Nos
miramos en el autobús y la seguí a su casa. Sentados el uno frente al otro en
un salón sin cortinas, ella encendió un cigarrillo. Tras la primera calada
aparecieron sus años de internado, su adolescencia entre lavanderas, después tosió:
el desencanto con los hombres, noches de vigilia en la terraza del Ipanema, su
madurez sin esperanza en un hospital de huérfanos. Sonrió con el cigarrillo en
los labios, los ojos entornados por el humo, mientras se desabrochaba la blusa.
Volvió a toser viajes que no hizo, amores que no conoció, hijos que nunca la
esperan. Me alargó el cigarrillo con un leve temblor en los dedos.
―Toma. Apúralo antes de que se consuma ―dijo.
Exhausta, se dejó caer en el sofá.
Fotografía de Vivian Maier
Punto y seguido
La vida se consume entre los dedos y es irremediable.
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