sábado, 18 de enero de 2014

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS


Llegamos a San Cristóbal a través de la carretera que la une a Tuxtla Gutiérrez, capital de Chiapas. Se supone que es una autopista de pago, pero sólo tiene un carril hacia cada lado, separado por doble línea amarilla, y amplios arcenes. La costumbre de la zona es conducir por el arcén (banquina). De hecho los carteles rezan: Utilice la ultra derecha. Suena gracioso por tratarse del estado más de «ultra izquierda» de todo México. Esto nos valió bocinazos, insultos y gestos que no podré reproducir, todo hasta que logramos darnos cuenta de que no conducíamos como lo hacen los chiapanecos.


        Como se trataba de un pueblo (por lo menos así lo imaginamos), no entré a Google Maps para imprimir un plano de cómo llegar al hotel. Lo que nos recibió fue un atasco que se repitió con cada entrada o salida a San Cristóbal. Atasco que se complicaba aún más por la cantidad de peatones que deambulaban por todas partes.


Templo de Santo Domingo


        Cuando por fin localizamos el Hostel, que por cierto es muy bonito y acogedor, abandonamos los trastos y corrimos a la calle, a dejarnos invadir por los últimos rayos de sol de aquel día. La luz pegaba de frente al templo de Santo Domingo, que sin lugar a dudas es la estrella de aquella ciudad. En esa misma tarde-noche reconocimos que nuestra imaginación nos había fallado: San Cristóbal es una ciudad, nada más lejos de un pueblo. Las calles atiborradas de gente, peatonales con bares, restaurantes y negocios para todos los gustos, para los chiapanecos y para los turistas. Múltiples adornos navideños y una pista de hielo nos recordaban a cada paso la fecha en que nos encontrábamos.


      
 Una de las cosas que más llama la atención es la gente, que convierte a esta ciudad en étnica-hippie-snob. Una mezcla de artesanos y músicos venidos de lejos (muchos de mi patria), con turistas en bermudas o jeans, con mujeres de la etnia tzotzil con sus faldas de lana negra peinada que parece de alfombra, o de manta del mismo color, con otras chicas que han decido ya no llevar ese tipo de falda típica pero que igual llevan faldas, aunque modelo tubo hasta la rodilla. Sólo el 31 de diciembre vimos mujeres con el traje típico de Zinacantan: falda y capa bordadas con flores en colores pastel.  

        Cuando uno piensa en esta ciudad no puede dejar de recordar que aquí comenzó la guerrilla zapatista, no puede dejar de ver el rostro, o mejor dicho los ojos, del subcomandante Marcos. Aún se ven en los caminos circundantes los carteles del EZLN «Ejército Zapatista de Liberación Nacional». En nuestra estancia (el 1/1) coincidimos con el 20º aniversario, pero en San Cristóbal no hubo actos conmemorativos, como tampoco hubo nadie que anunciara que el 2014 comenzaba. De hecho, el reloj del Palacio Municipal estaba cinco minutos atrasado… Es probable que no quisieran recordar que un día como aquel, pero 20 años atrás, moría gente en esa plaza por defender lo que aún continúa en esa nebulosa en la que los gobernantes quieren convertir a los pueblos amerindios. A día de hoy Chiapas vive en su propio limbo. Cuando miro por la mañana a la chica del tiempo, nunca aparece la temperatura de Chiapas, pero sí la de San Antonio, Houston, etc., ¿…?



    
Chiapas es una joya de este país, pero una joya sin pulir, como quieren que parezca. Selva, ruinas, pueblos coloniales, costumbres que se arraigan, cascadas y ríos, lenguas que pretenden que desaparezcan… el dolor de un pueblo que aún lucha, y que no es escuchado, más que cuando necesitan sus votos (aunque suene a obviedad). Los miles de hombres o niños que se ofrecen como guías en las lagunas de Montebello me habla de una terrible falta de trabajo, porque sino cómo explicar tanta gente para contarte cómo es un paisaje. Ni en las ruinas hay tantos guías. Y uno se siente acosado.

Fotos en el Bar Tierra Adentro

Mujeres vendiendo pasto para el pesebre

Comenzamos el año en un bar y centro cultural zapatista. El suelo cubierto de hierba, la misma que vimos vender días antes por las calles, para semejar un pesebre. Mesas llenas de familias, con las mujeres peinadas de peluquería y los hombres de elegante sport, acompañaban las canciones revolucionaras. No coincidía el aspecto de esa gente con las canciones que entonaban, aunque el alcohol habría hecho de las suyas. Ellos posaban frente a los carteles y las fotos de los encapuchados. Y yo sentía que todo era lejano: esa gente, el bar, los platillos, los margaritas, mi inconsciencia cotidiana.

Dos días después de retornar al DF vi al gobernador de aquel estado promocionando la selva, la misma selva que yo había transitado de la mano de Chankin, un guía lacandón que apenas habla español.




Y no dejo de preguntarme a quién ayuda el turismo, o como cuánto han mejorado las cosas en estos 20 años, o qué pensará Marcos de toda esta gente que ha invadido San Cristóbal. Los tzotziles aún venden sus artesanías. Sus mujeres cargan sobre sus espaldas pesadas mantas, los niños venden pulseras, marcadores, imanes, muñequitos del subcomandante; ámbar y semillas son encontrados en todos los tianguis. ¿Pero acaso no es lo mismo que hacían hace 20 años? Me preguntaba estas cosas mientras tomaba una cerveza en un restaurante argentino que está sobre una de las peatonales más concurridas. Mientras las mujeres caminan sin medias, en chanclas (ojotas), con el frío que no cesa, por momentos la llovizna. Van y vienen con sus mercancías. Una abuela ofrece comida. Va descalza.








Andrea Vinci
Punto y Seguido

1 comentario:

  1. Siempre he querido ir a Chiapas. Hoy tú me la has acercado un poco más. Besos

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