«Años luz» cuenta una historia pequeñamente inmensa. Sólo se trata de
los componentes de una familia. Parece poco, ¿verdad? El tema es el cómo, y el
cómo me ha dejado sin habla. Toda la historia, la de Viri, Nedra, sus hijas y
la casa, transcurre entre estaciones. El tiempo nos acaricia como la pluma de
Salter. Todo parece perfecto, aunque no lo sea. El narrador nos atrapa, omnisciente, pero opina. Es un personaje más. Sabe
todo, hasta el más sutil de los sentimientos, y uno se ve traspasado por la
atmósfera apacible, por la calma, y por las contradicciones de sus personajes.
La historia se cuenta de manera lineal, siempre avanza. Es el
trascurrir de los años, de los inviernos, de las primaveras. Una de las cosas
más llamativas del texto es la manera en que compromete al lector, cómo da por
sentado ciertas escenas y las pasa de largo. Así aparecen personajes y se
esfuman sin que sepamos qué les ha sucedido. Así finalizan amores, desaparecen amantes,
sin que sepamos qué fue de ellos. Como en nuestras propias vidas, la gente va y
viene, los sentimientos que parecen más fuertes, se esfuman. Los años transcurren con un ritmo lento y sin
embargo veloz, como la luz. Nos mece, nos
acaricia, sobrevuela los sentidos, y nos dibuja con un solo trazo, con una
metáfora certera, escenas y personajes. Y no podemos más que maravillarnos. Y envidiar
tanta maestría.
«Su vida es misteriosa, es como un bosque;
desde lejos parece una unidad que cabe comprender y describir, pero más cerca
empieza a separarse, a disolverse en luz y sombra de una densidad que ciega.»
«Y él les lee, como todas las noches, como si las
regara, como si removiese la tierra a sus pies.»
Es el tipo de libro que no querría que se terminara. Las últimas hojas
las ralenticé lo más posible. Llega un momento en que no es tan importante lo
que pasa, sino esas palabras que hipnotizan, esas frases, esa magia.
«Los sucesos requieren una invitación, las
disoluciones necesitan un comienzo.»
Andrea Vinci
Punto y Seguido
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