jueves, 28 de agosto de 2014

MELANCOLÍA

Existe un trastorno del estado de ánimo caracterizado por sentimientos de tristeza, abatimiento, infelicidad, cansancio, inactividad, falta de energía, baja autoestima, desesperanza, abandono, culpabilidad, frustración, ira… etcétera,  que interfiere en el día a día de quien lo padece provocándole la incapacidad para disfrutar de los acontecimientos cotidianos o positivos de su vida. El termino moderno para designar actualmente dicho trastorno es el de depresión, pero desde tiempos de Hipócrates y hasta principios del siglo XIX, el termino utilizado para referirse a este mal no era otro que el de melancolía.



Con el magnifico «Preludio y muerte de amor de Tristán e Isolda» de Wagner sonando de fondo, asistimos a una sucesión de 8 minutos de imágenes a cámara superlenta y de hipnótico atractivo.  Escenas de belleza gótica, que parecen sacadas de un tétrico cuento de hadas moderno, se alternan con otras del sistema solar donde el gigante Melancolía y la ridícula Tierra, en rumbo de colisión, se aproximan de manera lenta e inexorable.




Así comienza Melancolía, del polémico director Lars von Trier, declarado persona non grata por la Organización del Festival de Cannes en el 2011, debido a sus manifestaciones sobre Hitler durante la presentación de la película ese mismo año. Y aunque la cinta siguió en concurso, tal vez, aquello le costó la Palma de Oro.

El resto de la película está dividida en dos partes, tituladas con los nombres de  las dos hermanas protagonistas de la historia, Justine y Clarie, y rodadas con el característico estilo visual de cámara en mano de Lars.


1ª PARTE: JUSTINE

Justine (Kirsten Dunst) parece feliz  el día de su boda con Michael (Alexander Skarsgard). Su hermana Claire (Charlotte Gainsbourg) y su cuñado (Kiefer Sutherland) le han organizado una lujosa y multitudinaria celebración en su  casa, una fastuosa mansión con cuadras y campo de golf de 18 hoyos, con el único objetivo de que sea feliz. Pero Justine no es feliz. Sufre una profunda depresión que se irá haciendo presente conforme avance la fiesta. Incapaz de disfrutar de la compañía de los invitados, e incluso de la de su marido, ira hundiéndose más y más en su frustración. Intentará pedir ayuda, pero su padre no la escucha y su madre no quiere escucharla más. La fiesta no terminará bien y ella será, a los ojos de todos, la única culpable.



2ª PARTE: CLAIRE

Cuando todo se derrumba alrededor de Justine, su hermana Claire, que parece ser la única consciente de la gravedad de la situación, la única con la fuerza y la paciencia suficientes para ayudarla, la acogerá en la mansión y cuidará de ella. Pero al mismo tiempo que Justine parece estabilizarse, se va produciendo el derrumbe emocional de Claire. Melancolía se acerca y las teorías apocalípticas que circulan por internet, contradicen a los científicos que aseguran que el planeta pasará de largo. Las palabras de Justine tampoco son demasiado alentadoras al respecto. La ansiedad y el miedo crecen en el interior de Claire conforme el planeta va aumentado de tamaño en el firmamento. Su marido intenta tranquilizarla explicándole que no corren ningún peligro, que los cálculos de los científicos son correctos y que no tienen de que preocuparse. Pero el miedo terminará por superarla sumiéndola en un estado de histeria. Cuando descubre que su marido se ha suicidado y que la colisión es un hecho inminente, el pánico se apodera de ella. Justine, por su parte, asume la llegada del planeta con naturalidad, el fin del mundo no le preocupa y parece incluso feliz. Claire intenta huir con su hijo, pero el único refugio posible es una cueva mágica que solo Justine tiene el poder de construir.



Las sobresalientes interpretaciones de Kirstin y Charlotte nos acercan tanto a la crudeza de los trastornos y emociones que sufren sus respectivos personajes, que desplazan a un olvidado segundo plano la trama apocalíptica de la historia. No nos importa lo que le pase al mundo ni al resto de la humanidad, nos importa lo que sucede en el interior Justine y de Claire. Una  impresionante fotografía y una magnifica iluminación, acompañada de unos diálogos desgarradores, complementan las interpretaciones y mantienen la tensión emocional durante las dos horas que dura el film.


FRAGMENTOS DE DIALOGOS


   Justime se ha dormido junto a su sobrino, el hijo de Claire, en la cama del niño. Claire entra en la habitación y le susurra.
  —Justine.
  —Umm. Hola Claire. Estaba dando una cabezada.
  —No te duermas. Es tu boda. Ni siquiera vamos por la mitad.
  —Si tienes razón. Tengo que hacer un esfuerzo.
  —¿Qué ocurre, Justine?
  —Camino arrastrando un ovillo de lana gris. Se me agarra a las piernas. Me cuesta mucho tirar de él.
  —No, no es cierto.
  —Se que odias que lo diga.
  —No se lo cuentes a Michael.
  —No. ¿Crees que soy imbécil?



  El cuñado de Justine y marido de Claire se dirigie a los invitados.
  —Señores muchas gracias por su paciencia, hay un problemilla con el vestido de la novia, enseguida baja.
  Acercándose a Claire, en voz baja le comenta.
 —Esas cabronas se han encerrado en sus dormitorios y se están dando un baño. ¿Toda tu familia esta mal de la cabeza? Es muy violento.
  —Ya lo sé.
  —Debimos poner duchas en el ala de invitados. Lo dije diez mil veces. El que quiera darse un baño que se quede en su casa. Ofrecemos un campo de golf de 18 hoyos, ¿dónde hay algo así? En ninguna parte. Es increíble. Se acabó, se larga.
  —¿Quién? ¿Justine?
  —Tu madre.


  Justine busca ayuda en su madre (Charlotte Rampling).
  —Mamá estoy un poco asustada.
  —¿Un poco? Yo estaría muerta de miedo en tu lugar.
  —No. Es otra cosa, estoy… tengo miedo, mamá.  Me cuesta caminar como es debido.
  —Aún puedes ir tambaleándote. Sal de aquí tabaleándote. Deja de soñar, Justine.
  —Estoy asustada.
  —Todos los estamos, cielo. Olvídalo. Lárgate de aquí.

En fin, una obra de arte bella y emocional.


Mauricio Ciruelos
Punto y seguido

lunes, 25 de agosto de 2014

CHEF


Esta semana, he ido al cine a ver esta película escrita, dirigida, producida e interpretada por Jon Favreau: CHEF. 

Últimamente están muy de moda los programas de cocina en los que un jurado, y hasta el público, deciden quién es el mejor chef de entre los concursantes. Ha habido varias versiones y varias temporadas de los mismos, que si de adultos, que si de niños, pero esta película no tiene nada qué ver con eso, aunque eso sí, hay comida, (y mucha) y sí, hay un gran chef (el mejor). 

Es una película entretenida, de esas que se clasifican familiares y aptas para todos los públicos, y nada más certero. Es despreocupada, irónica, inteligente en ciertos momentos y propensa a la moralidad en otros, pero sin duda hace pasar un buen rato, que no termina con su visionado, pues acto seguido, créanme, existe cierta tendencia irresistible a buscar un restaurante donde saciar ese hambre que la película te genera ya en los primeros minutos. ¿Es posible que se salive viendo una película? Es posible.  


Chef está cocida a fuego lento, o como dijo Federico Marín Bellón en el Diario ABC: Es una tapa de buen cine sin pretensión de alta cocina, que nos tragamos de un bocado. Deja un regusto excelente, sin digestiones pesadas. 

Pero, ¿de qué trata esta comedia fresca y ligera con un reparto que incluye además de a Favreau, a: John Leguizamo, Scarlett Johansson, Sofía Vergara, Oliver Platt, Dustin Hoffman y Robert Downey Jr? ¿sólo de comida? Sí y no. La comida es el hilo conductor, diríase, si la película fuese un libro de relatos en el que debemos buscar un nexo que una los mismos para darle al libro una homogeneidad o un "leif motiv", (como diría y escribiría alguien que conozco). 


Carl Casper, (Favreau), es un chef de restaurante de categoría y cierto éxito y popularidad, en parte, gracias al mismo menú que elaboran desde hace años. Cuando Casper decide ser creativo para poder estar a la altura del exquisito paladar de uno de los mayores críticos culinarios (Platt), famoso por su blog, el dueño del restaurante, (Hoffman) no le permite arriesgarse y recibe una mala crítica que lo vuelve loco, realmente loco. 

A la vez que chef de su cocina, y gran amigo de sus cocineros, es un padre separado  que tiene que dedicar tiempo a su hijo. Y aquí surge ese otro tema tan recurrente de las relaciones padre-hijo. El hijo quiere más tiempo, quiere aprender de esa profesión por la que se desvive su padre. El padre, a su vez,  trata de estar a la altura, y por empatizar algo más con su hijo, se deja enredar en ese complejo y desconocido mundo para él, de las redes sociales. Y es ahí, justamente, donde se desborda, se paraliza y se sumergen en el caos su profesión de chef y su puesto en el restaurante, pues entra en un juego demasiado peligroso de tweets con el crítico culinario, que lo hará perder los papeles, y toda la estructura en la que había basado su vida en los últimos años. Es su ex-exposa, (Vergara), millonaria, hija de cantante cubano y ex-esposa a su vez de Robert Downey Jr, un rico excéntrico, quien le propondrá un viaje a Miami para pasar más tiempo con su hijo, y comprar una camioneta para vender bocadillos cubanos.  



Hay otro tema, y es el de la creatividad, el de la persecución de los sueños, el del aburrimiento que acecha al artista cuando le cortan las alas y se deja comprar por un puesto seguro en el que sabe que no le dejarán avanzar. El del empujón que te dan los que ven la realidad desde fuera. ¿Te dejas empujar? ¿O no? ¿Sí o no? Mientras veía la película extrapolaba al chef a distintos lugares en los que imagino a artistas de diferente artes, bien sean escultores, pintores, escritores, etc. Y entonces vi claro que ahí estábamos todos los que creamos, imaginamos y tenemos ilusiones. No sé, lo vi de repente, mientras salivaba y revisaba los tweets de mi móvil por si por un casual me había llegado alguno de esos que escribía Favreau. 

En fin, yo creo que es una película en la que la música, la actitud de los personajes, y el propio guión sin conflictos, nos invitan a terminar el verano con una sonrisa, y tal vez, con algún deseo de mandar todo a freír espárragos y de lanzarse a pillar uno de esos sueños que se nos van escapando entre la silla y el escritorio de la oficina. ¿Arriesgamos? ¿Un bocata cubano? 


Isabel Merino
Punto y Seguido


jueves, 21 de agosto de 2014

EL DESIERTO DEL AMOR, FRANCOIS MAURIAC

Hay libros que descubro gracias al club de lectura, que no se suelen citar en las consabidas listas de las cien mejores novelas y otras por el estilo, y que de otra forma estoy segura que no llegaría a leer.



El desierto del amor, esa metáfora en dónde el autor nos adentra en la incomunicación familiar, en la pasión no correspondida, a través de sus personajes: el doctor, su hijo y el amor imposible de ambos, María Cross. La novela empieza con un encuentro casual al cabo de muchos años, haciendo que sus vidas, las que creían a salvo, vuelvan a tambalearse de nuevo.

Un análisis profundo de las emociones que mueven al ser humano. En la tranquila vida de provincias, la acción es casi nula, mientras que la pasión se condensa. «Nada —observa Mauriac— la gasta, ningún soplo la evapora; la pasión se acumula, se estanca, se corrompe, envenena, corroe el vaso vivo que la encierra». En el mundo de este Desierto del Amor, lo más es imaginario y el mínimo de acción lo aportan los encuentros.

Mauriac perfila tres personajes carismáticos y repletos de matices. Cada uno de ellos está lleno de complejidades, de miedos, de intemperancias, de dudas, de equivocaciones. Tan humanos que asustan, ya que todas nuestras contradicciones se ven reflejadas en alguno de sus comportamientos o decisiones. Mauriac retrata con un estilo elegante y minucioso el remolino de emociones que se desata entre los tres, y también deja espacio para las eternas desavenencias familiares (en la familia del doctor), las complejas relaciones paterno-filiales o la doble moral burguesa.

«El desierto del amor» es una novela escrita con sencillez, pero con un fondo complejo, que hay que leer sin perder detalle, narrada desde una mirada que despierta sensaciones. Una pieza exquisita.


Algunos fragmentos:

“Siempre su martirio  fue, no poder expresar sus sentimientos”

“Amar es terrible, pero no amar es vergonzoso…”


“Todos hemos sido amasados y vueltos a amasar por los que nos han querido, y por poco tenaces que ellos hayan sido, somos su obra, una obra que por otra parte no reconocen  y no es nunca la que habían soñado.”


Loli Perez
Punto y Seguido

lunes, 18 de agosto de 2014

ANNA KARENINA

O CÓMO ENFRENTARSE A UN LIBRO DE MÁS DE MIL PÁGINAS


Ya sé que más de uno leerá esta entrada y dirá «Ni loco me meto en esto», y que se conformará con reconocer la primera frase del libro, (como reconocemos la primera del Quijote): «Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo». Con esto podrá alcanzarles, y con ver alguna de las múltiples versiones cinematográficas encarnadas por Greta Garbo, Vivian Leigh, Jacqueline Bisset o Keira Knightley. Y con enterarse, grosso modo, de quién fue León Tolstoi. Pero este es un libro que puede acompañarte por varios días, y que en mi caso, no sólo logró convertirse en un buen compañero, sino que al llegar al último capítulo se ralentizó entre mis manos, para no alcanzar el final. 



     El título alude a uno sólo de sus personajes, pero el libro cuenta la historia de tres parejas, interrelacionadas por parentesco, con tres modelos diferentes de relación. Tolstoi ideó a Anna algunos años antes de escribir el libro. Quería contar la vida de una mujer adúltera digna de compasión, no presentada como culpable. Y nadie mejor que él para escribir sobre la sociedad rusa del siglo XIX, sobre su hipocresía, sobre sus costumbres y su forma de pensar. Poco después de su idea original hubo un suceso que impresionó al escritor: el suicidio de la amante de uno de sus ricos vecinos, bajo un tren, en una estación cercana a su finca Yasnaya Polyana. Éste fue el punto de inflexión entre la ficción y la realidad. Tardó dos años en escribirla. La terminó en 1877. Es una novela realista y abierta, con un lenguaje accesible para casi cualquier lector. 


       Tolstoi nos convierte en lectores cómplices, generando una simbiosis entre su obra y nosotros. Y poco a poco nos vamos metiendo en las entrañas de sus personajes, en sus pensamientos, los más profundos, incluso los que jamás podrían admitir. En el transcurso de la obra, que en cierta manera podría calificarse como histórica, intuimos las influencias de esa época: el naturalismo, Darwin, Marx y El Capital, el nacionalismo extremo de una parte de la sociedad, la influencia de la Iglesia Cristiana Ortodoxa y de cualquier místico que puede lavarle el cerebro, a modo de Rasputín, a algún personaje de la aristocracia necesitado de fe, Rusia como último bastión del feudalismo, la decadencia de la aristocracia, la simpleza e ignorancia del pueblo llano, del campesino, etc. Todo esto terminará desencadenando la revolución en 1917. Por esto opino que leerla es adentrarse en un pedazo de la historia rusa. Tolstoi habla sobre todo. No deja ningún tema por tratar, sobre todo aquel que lo obsesionó hasta su muerte: la idea del bien por encima de la fe. Y para ello creó un alter ego: Lyovin, que como Saúl en su camino a Damasco, de golpe «ve la luz» y se convierte. Lyovin no pasará a llamarse Pablo, y la «luz» sólo estará en su cabeza, en sus razonamientos. Es, claramente, el opuesto a Anna, sobre todo en la forma de resolver el deseo de morir, la inutilidad de la vida.


        Anna Karenina, al igual que Guerra y paz, son novelas anteriores a la conversión del autor; pero la ética, para Tolstoi, fue siempre primordial. Sin embargo está lejos de ser un libro cansino y moralista. Le dedica el último capítulo a la «iluminación» de Lyovin, como un cierre, como una moraleja, para esa historia triste de Anna. Se trata de algo íntimo, donde el personaje vive sus propias contradicciones y se impone la bondad.

«¿Y quién lo descubrió? No fue la razón. La razón descubrió la lucha por la existencia y la ley según la cual debo estrangular a quienes estorban la satisfacción de mis deseos. Ésta es una deducción de la razón. Pero la razón nunca podría descubrir que hay que amar al prójimo, porque eso no es razonable.»


        Para muchos esta es una novela de amor, de un amor tortuoso, prohibido, cargado de culpas. El mejor capítulo que Tolstoi le dedica a la protagonista es el séptimo. Reconocemos a una Anna neurótica, celosa, enferma. Casi molesta como un moscardón. Sentimos pena por Vrónski. Y de golpe caemos en la cuenta de que estamos en la mente de una suicida, que no pudimos salvarla, que no podremos hacerlo si nos enfrentamos a semejante personaje en la vida real. Todo es negro, tormentoso, nefasto. El amor se ha desmoronado en su cabeza. Y con él su vida. Y nosotros, lectores, nos quedamos impotentes, clavados en la incapacidad de salvarla, de comprenderla. Porque hoy, Anna, ya no es un personaje. Puede ser tu vecina, tu prima o tu mejor amiga, y la sociedad es sólo un poco más complaciente, pero continúa discriminando con el dedo acusador. Y es en ese capítulo donde encontré lo mejor de la novela, la manera sutil en la que el autor nos arrastra y nos mete en el laberinto de la más pura negatividad, de la soledad, de la incomprensión. En su mente torturada la muerte es un castigo, un acto de venganza, la clara contraposición del sentimiento primigenio. 

«Sí, estoy muy intranquila y la razón nos fue dada para escapar de nuestras inquietudes, o sea, que yo también debo escapar de las mías. ¿Por qué no apagar la bujía cuando no hay nada más que ver, cuando incluso da asco mirar? ¿Pero cómo? ¿Por qué ese revisor pasa corriendo por el estribo? ¿Por qué gritan esos jóvenes en el compartimento de al lado? ¿Por qué hablan y ríen? Todo es mentira, todo es fraude, todo es engaño, todo es maldad…»


Y de golpe nos damos cuenta de que ésta Anna, no la anterior, la del resto de la novela, la Anna feliz, enamorada, que dejó a su marido, incluso a su adorado hijo, para estar junto al hombre que amaba, ésta es la Anna con la que compartimos algún día oscuro. Es ese el peor de los espejos. La maldecimos. La consideramos insufrible. La compadecemos. Apartamos el espejo y nos diluimos en su adiós.


Andrea Vinci
Punto y Seguido




jueves, 14 de agosto de 2014

EL VAMPIRO

El vampiro despertó con sed después de doscientos años de sueño. Ávido de sangre salió a la noche dispuesto a matar o a dejarse morir por la presa más hermosa. Buscó en bares, whisquerias, salas de masaje, callejones oscuros, discotecas..., y en cada uno de estos sitios estuvieron encantados de verle y se le ofrecieron sin reservas.

Pese a ello, ya de mañana, el vampiro regresó a su tumba arrastrando su capa polvorienta con más sed que antes. Se detuvo ante el ataúd y leyó lo que algún gracioso había escrito con tinta fluorescente:

¡CERRADO POR DEFUNCIÓN!

El vampiro emitió un extraño rugido, llevándose los puños a la boca y mordiéndose las uñas con su afilados dientes −imagino que por puro hartazgo o tratando de reprimir una sonora carcajada−. Sacudió su capa y se metió en la tumba decidido a no volver a despertarse.


Klaus Kinski en Nosferatu (Werner Herzog, 1979)




miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

lunes, 11 de agosto de 2014

BEGIN AGAIN

Dicen que con Begin Again, John Carney, el cineasta irlandés , ha hecho otra vez Once,su película del 2006, pero con más presupuesto. No estoy de acuerdo. Sí, va de personajes derrotados, va de amor y desamor, va de pasión por la música, va de esperanza en la vida cuando tropiezas con gente auténtica. Y hay canciones, muchas canciones, canciones emocionantes.



Pero hay diferencias. Once, narrativamente,  es más sencilla. El relato sigue un orden cronológico y apenas deja margen a los recuerdos salvo en los diálogos y en una colección de bonitas imágenes de su ex que el protagonista se permite visionar en su portátil. Begin Again es más compleja; comienza “in media res” tres veces, con diferentes puntos de vista y resume los antecedentes de los protagonistas en dos flashbacks.
Once termina la historia que ha unido a los protagonistas y deja el final abierto a que imaginemos que les va a ir bien a ambos. En eso sí se parece a Begin Again, pero aquí hay una sorpresa o un plus, en forma de ventanita abierta junto a los títulos de crédito, que cuenta el final de otra protagonista de la película, la música. Me encantan las películas que te regalan un poco más cuando ya han terminado porque soy de esas personas que necesitan salir de la ficción paulatinamente, no me conformo con dejar de golpe y porrazo ese mundo en el que estado sumergida




En Once vemos Dublín de fondo, en Begin Again,  Nueva York, pero no son ni el Dublín ni el Nueva York de las guías turísticas. En Begin Again, los protagonistas son más guapos y, sobre todo, más conocidos que en Once. Pero aún así, parecen gente común. Keira Knightley es como una Audrey Hepburn menos gacela, con la coleta un poco mal hecha y Mark Ruffalo como un Marlon Brando menos intimidante, el pelo más revuelto y la ropa más arrugada. Aún así, llenan la pantalla con su atractivo y sus interpretaciones de Gretta y Dan, dos perdedores a los que les une el azar y la música. Gretta nos conmueve tirando de su maleta por Nueva York, una ciudad que no es la suya, (¿hay algo más frágil que una jovencita tirando de una maleta por mitad de la ciudad?) y Dan lo hace marcándose un “simpa” con su hija adolescente (¿hay algo más conmovedor que un madurito interesante sin un duro en el bolsillo?). Desde este punto de partida, la música lo llena todo y las cosas solo van a mejor, pero no lo voy a contar.




¿Qué más puedo decir? Que me ha gustado. Venía de una semana de perros y salí del cine con la sonrisa puesta y un rumor de música agradable en mi cabeza. ¡De buen rollo, vaya!


Inmaculada Reina
Punto y Seguido

jueves, 7 de agosto de 2014

lunes, 4 de agosto de 2014

LOS HÉROES DE LA FRONTERA



“A mí lo que me llena la vida y me trae loco es un ruido malva y áspero que oigo por las noches, no importa que algunas veces se contagie con el gruñido verde de unos jadeos medio asfixiados. Eso es, un ruido malva, para mi la vida, lo mismo que para ti mirar papeles y darle vueltas a los periódicos atrasados.”

Encontré el libro a mediados de Julio en el pretil del paseo marítimo de Huelin, cerca del chiringuito El Corral de la Pacheca. No se sí fue abandonado allí por un dueño sin escrúpulos como esos que abandonan a sus mascotas antes irse de vacaciones, o si se trataba de un simple olvido de playa. "Soler, Los héroes de la frontera", leí en el lomo. Me bajé de la mountainbike y me senté a su lado indeciso, como un hombre tímido que se sienta al lado de una chica guapa cuya simple belleza lo imposibilita para iniciar siquiera una conversación de ascensor con ella. Después de tres o cuatro minutos intentando leer de reojo la sinopsis y unos tragos a una bebida isotónica, pudo más la curiosidad y cogí el libro. 



Al ver la ilustración de la portada instintivamente busqué la chimenea de la antigua fábrica de ácido sulfúrico La Cros y mucho más al fondo la Mónica. Lo hojeé entre mis manos y comprobé que no tenía marcapáginas, ni esquinas dobladas señalando el último punto en la lectura, y aunque el libro estaba bastante envejecido y tenía indudables señales de uso, juraría que las últimas páginas jamás habían sido leídas. Decidí esperar por si aparecía su dueño para reclamarlo, ansioso, tal vez, por conocer el desenlace de la historia que escondían aquellas hojas. Y como no hay nada más socorrido para una espera que un libro comencé a leerlo.


Todo lo que perdí me pertenece. 

Juan Manuel Villalba

Es la cita con la que Soler nos introduce en su novela, y cuya profundidad se alcanza a comprender conforme se avanza en la lectura y se conoce a sus protagonistas (pobre Solé, que un día lo tuvo todo, una hermosa mujer a su lado), pero que a mí, sentado en el pretil del paseo marítimo con el libro entre las manos, lo único que me planteaba eran dudas sobre mi derecho de propiedad sobre el mismo.

Los Héroes de la Frontera (1995), distinguida con el Premio Andalucía de la Crítica, fue la segunda novela del escritor Antonio Soler. Un cuento oscuro donde los sueños de los personajes se hunden en la miseria de los corralones de una Málaga en blanco y negro. La excepcional prosa de Soler nos sumerge con un sutil aire poético en el realismo más sucio de una época de fábricas de altas chimeneas humeantes, barrios en decadencia y pobreza, mucha pobreza. En ese microcosmos formado por algunas de esas fábricas, una taberna, una plaza, unos corralones, un kiosco de playa, una barbería, el mercado del Carmen, se mueven los personajes principales de la historia. Solé, un escritor fracasado que vivió tiempos mejores, se convierte en el confidente de las revelaciones del ciego Rinela, un personaje de rostro escalofriante y el alma podrida, obsesionado con un ruido malva y áspero. Un ciego que parece ver más que el propio Solé, y que será testigo de una macabra escena de extrema violencia, puro gore que la pluma de Soler materializa en toda su crudeza. Un cuento novelado con atmósfera de taberna mugrienta y plagado por toda una fauna de personajes secundarios: fracasados, borrachos, enfermos, desamparados, pero cada uno de ellos con la indiscutible firma de Soler en el alma. 

Después de treinta y tantas páginas al sol y embriagado como el ciego Rinela por el ruido malva y áspero, miré a un lado y al otro, cerré el libro y lo guardé en la mochila. Ahora su dueño era yo, dijese lo que dijese el verso de la cita de Juan Manuel.

Pedaleé hasta el final del carril bici y me detuve frente al solar de La Térmica y su chimenea con el “NO a la GUERRA”. Recordé aquellos lejanos domingos de playa en que de niño me bañaba en la balsa de agua caliente junto a la fábrica y me parecieron tan irreales que sentí vértigo.


“Esos papeles siempre hablan de cosas que ya han pasado y que no tienen remedio. Y las letras esas que traen son como las cruces de un cementerio. A lo mejor por eso es por lo que te gustan, Solé.”

Leí el libro en dos tardes de playa y tras unos días en la estantería junto a “El nombre que ahora digo” y “El camino de los ingleses” supe que aquel no era su sitio, que el libro no me pertenecía. Un sábado por la mañana, después de hojearlo una última vez, lo dejé donde lo había encontrado y me fui a tomar el sol. Regresé pasadas cinco o seis horas con cierta curiosidad por saber si el libro seguía en el pretil o rodaba por el suelo pateado por los transeúntes. El libro no estaba y en su lugar había sentada una chica guapa, absorta en el Smartphone que sostenía con ambas manos. Me senté cerca de ella, miré a un lado y al otro y me sequé el sudor de la frente. Qué calor, no, dije. Ella se levantó en silencio, sin apartar la mirada de la pantalla, sin darle descanso a sus pulgares, y se alejó caminando despacio por el paseo marítimo.

“Veinte mil olas por día siguen rompiendo en la playa, lamiendo la arena, o estrellándose contra el saliente de las rocas…”

Me senté de cara al mar y al mirar hacia la playa no me sorprendió descubrir el libro, medio enterrado en la arena, a unos escasos dos metros de mí. Y ahora qué, Solé. Ahora qué, me pregunté.

Mauricio Ciruelos
Punto y Seguido