La madre recoge cada tarde a su hija en el supermercado donde trabaja y la lleva al bar de la esquina, casi vacío y a punto de cerrar. En el televisor apagado se refleja un fluorescente como el horizonte de una puesta de sol. Servilletas arrugadas en el suelo marcan como espuma sucia la orilla del mostrador. El camarero se afana frente al fregadero: un pescador solitario que guarda en silencio sus aparejos en una playa de invierno.
Mientras toma su café, la madre interroga a la hija con la mirada, le lanza preguntas cortas, como piedras planas que rebotan sobre la superficie de sus ojos. El silencio se acumula sobre la mesa, un montón de arena endurecido por la humedad que les impide verse. Los restos del café son agua estancada, y los saleros, en una esquina de la barra, atesoran toda la sal de aquel mar.
La hija bebe a grandes tragos su coca-cola. La traga como buches de silencio que le arañan la garganta arrastrando las palabras hacia el fondo. Resiste como una roca las olas de la mirada de su madre. No contará nada. Se llena los bolsillos con el peso de todo lo que calla y se adentra en la profundidad hasta que el mar la cubre.
Muy poético y metafórico. Sobre todo intrigante....
ResponderEliminarUno de los mejores que he leído.
ResponderEliminarJ.J.
Este micro refleja muy bien lo complicada que puede ser la relación madre e hija. Las miradas, los silencios.
ResponderEliminarBuenísimo.