En
estos días en que la gente de Punto y Seguido estamos enfrascados en nuestro
libro sobre el tiempo y las maneras de transitarlo, recuperarlo, desandarlo y
olvidarlo, me ha parecido oportuno hacer una reflexión sobre el tiempo en el
relato. Generalmente, siempre que imaginamos una historia, el tiempo en que
sucede la acción se nos aparece incorporado al mismo acto de imaginarla y es
curioso comprobar que las dos maneras de tratar el tiempo dentro del relato, el
interno o medible de horas, días, meses, años, que abarca desarrollo de la
acción, y el externo o meteorológico correspondiente a la época en que suceden
los hechos, la utilizamos de manera intuitiva y con total soltura, supongo que debido
a que debe de tratarse de una de las características innatas al hecho de
contar.
Por
su propia definición, un relato corto tiene un desarrollo muy limitado por lo
que se hace necesario comprimir al máximo el tiempo en que sucede la acción,
sobre todo para evitar distracciones y ganar en intensidad y concreción. Para tratar
de definir el tiempo interno de ese relato, una vez decidida la historia que
vamos a contar y sobre todo, desde donde queremos contarla, deberíamos de tener
claro cuáles van a ser esos límites temporales. Si partimos de que un relato no
solo cuenta una historia, sino que se centra en ese acontecimiento único que va
a marcar la evolución de unos personajes y a partir del cual ya no volverán a
ser los mismos, o sí, habría que elegir para el desarrollo de la acción de
nuestro relato el espacio temporal que nos sitúe lo más cerca posible de ese
momento.
En
Tuyo, de Mary Robison, el momento es aquel en el que el protagonista
percibe que ya no le queda tiempo para emborracharse con su mujer una vez más,
para decirle que ser dueño de un único y pequeño talento como el suyo era
una cosa terrible. La acción y el tiempo interno del relato se desarrolla a
lo largo de una tarde / noche previa a ese momento, mientras fabrican unas
caretas para el día de Halloween.
En
Felicidad, de Katherine Mansfield, ese tiempo ocupa todo un día. La mujer
feliz, su casa, su familia, los
preparativos para la cena, la llegada de los amigos y al final, el momento de
la incertidumbre, la pregunta: ¿Qué va a pasar ahora? cuando descubre al
marido concretando una cita con una de sus invitadas y toda su felicidad suspendida.
dualidad, de pablo miranzo
Una
vez establecido el tiempo interno del relato, el desde donde hasta donde va a
transcurrir la acción que desarrolle nuestro proyecto, sería conveniente
definir el tiempo externo, el atmosférico, el donde van a ocurrir los
acontecimientos que vamos a relatar. Generalmente, como apunté más arriba, a la
vez que imaginamos el tiempo interno, inconscientemente visualizamos imágenes y
detalles de la historia que llevan implícito un tiempo atmosférico: si es de día
o de noche, la estación del año, la época y la edad en la vida de los
protagonistas. También disponemos de todos los condicionantes que traen
aparejados cada una de estas elecciones: agentes externos, sociales,
noticias, modas, películas, canciones, ropas, costumbres. Casi
involuntariamente, al decidir ese tiempo echamos mano a recuerdos, a la
imaginación o a datos que podemos rastrear por internet, que van a ayudarnos a
configurar la historia con unas características concretas y que a su vez marcarán
el desarrollo de los personajes en la acción del relato.
En
Felicidad está el peral del jardín en plena floración, las mandarinas,
la lluvia, el fuego en el salón, que nos marcan el tiempo, la estación del año,
la época histórica, incluso la carencia de detalles específicos que
aparentemente no tienen valor para la historia, la definen, porque el narrador
las conoce y aunque no aparezcan escritas en el texto, están ahí, como una escenografía
de lo que se nos cuenta, a la vez que crean una determinada atmósfera que sugiere
y acrecienta el sentido último del relato.
En
Tuyo la época viene marcada por la acción, los protagonistas preparan
unas calabazas para la fiesta de Halloween. Sin que exista otra puntualización del
tiempo externo, los lectores nos situamos en esa época, el otoño en Norteamérica,
y sin que se mencione nada al respecto, a través de datos que conocemos, que
hemos visto y oído cientos de veces, podemos imaginar la luz, el olor, el color
de los arboles, sensaciones que no son necesarias describirse, con solo señalar
ese detalle que pertenece a la acción del relato y no a la descripción, ya nos
situamos en ese lugar y ese momento.
paso del tiempo, de a-simplevista
miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido
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