miércoles, 26 de marzo de 2014

SOÑAR CON CORTÁZAR

Nos apasiona el drama. Siempre que imaginamos una historia aparecen, atraídos por una especie de lógica sentimental, una serie de situaciones,  de detalles, de planteamientos que, envueltos en un halo de seriedad y trascendencia, parecen dar sentido o importancia a aquello que pretendemos contar. Parecería que un relato o narración que no incluyera un encadenamiento de elementos dramáticos, no tendría consistencia o nos resultaría pueril. Utilizamos muertes, ambiciones, enfermedades, envidias, traiciones, complejos…, para tratar de insuflar intensidad y dotar de un mínimo espesor a nuestras historias, como si la inclusión de algunos de estos elementos fuera suficiente para armar nuestros relatos de un valor único esencial, por encima de personajes, trama o sentido de la historia. Nos decimos: La vida es así, solo hay que mirar. Estamos rodeados de dramas.


Pero por qué nos apasiona el drama. Qué nos lleva a mirar siempre las historias desde ese lado. Un punto de vista que repetimos una y otra vez y del que existe un consenso  tácito y generalizado de que es el único posible, el único valorado, el correcto: Tenemos que sufrir y hacer sufrir un poco,  para hallar reconocimiento y consuelo a nuestro propio sufrimiento.
  
Si echamos una ojeada a nuestros autores favoritos, aquellos que nos han marcado y que consciente o inconscientemente tratamos de imitar, y prácticamente todos transitan en el drama. Chejov, Salinger, Onetti, Cheever, Askildsen, Munro, Carver,… Todos grandes maestros y todos revolcándose en sus dramas.

Podemos convenir que las grandes tragedias cotidianas que relatan estos autores nos sirven para ahuyentar nuestras pequeñas tragedias personales. El sufrimiento que leemos actúa como analgésico de nuestro propio sufrimiento y de ahí, pienso, el éxito. De ahí el enganche emocional, que nos lleva a repetir los mismos esquemas una y otra vez: amores imposibles, desgracias familiares, rutina existencial y física, incomunicación, soledad, silencios, … ¡¡Uuuf!! Y yo me planteo: ¿Podría escribirse un relato por puro divertimento, por el placer de leer o escribir algo que solo pretenda satisfacer nuestro deseo de jugar, el placer de subvertir la realidad más que recrearla, de sobrevolar sobre ella, no para esquivarla, si no para mirarla desde otro ángulo menos estricto, menos transitado, según nuestra propia mirada personal e intransferible? De eso se trata, entonces, de descubrir esa mirada.


No me refiero a la importancia de los contenidos, ni a la maestría en el momento de diseñar una estructura, ni a la gradación de las intensidades, ni a los brillantes despliegues de hechos y circunstancias, ni siquiera a los personajes. Habló de no dejarse llevar, de cambiar de perspectiva. Ya saben, aquello de lo que hablaba la maestra del Amarcord de Fellíni mientras metía una galleta en el café: PERS-PEC-TI-VA.

Inmerso en estas divagaciones, leo en el correo el mensaje de una amiga desde México. “Anoche soñé con Cortázar”, dice escuetamente. Me emociona y me alegra comprobar que mientras me debato tratando de encontrar una explicación y una salida para tanto drama, ella soñara con Cortázar. A Cortázar no lo incluí en mi lista, lo tenía reservado para el final y el hecho de esta conexión a miles de kilómetros, me hace pensar que los relatos son como juegos interconectados entre miles de personas/personajes, a miles de kilómetros de distancia.

“¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra” de Rayuela
“Primero me pondré mi corbata amarilla, y después de haber elegido la más esbelta y vivaz de mis hormigas, la soltaré para que se pasee por la corbata. Habrá así un doble paseo, en el que yo iré y vendré frente a la casa del señor Silicoso y mi hormiga irá y vendrá por mi corbata.” de Último round.

También están Carta de una señorita de Paris, Axolotl, Instrucciones para subir una escalera, Propiedades de un sillón… No busquen una explicación, lean a Cortázar. 

Imágenes de Chema Madoz


miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

1 comentario:

  1. Me gusta la reflexión. Es verdad que lo dramático favorece la empatía del lector, fundamental para que la historia le conmueva, le evoque y para que se identifique con ella y sus protagonistas. Pero también se puede ser evocador, apasionante y empático describiendo otros fragmentos de la realidad o la imaginación no precisamente dramáticos. De hecho, creo que es en la recreación de ese tipo de escenas y subtramas donde reside buena parte de la maestría de un escritor. El efectismo, la lágrima fácil, el dramatismo desbordado y sin dosificar es un recurso habitual de las plumas menos pulidas... En fin, que me gusta la reflexión :)

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