jueves, 27 de noviembre de 2014

FESTIVAL EÑE 2014








Un año más durante los días 21 y 22 de noviembre, como representantes del grupo literario Punto y Seguido, Inmaculada Reina y yo  nos trasladamos a Madrid para vivir en primera persona esta gran fiesta de la literatura en el Círculo de Bellas Artes. Una fiesta cargada de poesía, de música, teatro y charlas con escritores y directores de cine. No quedaban plazas para los talleres literarios de Cuento con Eloy Tizón, ni de novela con Mateo Coronado (a los que nos hubiera gustado asistir) además de la conocida sección, editor en busca de autor. Nos ha faltado tiempo. Tiempo para poder disfrutar de algunas conferencias y lecturas poéticas, que  se pisaban  las horas, unas a otras. Pero aún así hemos disfrutado de cada una de las conferencias y charlas a las que hemos asistido. Aquí os dejo un resumen.


La tarde del viernes  asistimos a la inauguración en la sede del Instituto Cervantes con una charla entre dos de los grandes, el periodista y editor Juan Cruz, junto con el escritor chileno, Premio Cervantes Jorge Edwards presentados por Camino Brasa. La literatura es, ante todo, palabra. La palabra cobra cuerpo y la literatura más vida que nunca.  Hablan de la eñe, que no existe en las máquinas anglosajonas, una letra original que nos distingue en el mundo. Sin la eñe no se puede decir “sueño” ni “niño”. Edwards apunta que los premios deberían estar prohibidos, por las desilusiones y el desasosiego que provocan, y opina que el mayor premio que puede tener un autor son sus lectores.

Mientras en el Círculo de Bellas Artes se sucedían: Poemas a la Carta, lecturas poéticas de Vanesa Pérez-Sauquillo, Gabriela Wiener, Martha Asunción Alonso, sonetos de Miguel de Unamuno, Luis García Montero y Rosa-Torres Pardo y diferentes charlas entre autores, Patricio Pron con Rodrigo Fresán; Jesús Carrasco, Luis Landero con Berna González Harbour entre otros.
Acabamos la velada con la visita de Javier Ximens, desde Los Montes de Toledo , cenamos muy bien acompañados con Saly, Clara y Dani, entre charlas y risas.


El sábado después de un paseo por las librería La Central y la compra de algún ejemplar, empezamos la jornada literaria a las doce de la mañana con la conferencia de:

Gustavo Martín Garzo, Elisa Martín Ortega y Cristina García Rodero, Los siete pecados capitales.

La Fábrica ha recuperado la mítica colección de Palabra e imagen, creada en los sesenta por Esther y Oscar Tusquets para Lumen, y ha tomado el  relevo en la publicación de obras realizadas por grandes maestros de la literatura y la fotografía. En este libro se unen los artículos que escribieron para El Semanal sobre los siete pecados capitales,  escritos a la limón como indican cómplices, padre e hija. La revista le decía el pecado que tocaba cada semana. Empezaron por la Lujuria, pecado que remite al  placer y al deseo ante la pregunta ¿todos nuestros deseos son buenos? ¿Deseables? No mentir, no traicionar, no dominar… El pecado tiene que ver con el abuso de poder y desde este punto de vista van enfocando el texto de las distintas imágenes y pecados capitales bajo esta óptica.
La portada es el cuerpo de una muchacha sobre una cama, la fotógrafa Cristina García Rodero no juzga, no se apropia de la imagen, busca la luz que la hace vivir. Nos muestra lo que ve y lo que no está, acoge la belleza, llega a un lugar sin daño, aspira a captar la presencia. Así se convierten sus fotografías en el arte de la mirada, que ven y adivinan, dónde soñar es lo más necesario que existe, más que ver. Con la imaginación y el sueño se soporta mejor la vida, la ceguera. Las diapositivas del libro fueron pasando mientras Cristina nos hablaba del momento en que las tomó, de las personas que son protagonistas, de la belleza de esos seres anónimos que se prestaron a posar.

Terminada esta conferencia fuimos a almorzar con Pablo Vázquez, que vino Sin bulla. Visitamos la Exposición en la Sala 31 Alcalá,   “El rostro de las letras”.  


Escritores y fotógrafos en España desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914. Más de doscientas fotografías, libros y documentos originales del campo de la literatura dónde se representa en escenas públicas y privadas, a diferentes personajes de la vida cultural española, como: Azorín, Baroja, Marañón, Ortega y Gasset, Pardo Bazán, Rosalía de Castro, Unamuno, los hermanos Álvarez Quintero y Machado, Blasco Ibáñez, Bécquer y muchos otros.


Después de tan literaria visita,  un té en el Café Galdós, unos de los pocos  que quedan con encanto dónde nos despedimos de Pablo Vázquez y volvimos al Circulo de Bellas Artes para continuar con nuestro maratón literario, dónde nos esperaban:


Aixa de la Cruz, Ronaldo Menéndez, Selva Almada y Elena Medel, El estado del cuento.

El cuento es la esencia de la revista Eñe, de la que nace este festival. A instancias de la revista la ganadora del Premio Cosecha Eñe 2014, Aixa de la Cruz, analiza el actual estado del cuento junto a la argentina Selva Armada, a quien en su país han comparado con Carson MacCullers; el escritor cubano afincado en España Ronaldo Menéndez, experto en técnicas narrativas y Elena Medel redactora jefa de la revista Eñe. Hablan de sus lecturas y de cómo el cuento es más permisivo para campo de experimentos, un género  breve del que se entra y se sale. Para unos Relato y cuento es lo mismo, dónde se abarca el todo con un golpe de vista que invita a desmontarlo. Quienes empiezan a escribir deben saber que cada trama necesita de un espacio, Crimen y Castigo nunca hubiera podido ser un cuento. Y que a veces un género se mete dentro de otro y se pueden escribir varios géneros a la vez. Todos afirman al unísono que lo más tremendo es el cuento por encargo. Al haber sido jurado de Certámenes de cuentos notan cuando un relato es de taller. Con unanimidad afirman que el ingrediente secreto del cuento es la voz propia del autor y poder pararse en el lugar desde dónde contar la historia. También conversan sobre el estado del cuento en España, de que gracias a la apuesta de editoriales como Páginas de Espuma, Salto de página, Menos cuarto, e.d.a. libros, Tropo editores, Pre-textos y entre otros la revista Eñe apuestan por este género minoritario aún.

Después de escuchar este interesante coloquio en el Teatro Fernando de Rojas, subimos a la quinta planta a la Sala de columnas para escuchar a:

Pepe Verdes, El talento no es analógico ni digital


Cada vez es más importante para los editores encontrar buenas historias y buenos creadores, por lo que el debate en torno a la lectura en papel o tableta es bastante estéril, aunque la tecnología aporta nuevas herramientas para descubrir talentos. Pepe Verdes nos presenta una serie de plataformas que utilizan al lector como herramienta para saber qué editar y pone como ejemplo el libro de Harry Potter, rechazado por numerosas editoriales hasta que el editor que lo publicó se lo dio a leer a su propia hija y a esta le encantó.  En su plataforma manuscritics, Pepe Verdes recurre a lectores no profesionales (blogueros, blibliotecarios, libreros, profesores, clubes de lectura...) a los que les ofrece leer nuevos proyectos editoriales y tras la lectura, estos complementan un cuestionario. Con estos datos elabora un ranking de los libros que más puntuación han tenido y es lo que presenta a las editoriales. ¿Quién se beneficia? aparte de la agencia y la editorial que con esta herramienta van a tiro fijo ¿Qué tipo de literatura se editará con este sistema? ¿Será mejor o peor? Son preguntas que me hago después de escuchar a Pepe Verdes hablar de los buenos resultados de este sistema. No es que desconfíe de la opinión de estos lectores voluntariosos, soy la primera que comparto una reseña en mi blog cuando un libro me gusta, pero me deja muchas preguntas por contestar. También es bueno que los autores tengan la oportunidad de ser leídos por un buen número de lectores que no saben nada de ellos (no es lo mismo la actitud al leer si sabes que lees a un autor consagrado, que si es a un desconocido) Estos lectores pueden dar una opinión sincera, llana, sin favoritismos ¿qué pasa con los lectores profesionales entonces? Ya sabemos que las editoriales espían el vendaval de auto publicaciones y el ranking de ventas en Amazón, y que a más de un manuscrito que han rechazado han intentado repescarlo, cuando ven los resultados de la publicación digital. No sé si somos conscientes de que todo está cambiando, ha llegado el tiempo de los lectores, ellos pagan y ellos mandan.
Tras esta charla bajamos de nuevo al Teatro Fernando de Rojas donde encontramos un debate cara a cara con:

Javier Sierra, Andrés Ibáñez y Manuel Loureiro, De lo maravilloso y lo real


Bajo este título se han recopilado los textos de Joan Perucho, un autor que aseguró que escribía literatura fantástica porque no le convencía la realidad. Los tres escritores se preguntan cuánto hay de maravilloso en lo real, y reflexionaron en torno a aquellos escritores que miraron lo cotidiano para elevarlo al terreno de la imaginación,  a lo mágico y erudito a la vez. Esto lleva a hablar de la teoría de “la sincronicidad” de Jung, que es como la concurrencia en el tiempo de dos fenómenos que sin relación causa alguna, hace referencia a un solo significado. Llevado a un terreno literario cuando te encuentras atascado escribiendo y de pronto se te cae un libro y se abre por una página que te desbloquea, o en una librería de viejo aparece ese libro que tan bien te viene para resolver una descripción técnica. Una charla amena en la que nos recomiendan, que no dejemos nunca de soñar, que lo fantástico está en todas partes.
Esta vez no tenemos que salir del teatro y esperamos la llegada de:

Ignacio Martínez de Pisón y Rodrigo Cortés,  A 24 palabras por segundo


Una interesante charla sobre cine y literatura y las diferentes formas de financiación. Mientras en una novela todo es gratis pueden entrar todo tipo de elementos literarios (elefantes, ropa de época, carruajes, edificios imponentes) las palabras son gratis se dicen entre risas, mientras para una película hace falta un productor y una financiación de vestuario y demás elementos lo que hace a veces imposible llevar un proyecto a cabo. Hablan sobre las dos versiones de la película “Carretera secundaria” basada en una novela de Martínez de Pisón, la misma película rodada en diferentes países y como cambia el sentido de la misma. Comenta Rodrigo Cortés que su película Concursante es considerada de culto pero que nadie la ve, (error, la vimos y comentamos en el club de lectura Cristobal Cuevas de Málaga e hice una reseña en el blog hace unos meses) y va del engaño financiero. Martínez de Pisón nos cuenta del proceso de la escritura de su novela, en la que puede estar más de tres años y asegura que la corrección es fundamental, que tú debes ser tu lector más exigente. Ver lo que sobra y saber qué tienes que eliminar aunque hayas estado más de un mes escribiendo ese fragmento. Y que valora al lector, pero tampoco mata por complacerlo.

Al terminar esta charla ya estábamos saturadas de tanta literatura y nos fuimos a cenar de camino al hotel. Comentamos por la calle  cómo serían esos lectores que leían gratis para la plataforma de Pepe Verdes, con la promesa de que si acertaban mucho los gustos de otros lectores, les podía recomendar como lectores profesionales, invitarles a presentaciones con el autor o festivales literarios.

Ah, el viernes llegué tarde a estas dos conferencias de las que  poco he podido rescatar de mi enmarañada letra en las notas.

Jesús Carrasco, Luis Landero y Elena Medel, Literatura en los márgenes
 Hablan del último libro de Landero que propone un retorno a los orígenes, retoma tonos y  ambiciones de sus primeros libros y viene a hacer memoria parándose "en medio del camino". También la novela de Jesús Carrasco lo consigue, con otro lenguaje: en su caso ese «medio camino» no es biográfico sino geográfico, una tierra de nadie que tiene mucho de espiritual, donde sus personajes viven para ir construyéndose, igual sucede en las novelas de Landero.

Rodrigo Fresán y Patricio Prom, Instrucciones para escribir escritores
El escritor escribe, sí, pero… ¿el escritor también se escribe? Un diálogo entre dos de los más sagaces escritores argentinos de hoy, en el que caben los centenarios de Aldolfo Boy Casares y Julio Cortázar, la llamada literatura del yo o de las construcciones y las inspiraciones de sus propias obras. El hallazgo de la vocación es lo que lleva al libro de escritores sobre escritores.

Y aquí termina mi crónica sobre el festival eñe 2014, una experiencia literaria inolvidable, compartida y con fotos de mi compañera de Punto y Seguido, Inmaculada Reina.

                                                             

                                                                Loli Pérez 
                                                            Punto y Seguido



jueves, 20 de noviembre de 2014

PERDIDA. JUEGO DE APARIENCIAS.

A pesar del éxito de público, a casi nadie parece gustarle Perdida, (Gone Girl, David Fincher, 2014). Pregunto a mis amigos, a mis compañeros de trabajo y me dicen : Está bien, entretenida, pero demasiado larga. Y otros, los que más: ¡Menuda castaña!. Casi todos sacan a relucir una cierta incoherencia en los minutos finales. Esa escena en el hospital en la que el caso parece quedar resuelto, o esa otra, aún más imposible, de la entrevista en televisión. Yo contraataco con mis argumentos: ¿Se puede descalificar una película que te mantiene pegado al asiento durante ciento cuarenta y nueve minutos, brillantemente rodada e interpretada y un tema más que interesante, por ese par de escenas para nada incorrectas ni gratuitas?. Y ellos responden. Sí, porque es lo que te queda, la sensación de que te han tomado el pelo, de que todo es una absurda americanada, otra más. Está bien, es lo que te queda, pero para nada estoy de acuerdo. Para mí ese final no tiene nada de la típica americanada, es más, me parece un final terrible, impensable para las mentes cuadriculadas de los magnates de la industria hollywoodiense. Ese intento de parecer un final feliz, sin ni siquiera ser un final y muchísimo menos feliz, en realidad solo trata de prolongar ese sutil entramado de reflejos y apariencias por el que discurre toda la película. Bien mirado, es difícil determinar qué pertenece a la realidad y qué a la apariencia y de aquí parte su principal atractivo y también, pudiera ser, su principal problema.


David Fincher, partiendo de un best-seller de éxito y con guión de Gillian Flynn, autora de la novela, plantea una película arriesgada, extraña, morbosa, un espectáculo absorbente y retorcido, en las antípodas de lo comúnmente considerado como "la típica adaptación de un best-seller de éxito". Aunque no he leído la novela, imagino que Fincher ha llevado la historia a sus intereses, a su territorio. Todo su cine parece basarse en el desarrollo de ese único concepto, lo que es y lo que parece ser, lo que vemos y lo que se nos oculta. Seven, The Game, Zodiac, El curioso caso de Benjamin Button, La red social ..., en todas ellas podemos rastrear la misma premisa: Alguien se muestra distinto a como es, pero deja pistas de su propia identidad; alguien quiere descubrirlo, pero no sabe, no puede o no quiere descubrirlo; alguien lo descubre cuando es demasiado tarde o no llega a descubrirlo nunca. Prueba de este mecanismo son los más que evidentes puntos de contacto entre los personajes de sus películas: la esposa manipuladora de Perdida, los sicópatas de Seven y Zodiac, el Mark Zuckerberg de La red social, la Lisbeth Salander de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres,... En el caso de Perdida el juego de representación va más allá. No solo en su planteamiento y desarrollo la película juega con el espectador —utiliza hasta tres puntos de vista distintos, con sus correspondientes giros argumentales, intercala en su puesta en escena un sin fin de pistas falsas, para hacernos creer una cosa y a la vez sembrar las dudas sobre ella— sino que los personajes protagonistas, el matrimonio formado por Nick (Ben Affleck ) y Amy (Rosamund Pike) desde el momento de conocerse mantienen entre ellos ese juego de representación, de intentar mostrarse distintos a como son en realidad, buscando la aceptación del otro, o cuanto menos, tratar de parecerse a quien el otro desearía que fuera. Algo que sin ir más lejos también exploraba Alfred Hitchcock en Vértigo (idem, 1958) donde Scottie, (James Stewart) transformaba a Judy en Madeleine (ambas interpretadas por Kim Novak) un fantasma al que la propia Judy había prestado su apariencia. Y también juegan en el mismo terreno el matrimonio interpretado por Liv Ullmann y Erland Josephson en Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, Ingmar Bergman, 1973) quitando y poniéndose caretas durante los diez años de relación que recorre la película.

En Perdida, aparte de su trama rocambolesca y de todos sus fuegos de artificio que, imagino, pueden inducir al respetable a pensar que estamos ante un típico producto de consumo servido con todos los ingredientes narrativos, técnicos y temáticos para resultar un blockbuster de temporada, existe un milimétrico trabajo de acoplamiento de cada uno de esos ingredientes para lograr un conjunto coherente con la idea final que Fincher quiere transmitirnos: un demoledor estudio sobre las relaciones de pareja en la América de la Crisis.


Perdida tiene una envoltura de clasicismo, de puro melodrama años cincuenta atravesado por ramalazos de thriller, donde todos sus elementos —fotografía luminosa y muy poco contrastada, abundancia de primeros planos, de rostros, de gestos, de pequeños detalles de mobiliario,...— están al servicio de una historia, de unos personajes empeñados en su único juego posible, un inagotable esconderse para aparecer transmutados, parecidos a quienes  soñaron alguna vez.



Miguel núñez ballesteros
Punto y seguido


lunes, 17 de noviembre de 2014

EL ESTILO DEL ESCRITOR


Si tuviera que contestar, sin pensar mucho, qué es el estilo de un escritor, diría que es aquella manera de decir que lo hace reconocible y perdurable, lo que hace que volvamos a él en cada uno de sus libros independientemente de los que  nos cuente, aunque al final, lo que nos cuente también cuente.


         Dice la RAE, en una de las acepciones del término “estilo” de su diccionario, que es “la manera de escribir o de hablar peculiar de un escritor o un narrador”. Viene a decir lo mismo que yo. Demasiado sencillo para un concepto del que tantos han opinado desde dentro y desde fuera de la literatura, pero sí un buen punto de partida.

         La manera de escribir o de hablar. En su libro Pura alegría, en el capítulo que dedica a la voz y al estilo, Muñoz Molina dice que “en las palabras escritas, lo que buscamos es escuchar una voz o una sucesión de voces que se entrelacen en nuestra imaginación, como los sonidos de la música. Simétricamente, la tarea del escritor es encontrar la suya y aprender a usarla”. Habla también de la “atención apasionada del oído y de la mirada”. Tendrá que ver el estilo, por tanto, con la mirada del escritor y, sobre todo, con su voz, con su manera de decir. En mi opinión es difícil deslindar voz y mirada, la una lleva a la otra y viceversa. Dice también Muñoz Molina que “los libros nos importan cuando escuchamos en ellos una voz singular que no hemos oído antes nunca, o cuando al cabo de una o dos relecturas ya la reconocemos tan inmediatamente como la voz querida de un amigo”. Esto es el “hablar peculiar” de la definición del DRAE. ¿Quién podría negar, le gusten o no todos sus libros, que Saramago tiene estilo, que una vez has conocido su voz la reconocerías en cualquier texto? Por su manera de prescindir de la puntuación, por la elección de palabras sencillas y esenciales, por la seducción pedagógica de su sentido común, por su acento de fábula con moraleja y resonancias bíblicas. También es inolvidable la voz caribeña y exuberante de García Márquez, sus imágenes exageradas, su manera de contarnos las historias que le contó su abuela. Cualquiera que lo haya leído reconoce a la primera ese realismo mágico que dio nombre a un modo de decir que creó escuela, un estilo con una legión de seguidores.

Uno no sabe muy concretamente por qué, pero se enamora del estilo de un escritor, un poco a ciegas. Y es solamente la relación que mantienes con él a lo largo de los años, a lo largo de sus obras, la que te muestra lo que te enamoró, la esencia de lo que te enamoró, lo que permanece.

     El problema de definir el estilo literario es establecer los elementos que lo componen. Porque a fin de cuentas, sólo son palabras, palabras que nos pertenecen a todos y al escritor, pero a éste, sobre todo, la manera de usarlas.

       Decimos de alguien que tiene estilo vistiendo, por su manera personal de combinar colores y tejidos, por los zapatos que usa, por la manera de peinarse o despeinarse, por la ropa interior que le suponemos, por la sencillez o por el atrevimiento, por pequeños detalles o complementos como un foulard o una flor en la solapa, por su singularidad en las elecciones delante del escaparate o del armario. Los miramos a ellos en vez de a otros porque su ropa los distingue y muestra una coherencia con lo que son.

         Definimos el estilo de un pintor por los motivos que elige, por los colores que usa, por las dimensiones del lienzo, por el empaste de su pincelada, por el grosor y la fluidez de su trazo…digamos que deja una huella sobre la obra que podemos desentrañar.


         Para hablar del estilo de un escritor contamos sólo, en principio, con sus palabras, negro sobre blanco, en la hoja impresa o en la pantalla del ordenador. Pero, igualmente, lo que de verdad cuenta son sus elecciones, cómo usa ese material y la huella que nos deja esa peculiar manera de oír y de mirar la realidad y de expresarla. No hay que olvidar que “estilo” es el nombre que se le daba al primitivo punzón con que se escribía sobre las tablas enceradas en la antigüedad y que marcaban el estilo de cada escribiente.


         He rastreado las opiniones de muchos escritores y pensadores en relación con el estilo y todos comparten lo esencial de la definición con más o menos vehemencia. Schopenhauer dice que “el estilo es la fisonomía de la mente”, Leo Spitzer opina que es “la revelación de la identidad profunda del escritor” y Montaigne, rotundamente , que “el estilo es el hombre”. Respecto a la frase de Montaigne, Muñoz Molina apunta que cuando se dice que el estilo es el hombre, “no se trata de que el estilo sea el don más valioso que un hombre, un artista, pueda tener, sino de que es una emanación veraz de un carácter, de una vida y una actitud que se manifiestan en él igual que su manera de mirar o en el metal y el tono de su voz”.  En la misma linea, Paul Harding opina que “el estilo de un escritor, su voz, son parte indeleble de él, como la forma de su cerebro”.Para Montesquieu, “El hombre que escribe bien, escribe, no como los demás, sino como él mismo”. Y así he entendido a Lobo Antunes cuando le he escuchado asegurar: “Nadie escribe como yo”. Para Mauriac, “el gran novelista rompe su molde, sólo él es capaz de usarlo”.

         No creo que esto que vengo apuntando, con la ayuda de tantos pensadores, tenga nada que ver con una facilidad espontánea en la escritura. Ya Aristóteles exigía al buen escritor un estilo claro. Goethe, sabiendo que “el estilo de un escritor es fiel trasunto de su mundo interior”, recomendaba: “Si alguien quiere escribir con claridad, que  vea antes claras las cosas en su espíritu, y si quiere tener grandeza en el estilo, ha de procurar primero tener grandeza en el alma”. Y de nuevo Muñoz Molina: “El estilo no es un sistema de guiños, de adornos y de costumbres verbales, sino un ejercicio desvelado y continuo de naturalidad, de valentía y de vigilancia, para saber qué es lo que tiene uno que decir y decirlo con las únicas palabras posibles, sin impostar ni engolar la propia voz”.

Hasta aquí la teoría, pero en la práctica, si queremos averiguar de qué esta hecho el estilo de un escritor, ¿en qué deberíamos fijarnos? Vienen en nuestra ayuda las reflexiones de Nietzsche. Para él, el escritor con estilo debe escribir imitando a como lo diría de viva voz y para suplir los gestos del lenguaje oral, considerar todo como un gesto: la longitud de las frases, la puntuación, las respiraciones, la elección de las palabras, la sucesión de los argumentos…

El estilo de un escritor es algo así como su firma, un resumen de todos estos gestos fabricados de palabras, algo hecho de todas sus elecciones y todas sus renuncias, algo que procede de su propia esencia pero también de su esfuerzo sostenido. Porque aunque todos tenemos nuestra propia voz, no todas son inolvidables.


Inmaculada Reina
Punto y Seguido

jueves, 13 de noviembre de 2014

MIGAJAS


Las palomas han ocupado el centro de las plazas iniciando una revolución. El zureo es insoportable. Se ha enviado al ejército para apaciguarlas, pero a medida que las matan surgen más de entre las grietas de los muros. Hasta ayer, algunos decían que alegraban las plazas.
      Las palomas ya no son un símbolo de paz o del espíritu santo. Atacan a todo el que cruce la calle, y no hay quien compre en el supermercado,  eche gasolina o asista a una obra de teatro. Ni siquiera hay niños en la escuela.

     No hay forma de apaciguar la violencia de las palomas. Nadie olvida que hasta ayer se conformaban con migajas de pan.


Pedro Rojano
Punto y Seguido


jueves, 6 de noviembre de 2014

NEW YORK CITY (2ª Parte)

Queda tanto por contar de nuestro viaje a Nueva York, que dos partes se me antojan insuficientes. Sin embargo, no voy a extenderme mucho más allá, no pretendo contarlo todo, aunque una tercera parte sea necesaria. Este acercamiento, pues, es tan sólo la unión de retales de un viaje inolvidable a La Gran Manzana. 

Vista del puente de Brooklyn y del Skyline de Manhattan al anochecer
Dicen que para asegurarte la vuelta a la ciudad de los rascacielos, el glamour y los musicales, tienes que cruzar el puente de Brooklyn, todo un símbolo de la ciudad de Nueva York. Nosotras lo cruzamos dos veces, una al anochecer, al principio de nuestro viaje, y otra a mediodía, al final del mismo. Nos dirigimos en metro hasta DUMBO, la zona  de Brooklyn más cercana al East River, y una vez alcanzado el puente de Manhattan, bajamos hasta la orilla del río para admirar al puente más famoso y al skyline más peliculero. Nos sentamos en unas piedras grandes que hacían de mirador, y observamos cómo el día terminaba más allá de los rascacielos. El cielo era ahora rosa, ahora naranja, ahora añil, y así hasta el negro, y bajo él, cientos, miles, no sé si millones, (tal vez sea exagerar), de lucecitas se iban encendiendo en los edificios. Cruzar el puente de Brooklyn te puede llevar más tiempo del que imaginas, no porque su distancia de un lado a otro sea de casi 2kms, sino porque a cada momento te quedas paralizado, bien por las vistas que deseas inmortalizar en la retina y en la cámara, o bien por el atropello de turistas despistados o ciclistas, que aún yendo por su carril, te pegan más de un susto por la velocidad a la que circulan. Yo caminaba salvando obstáculos, pensando que el puente era tan impresionante como cuentan las películas, y repitiendo un mantra: ¡Queremos volver, queremos volver, queremos volver!

Caminando por el puente de Brooklyn, al fondo el skyline de Manhattan
No soy muy original a la hora de elegir mis rascacielos favoritos. Lo tengo bastante claro: Empire State, Chrysler y Freedom Tower, y como bonus track uno que no destaca por su belleza pero sí por su terraza, el Rockefeller y su Top of the Rock. 

Chrysler - Empire State - Rockefeller - Freedom
No nos cansamos de admirar el edificio Chrysler cada día. Desde el puente de Brooklyn, desde la Central Station, desde la calle 42, la ONU, o desde las terrazas del Empire y el Top of the Rock. Aunque sin duda cuando más me llamó la atención fue la primera vez que su diseño art decó y sus gárgolas se asomaron por sorpresa a una de las calles que cruzábamos cuando nos dirigíamos a Bryant Park, un pulmón indiscutible del midtown donde esa noche proyectaban aquella película que hizo famoso a Ralph Macchio y a Pat Morita (Sr. Miyagi), y a su dar cera, pulir cera. El vestíbulo del Chrysler no es tan ostentoso como pretende, y a fin de cuentas no te dejan pasar más allá de un cordón que corta el paso a los curiosos. 

Si de vestíbulo ostentoso se trata, entonces tenemos que hablar del Empire State, y después del Rockefeller, pero sobre todo el Empire State. Nada más llegar, a ser posible lo más temprano que se pueda para evitar colas, (nosotras elegimos subir por la mañana, porque al Top of the Rock íbamos a subir por la tarde-noche y así poder ver el Empire State iluminado), nos quedamos asombradas por el lujo de su entrada. Subimos hasta el piso 85 en lo que un ascensor normal tarda en subirte a un octavo. Temí que se me taponaran los oídos, (soy sensible con ese tema), pero ni un leve cosquilleo en el estómago. Llegar a la planta 85, (a 381m de los 443,2 que posee el que fuera el edificio más alto de NY, ahora es la Freedom Tower y antes lo fueron las Torres Gemelas), es un paseo que apenas da tiempo a disfrutar, cosa que no ocurre al llegar a la terraza acompañada por unos auriculares que evitan que te pierdas un sólo rincón de los edificios  y techos de Manhattan. La organización de la visita es absolutamente de diez y en cuanto a las vistas: Juzguen ustedes mismos.


Vista del sur  Manhattan desde la terraza del  Empire State

Vista del midtown y norte de Manhattan desde la terraza del Empire State
Abandono el observatorio que aparece en películas tan famosas como Tú y yo, Algo para Recordar o Cita de Amor, para irnos a la planta 69 del Top of the Rock del GE Building, (Rockefeller Center), en un ascensor que simula ser una nave espacial, con techo de cristal,  que viaja a años luz por el hueco iluminado del ascensor, que mide unos 240m. Son dos, incluso tres, alturas las que encontramos en la terraza. Desde allí, se divisa todo Manhattan, incluso el Empire State, que ese día de agosto, vestía de blanco. 


Vista al anochecer del norte de Manhattan desde el Top of the Rock

Vista nocturna del Midtown y Downtown desde el Top of the Rock
No quiero dejar de nombrar un edificio y el distrito que lleva su nombre: Flatiron, que debe su nombre al parecido con las planchas de su época. El Flatiron Building fue el primer rascacielos de Nueva York y uno de los más hermosos, (estilo Beaux Arts), y elegantes. ¿Que por qué no estaba en mi lista anterior? Pues por altura, simplemente, (mide 87m), pero como en el baloncesto, ¿acaso los bases no son importantes en el equipo? Pues este también lo es y mucho. Se cuentan historias de apuestas sobre lo lejos que llegarían los escombros cuando el viento lo derribara. Nadie creía en su futuro, sin embargo lleva en pie la friolera de 112 años, y probablemente sea uno de los edificios más queridos y fotografiados de Manhattan, y hemos podido verlo en varias películas: Spiderman, Armageddon, Hitch, etc. 


Flatiron Building
El Flatiron District es una zona altamente recomendable para pasear, y si es posible, comenzar el recorrido en Union Square, una placita que siempre está llena de gente y en la que es fácil encontrarse puestos de comida o de productos americanos. Esta zona es mayoritariamente residencial, con encantadores cafés y casas elegantes, como esa hilera de preciosas casitas de los años veinte llamadas Block Beautiful, por el encantador y hermoso conjunto que conforman, (En la 19th entre Lexington Av y la 3rd Av). Subiendo por esa calle, nos encontramos con un parque pequeño y privado, construido expresamente para los ricos, a principios del s.XIX, llamado Gramercy Park. Cuando llegamos al Flatiron Building, nos sentamos a descansar justo en el parquecito de enfrente, Madison Square Park, donde las ardillas corren a sus anchas y se acercan a pedirte algún cacahuete. Los M&M's les chiflan, sobre todo los de color rojo. Tras este breve descanso, decidimos proseguir. El edificio Flatiron está limitado al sur por la calle 42th, al oeste por la 5th Av y al este por Broadway. Nos decantamos por Broadway. 


Madison Sq Garden, delante del Flatiron B.
Hay tanto que contar de Broadway,  la diagonal principal de La Gran Manzana, que junto a los barrios, Times Square, los museos, Central Park, Harlem, Upper East and West, merecen un capítulo aparte, el tercero y último. Hasta entonces, espero que estéis disfrutando de este viaje por Nueva York. 





Esta entrada junto a la anterior, (Pincha Aquí),  y la siguiente de New York, están dedicadas a  Patricia Monteagudo, sin ella este viaje no habría sido ni posible ni tan fantástico. 

To be continued
(Continuará)



Punto y seguido


Fotografías propiedad de Isabel Merino. Tomadas en NYC en Agosto de 2014.

Videos tomados de Youtube.

lunes, 3 de noviembre de 2014

STONER, JOHN WILLIAMS

  
Stoner de John Williams  (Texas 1922-1994) publicada en 1965, no llega a España hasta el año 2010, rescatada del olvido por la editorial Baile del Sol. La primera vez que escuché este título fue en un encuentro literario con el escritor Garriga Vela, que tuvimos en el club de lectura. Poco después llegó a mí de la mano de un buen amigo, que acertó de pleno cuando me dijo que me iba a apasionar su lectura.
Escrita de una forma lineal va desgranando la vida de su protagonista, William Stoner, un muchacho que crece con pocos afectos en la granja de sus padres, donde trabaja desde los seis años ordeñando vacas entre otras tareas, hasta que en la adolescencia deciden enviarlo a estudiar Agricultura en la Universidad, haciendo un enorme sacrificio. Recuerda en cierto modo el ambiente rural y humilde que se describe en algunas novelas de Miguel Delibes.  


Ya en la Universidad durante una clase de literatura, el profesor Sloane le descubre su pasión por esta materia, al leer un soneto de Shakespeare «Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte,/ amar bien aquello que debes abandonar pronto». Se produce una especie de epifanía, decide abandonar su carrera agrícola para pasarse, a espaldas de sus padres, a la de letras: « El amor a la literatura, al lenguaje, al misterio de la mente y el corazón manifestándose en la nimia, extraña e inesperada combinación de letras y palabras, en la tinta más negra y fría… el amor que había ocultado, como si fuese ilícito y peligroso, empezó a exhibirse, vacilante en un principio, luego con temeridad y finalmente con orgullo».
          Un personaje solitario, tímido y taciturno, carente de ambición profesional, embebido en su pasión por la lectura que le hace ser un profesor brillante en ocasiones. Pero debido a su carácter, pasa por la vida dejándose avasallar en el ámbito profesional por un superior al que se enfrenta de forma tozuda, negándose a aprobar a su favorito y soportando las consecuencias estoicamente. Tampoco podemos olvidar la batalla silenciosa y encarnizada que mantiene contra él su propia mujer, Edith, que lo va arrinconando y haciéndole la vida imposible, incluso alejándolo de su propia hija con la que mantiene un vínculo muy especial en la infancia.
Su única válvula de escape y refugio son los libros «Se decía que debía de estar agradecido por tener la oportunidad de leer en soledad, libre de la presión de tener que preparar clases en concreto, libre de direcciones predeterminadas en su aprendizaje. Intentaba leer al azar, por propio placer e indulgencia, muchas de las cosas que había estado años esperando poder leer».
Hasta que de una manera un tanto torpe encuentra el verdadero amor «En su año cuarenta y tres de vida, William Stoner aprendió lo que otros, mucho más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra».
Un nuevo fracaso porque no es capaz de luchar contra las convenciones sociales de la época y se deja manipular por sus propios enemigos. Es casi al final de su vida cuando, con una astucia inusitada, logra darle la vuelta a la tortilla haciéndose respetar frente a su adversario más empedernido en la universidad, y también por Edith en su propio hogar.


«¿Qué esperabas?»
Es la pregunta que se hace en sus últimos días, a la que el lector asiste preguntándose por qué se ha encogido como un caracol dentro de su concha y no ha luchado por cambiar su vida, por mantenerse cerca de las personas que más le importaban, y ha sido un personaje normal, indefenso, muy parecido a mayoría de los mortales.
Una novela escrita con un estilo sencillo y directo, quizá con tintes autobiográficos y con reminiscencias de la generación perdida. Muestra las distintas caras del amor, de la amistad, de la guerra que no solo destruye a los que van, sino de alguna forma a los que se quedaron. Señala las luchas internas en el mundo docente, pero sobre todo revela, haciendo especial hincapié, la forma de dejarse arrastrar y casi ahogar por la propia vida.

Un libro que todo apasionado por la literatura debería leer.

Loli Pérez
Punto y Seguido