas que anuncian lluvia, luce un sol espléndido. Llegamos al parque conocido por albergar la famosa estatua de Óscar Wilde. Es pequeño pero posee toda la magia de los cuentos de hadas y cuando nos adentramos en él todos los edificios de alrededor, y sus puertas de colores, desaparecen. Los árboles parecen encantados y se inclinan hacia los visitantes con sus ramas destartaladas, y les invitan a seguir hasta la explanada de los bancos y las flores de pétalos rojos, que sobre el manto verde del césped le dan un color envidiable al paisaje.


Parece primavera y en cada banco hay alguien sentado, incluso alguien duerme, agarrado a una botella. Cuando al fin nos hacemos con un banco, sacamos los bocadillos y comemos al solecito. No dura mucho. El solecito, digo. De repente empieza a llover. Ahora no. Ahora sí. El sol de nuevo. Y los pájaros, y los mil sonidos diferentes que se ocultan en el parque. Y los árboles, que parecen guiarnos y que al fin nos llevan al rinconcito de Óscar Wilde. Permitidme una frase de entre las muchas, las magistrales, que escribió a lo largo de su corta e intensa vida: Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse. Y es que es justo lo que pienso de Dublín, por eso me cuesta tanto describirlo. Es como tratar de describir por qué una canción de entre todas te llega al alma y no sabes por qué, porque ni siquiera la entiendes, pero te transmite algo, la música, el sentimiento, la voz. Un muchacho, con su guitarra y un micro, consigue reclamar la atención de los viandantes. Suena The Scientist de Coldplay. A un lado, Grafton Street, la calle más comercial de Dublín, al otro St Stephen Green Park, y esa música sonando: Nobody said it was easy, It´s such a shame for us to part... Cerrad los ojos, ¿podéis oírla? ...Oh take me back to the startFantástica. En la funda abierta de su guitarra, donde algunos oyentes han dejado unos euros, descubro un nombre escrito a rotulador sobre la carátula en blanco de un cd: Bypass. 



No fue la única música inolvidable que escuché en Dublín, pues toda la música dublinesa y sus instrumentos te tocan la fibra desde el mismo momento en el que pones el pie en uno de sus famosos y singulares pubs. Los pubs son los ciudadanos más ilustres de Dublín. En todos ellos se puede escuchar música en vivo todos los días. En los pubs se almuerza, se cena, se baila, se vive. Todas las horas del día son buenas para vivirlas en los pubs, con sus portadas de colores y sus apellidos legendarios, con el Cláirsearch estampado en sus vasos de cervezas, en sus sillas de maderas y en la frente de los más atrevidos, que se debaten entre el símbolo irlandés o el trébol de St Patrick.



Dublín es un paseo a pie. Un gran paseo. No hay necesidad de usar el transporte. La mañana que paseamos por la rivera del Liffey, y el sol de espalda, de lado, de frente, llenando cada rincón y dándole color a cada fachada y a cada pub, fue de los paseos que más disfruté. El cielo reflejado en el río que, gracias a todos los escritores que surgieron de esta ciudad, debe poseer más tinta que agua, te convierte en personaje de un cuadro. No sé por qué imagino que es Sisley quien lo ha pintado, tal vez porque es uno de los impresionistas más puros, y por la decisiva intervención en sus cuadros de los elementos más imponderables, el agua, el cielo, la niebla, la nieve..., paisajes de gran espontaneidad. Cada vez que miro las fotos sobre el puente Ha'ppeny o las que nos hicimos frente a Four Courts, sobre todo esas, pienso que no son reales, que ese cielo no puede existir de verdad, que Sisley lo pintó, y que hizo lo mismo con el Liffey. 


Dejo mucho Dublín en el tintero porque lo mejor de Dublín es ir y traerte tu propia visión, que puede ser que sea parecida a la mía, o que no tenga nada que ver. Soy de las que piensan que las visiones de cada cual son como las puertas de los edificios giorgianos dublineses: cada una de un color diferente. En este caso, la puerta que os he abierto hacia mi Dublín era de color amarillo, que curiosamente, no es mi color favorito.



Fotografías: Isabel Merino, Dublín (Marzo 2014)

Punto  y seguido.





4 comentarios:

  1. Gracias por este original paseo por esa ciudad entrañable que es Dublín. Sin duda una de mis ciudades favoritas, no solo por su urbanismo y su música sino por sus gentes: amables y alegres. Me encanta que hasya visto una Dublín de colores y esa comparación con Sisley es muy acertada, al igual que la foto del Liffey que parece un auténtico paisaje impresionista. Con tus ojos alegres y curiosos da gusto conocer ciudades.

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  2. Me imponía mucho escribir sobre una de tus ciudades favoritas, Pedro. Gracias por animarme a hacerlo. Me alegro que te haya gustado mi visión de Dublín. Gracias por llamar a mi puerta amarilla y por entrar. Siempre eres bienvenido ;-)

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  3. ¡Ay, Dublín! Una de esas capitales rebosantes de espíritu literario que me faltan por visitar... y después de leerte aún tengo más ganas de conocerla :)

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  4. Pues adelante, Weiss, seguro que no te arrepientes. El espíritu literario está por todas partes. Un abrazo.

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