viernes, 24 de enero de 2014

JUAN GELMAN

La vida de Juan Gelman se fue apagando como un tango de Gardel. En la caja fuerte de su memoria viajan los momentos más álgidos de la Argentina, con todo el dolor acumulado, pero también los buenos instantes del pasado remoto.

Buenos Aires, 3 de mayo de 1930 - México DF, 14 de enero de 2014


Sentado al borde de una silla desfondada,
mareado, enfermo, casi vivo,
escribo versos previamente llorados
por la ciudad donde nací.
                                 Gotán (1963)

Su vida transcurrió en esa sumatoria de golpes de estado que fue mi país, con el sablazo final: la desaparición de su hijo y de su nuera. Y una nieta que pudo encontrar hace pocos años. «Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron», le decía en una carta, sin saber si era mujer o varón. Imposible que todo esto no marcara su poesía cargada de vacío, de esperanza, de dolor. Todo junto a veces en un mismo verso. Le dolía, no sólo las desapariciones humanas, sino la desaparición de los proyectos. Ese umbral que se cruza y parece que ya nunca volverá atrás, como un gesto de desmemoria que se lleva a los seres y con ellos a sus ideas. En algún reportaje le escuché decir: «La función de la utopía es el fracaso, para dar paso a una utopía mejor»…
Recibió múltiples premios: el Cervantes, el Juan Rulfo, el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el Nacional de Poesía Argentina y muchos más. Alguna sonrisa leve se le dibujó. ¿Qué puede esperar un poeta en este mundo que parece tan lejano a la poesía? Que alguien recuerde un verso y se quede grabado en su memoria, seguramente ese sería el mejor premio.
Cuando le preguntaron cuál era el tema de la poesía contestó: El tema de la poesía es la poesía. Tal vez por eso haya tanta gente que la escribe y tan pocos que la leen. Y como si fuese la única misión de su vida, nos dejó versos como estos:

Arte poética

A este oficio me obligan los dolores ajenos,
las lágrimas, los pañuelos saludadores,
las promesas en medio del otoño o del fuego,
los besos del encuentro, los besos del adiós,
todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre.

Nunca fui el dueño de mis cenizas, mis versos,
rostros oscuros los escriben como tirar contra la muerte.
                 

Andrea Vinci
Punto y Seguido

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