Nadie sabía recordar los colores de la casa, la distribución de los muebles, los tapices. Nadie conocía la dirección y, sin embargo, era fácil ubicarla, plantarnos frente a sus puertas y esperar a que se abrieran, sin ni siquiera llamar. Nos gustaba encontrarnos allí sin citarnos. Coincidir cada tarde, sin habernos referido a ella. Tenía su misterio: no podíamos recordarla. Aunque sabíamos cómo llegar sin conocer el camino o volver cuando quisiéramos, con la certeza de que nunca habíamos estado antes.
Pintura de Demuro
Intrigante...
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