Me
gustan las novelas históricas donde la HISTORIA no sea el centro, donde la
narración transcurra durante un período específico, pero que no sea «ese» el
tema, y si lo fuera, se justifique y no sea una mera impostura para vender. Donde
no se «fabule», y el escritor esté muy bien informado sobre esos detalles que
parecen nimios, pero que no lo son: la vida cotidiana. Y además nos regale el
subtexto que nos quiera contar, su manera de interpretar esa época. Eso es lo
interesante, quieran o no. El resto lo encontramos en los libros de Historia: las
guerras, los tratados, los nombres de los almirantes, la sucesión de los reyes,
las ciudades invadidas, los imperios que se extienden, los imperios que mueren…
Tu reino. Mi reino.
Cuando
pensamos en García Márquez lo que nos viene a la cabeza es el paradigma del
Realismo Mágico: Cien años de soledad. Aunque toda su literatura esté
impregnada de ese toque a Macondo, en esta novela, específicamente, el realismo
está embebido por la magia en las mentes enrevesadas de la última etapa de la
Edad Moderna, donde se perciben los postreros coletazos de la Inquisición. La diferencia
radica en que Gabo, de manera indirecta, ironiza y no se deja seducir por «ese»
pensamiento mágico, porque se trata de una magia sin poesía. Es una magia
cargada de terror, de mentira y de aversión a la belleza y al amor.
Convento de Santa Clara
La
narración transcurre en el siglo XVIII en Cartagena de Indias. No se nombra la
ciudad ni el año, pero en la primera hoja lo descubrimos con la llegada del
galeón de la Compañía Gaditana de Negros, con los esclavos de Guinea, y más
adelante, cuando uno de los personajes nombra los autores que ha leído (Leibniz
y Voltaire), podemos darnos cuenta que se encuentran en plena Ilustración.
La inspiración para este libro le vino de un desenterramiento en una
de las criptas del convento de Santa Clara, cuando Gabo era un joven
periodista. Fue el de una niña de cabellos rojos y larguísimos, sin apellido,
llamada Sierva María de Todos los Ángeles. Según cuenta en el prólogo que
antecede a la novela, su abuela le hablaba siempre de «una marquesita de doce
años cuya cabellera le arrastraba como una cola de novia, que había muerto del
mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe
por sus muchos milagros». No sabemos qué tan cierto sea esto, y mucho menos si
la cabellera medía, al desenterrarla, veintidós metros con once centímetros,
como él cuenta en el prólogo. Gabo unió en esta novela a todos los muertos que,
según nos cuenta, desenterraron ese día: don Toribio de Cáceres y Virtudes,
obispo de esa diócesis; la madre Josefa Miranda, abadesa del convento; doña
Olalla Mendoza, marquesa de Casalduero; don Ygnacio de Alfaro y Dueñas, marqués
de Casalduero, cuya cripta estaba vacía; y algunos más, creados por su fecunda
imaginación. Por supuesto, el convento de las clarisas, que albergaba la cárcel
de la Santa Inquisición, y que hoy es un hotel de lujo, juega un papel
importante en este relato.
Convento Sta. Clara-Cartagena de Indias
Todo
gira alrededor de Sierva María, que a pesar de ser la hija del marqués de
Casalduero, fue criada por los esclavos yorubas de su casa. Con ellos dormía,
jugaba, cantaba y aprendía sobre su religión de sincretismo enmascarado, de
orishás, donde Ymanjá era la virgen María, y donde los collares que usaba le
otorgaban poderes mágicos. Una niña mordida por un perro rabioso, que no contrajo
la rabia pero que, por orden del obispo, fue entregada al convento para ser
exorcizada, porque en esa época de ignorancia y superstición el pueblo
confundía al mal de la rabia con la posesión demoníaca. El exorcista se llama
Cayetano Delaura, casi un bibliotecario, un hombre que tiene acceso a ciertos
libros «prohibidos», que emula a los monjes benedictinos de El nombre de la
Rosa, pero con la razón por bandera, como buen hijo de la Ilustración. Y como
bien dice el título, es una historia de amor, prohibido, y de ahí los demonios:
el amor entre un cura y una niña de doce años. Un sacerdote que la defiende
porque sabe que no está poseída, y que además entiende que la rabia es una
enfermedad, no una posesión. Una niña que representa la posesión como un teatro
para burlarse de las monjas que la acogen, con el mismo poderío oculto de los
esclavos, con su lenguaje, con sus costumbres.
Es
un libro de apenas 150 páginas. Uno de esos libros que yo aconsejo para leer en
aeropuertos, cargado de guiños históricos que hoy pueden parecer descabellados,
pero que no lo son, porque aún el mundo está lleno de fanáticos.
Punto y Seguido
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