Este año se celebra la 44 Edición de la Feria del Libro de Málaga. Su ubicación vuelve a ser, como el año pasado, en El Palmeral de las Sorpresas en el Muelle 2.
Dicen los entendidos en ubicaciones estratégicas que ha sido un éxito el cambio, lo que menos importa es la tradición, y que las ventas de los libros se han multiplicado. Los libreros no están muy de acuerdo con las cifras, pues para ellos siguen siendo negativas, pero el enclave es perfecto, dicen, porque la gente ahora pasea por aquí y no por el parque.
Yo era una de esas que desde pequeña paseaban por el parque e iban al encuentro de sus libros favoritos en las casetas que se montaban anualmente por estas fechas. Ahora paseo por el Palmeral buscando encontrar lo mismo. Aprecio el cambio, sin duda. El nuevo enclave es perfecto. Ahora, mientras echo un vistazo a las últimas novedades, a las viejas ediciones, y me pongo en cola para que me firmen algún ejemplar, puedo ver el mar y no sólo olerlo. Sin duda, en estética hemos ganado. Observo la hilera de casetas blancas. Son menos de las que quisiera. Y es cierto que la gente pasea, y se acerca, y pregunta algún precio, pero también es cierto que la mayoría se aleja sin un libro en sus manos, ni una creciente ilusión en sus ojos. Se asoman al nuevo escaparate, olisquean la brisa del mar, y siguen hacia adelante, como si la Feria del libro, no hubiera pasado.
PAT Y PILAGÁN (1981)
Sólo puedes comprar
un libro, así que elije bien. Mi padre me lleva de la mano a través
del paseo del parque. Yo voy al trote. Ir a la Feria del Libro es
como ir a La Cabalgata de Reyes. Hemos aparcado
el coche junto a la Aduana. Es un edificio inmenso y gris y mi padre
dice que hasta ahí llegaba el mar no hace mucho. Me quedo pensando y pregunto: ¿Y yo había nacido? No. ¿Y mamá había nacido? No. ¿Y tú?
Tampoco. Entonces, sí que hace mucho. Me agarra fuerte de la mano y
cruzamos. Huele a caca de caballo. Me tapo la nariz. Entramos en el
parque de Málaga y mi padre me pregunta que por dónde quiero
empezar. En vez de mirar los puestos repletos de libros miro a las
palmeras. Son altísimas. Interminables. El viento mueve sus
hojas. Y más arriba, el cielo gris como la Aduana. Tengo que
darme prisa porque si empieza a llover cerrarán las casetas y no
podemos venir otro día porque papá sólo descansa los domingos.
Tiro de él hasta el primer puesto. Los libros para niños siempre
están en una esquina, mi padre me aúpa y miro las portadas y
después los títulos. No puedo comprarme un libro en el primer
puesto en el que nos paramos porque entonces no veríamos el resto.
¿Para qué?, preguntaría mi padre, ya tienes uno, y no vamos a comprar
más. Pero es que a mí me gusta verlos todos. Y tocarlos. Y olerlos. Nos abrimos paso entre la gente y
seguimos hasta el segundo puesto, y después vamos al tercero, al
cuarto, y ya he visto al menos tres que me pueden gustar. Papá me
señala un par de ellos y me dice: Esos parecen bonitos. No, digo con
la cabeza. En realidad estoy esperando que el libro me llame. Pienso,
y no se lo he dicho a papá, que son ellos los que te escogen.
Empieza a chispear y nos acercamos a la penúltima caseta. Ya sé
cuál quiero, digo. Señalo uno que sobresale entre el resto, en la
portada un niño abraza a su perro. Yo siempre he querido un perro.
No sé cuánto hay de elección por mi parte y cuánto de elección
por parte del libro, pero es el que más alto ha gritado de entre
todos. ¡Yo, yo, yo! Mi padre lo coge y lee el título en voz
alta: Pat y Pilagán. ¿Estás segura? Sí, digo. Papá le da el
dinero al librero y rechazamos la bolsa porque quiero llevarlo en la
mano. Cuando llegamos al coche empieza a llover. Papá arranca y yo leo en voz alta: El
día en que Pat y Pilagán debían encontrarse, el hijo del cazador
tungús Leonid Vichun regresaba de la escuela con Vovka, su amigo
ruso.
ORGULLO Y PREJUICIO, EL MOLINO JUNTO AL FLOSS Y LOS NOVIOS. (1989)
Me
detengo en uno de los puestos, a la altura de la Aduana. Aunque hace
fresco, el día es luminoso y el sol se filtra entre las hojas de las
palmeras. Hasta aquí llegaba el mar antes, le digo al librero. Está
esperando que le diga qué libro quiero. Parece impaciente porque tamborilea los dedos sobre un ejemplar de Madame Bovary. Podría haber sido cualquier otro libro, pero es justamente ese en el que se detiene a tamborilear su impaciencia. Niña, hay un
montón de gente esperando. ¿Te acuerdas del título o no? No, no
me acuerdo, le digo. Me dirijo al siguiente puesto. Y
al otro. Y al otro. Hay tanta gente en el paseo del parque que parece
el mercadillo de los domingos. Me detengo en un puesto que tiene
ofertas. Libros a doscientas pesetas. Puedo comprar dos y me sobra
para volver en autobús a casa. Las portadas no son muy llamativas y
las tapas son tan blandas que sólo con mirarlas se doblan las esquinas. Leo las contraportadas de algunos y voy
reservando los que me parecen haberme llamado. ¡Yo, yo, yo! Al final me decido por: Orgullo
y Prejuicio, El molino junto al Floss y Los novios.
Si te llevas los tres te hago descuento, dice el librero. De acuerdo,
digo. Con los tres libros en una bolsa atravieso la ciudad a pie hasta llegar a mi casa. ¿No has cogido el bus?, pregunta mi madre. Le muestro la bolsa y una mueca en mi cara. Anda entra, dice.
ÁLBUM DE FAMILIA (2009)
He pasado varias veces por delante del puesto de
la librería que está a la altura de la Aduana, pero no me he parado hasta ahora que he visto
hueco. Ahí está. En una esquinita. Lo veo. Es nuestro libro:
álbum
de familia.
Sobresale debajo de Los
pilares de la tierra.
Lo cojo y lo pongo encima, para que se vea bien. Le pregunto al librero cuánto cuesta, aunque
ya sé el precio. Tres euros, dice. Me parece barato
para tanto esfuerzo y tantas ilusiones concentradas dentro. Lo suelto
donde estaba y observo la portada. Un poquito de nosotros está ahí.
Detengo la mirada en la fotografía de mi padre. Está vestido de
militar y lee una carta que le ha escrito a un compañero de la mili. Mi padre,
al que no le gusta leer y que tantas veces me trajo a la Feria del
libro, ahora está en la portada de uno de ellos. Y yo, oculta entre
las letras de un relato. Fotografío el libro. El puesto. El librero. Cuando me alejo del puesto me doy la vuelta y observo. Alguien ha sentido su llamada. ¡Yo, yo, yo! Y uno de nuestros ejemplares se marcha a casa de un lector desconocido. Con estos pensamientos me pierdo entre los ríos de gente y al pararme en los
distintos puestos me doy cuenta de que observo a los libros de otra manera, y que de repente, su precio me parece irrisorio.
HACERSE EL MUERTO Y EL PRINCIPITO (2012)
Mucho
cuidado con los cuentistas,
advierte Andrés Neuman desde el Quiosco de la Música, en pleno
Paseo del Salón. Leer
multiplica nuestro tiempo, lo fabrica de nuevo para nosotros. Nos
permite ir y venir, rebobinar y adelantar nuestra memoria, ser este y
ser el otro sin siquiera movernos de la butaca o del asiento del
autobús.
Después de oír el pregón que da apertura a la Feria del libro de
Granada me acerco al primero de los puestos. Un librero, que dice ser
del Perú, reclama mi atención ofreciéndome un libro que dice saber
que no rechazaré. Me intriga. Los libros que vende son diminutos.
Caben en la palma de la mano y asegura que el tamaño no ha hecho que
una sola coma se quede fuera de él. Lo hojeo y decido quedármelo.
Una joya como El Principito no se puede rechazar así como así. Cuando llego a la caseta donde Andrés Neuman firma
ejemplares de su libro Hacerse
el muerto,
me pongo en cola para despedirme antes de volver a Málaga. Andrés
me invita a quedarme. Me hace hueco en la mesa, pide una silla y un
refresco y me siento a su lado. Todos los que se acercan a por su
dedicatoria me saludan como si me conocieran. Es extraño estar al
otro lado, pero me gusta. Miro a Andrés. Nos sonreímos.
(…) 2013 / 2014.
La
gente pasea por el Palmeral de Las Sorpresas. Año 2013, ó 2014, qué más da. Se acercan a las casetas y, de la misma manera, se alejan y continúan su paseo. La mayoría no escucha la llamada de los libros. Tal vez sea el rumor
del mar en calma, pienso. Si es que es capaz de rumorear el mar
cuando está quieto.
Punto y seguido
Me encantó tu recorrido, Isa. A mí los libros también me llaman, a voces o por lo bajini. Pero siempre los escucho.
ResponderEliminarGracias Inma, he contado algunas de mis ferias del libro, sin duda ha habido una cada año desde que puedo recordar, pero no podía contarlas todas, ni todas las recuerdo, ajjaja.
ResponderEliminarHay que escuchar a los libros, claro que sí. Mañana nos vamos a oir la llamada al Palmeral, si te parece, y juntamos anécdotas para la entrada del año próximo.
Isa, siempre es emocionante ir contigo a dónde sea, a la feria del libro, al festival eñe, a las jornadas literarias, a las reuniones de pys, a tomar un café, a una presentación...
ResponderEliminarMe ha encantado tu particular visión de la feria del libro.
abrazos
Tal como puse en Facebook, tu entrada es entrañable.
ResponderEliminarGracias chicas!!! Lo importante es no perder la ilusión de seguir leyendo y escribiendo, y por supuesto, no dejar de visitar esos lugares que tanto nos gustan: las ferias de libros, las librerías, las bibliotecas… y sentir la llamada y acudir a ella.
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