martes, 26 de julio de 2016

MOMENTOS DE INADVERTIDA FELICIDAD


 MOMENTOS DE INADVERTIDA FELICIDAD  de Francesco Piccolo, es uno de esos libros que se leen sin pensar, con una sonrisa. Que tomas cuando no tienes otra cosa y sueltas cuando se te ocurre que podrías hacer algo. Es simpático.

A mí me recuerda, sobre todo al principio, a libros como Me acuerdo, de Perec, a algunos libros de memorias, también, pero con humor y ligereza, sin toda esa carga pesada de fechas y nombres de algunas autobiografías. Invita a recordar. Es una propuesta de trabajo con la memoria desde el punto de vista de la espontaneidad y la lectura. La lectura como la magdalena de Proust. Leer, como escribir, es siempre un ejercicio de la memoria, además de la imaginación. Y el lector es un actor imprescindible en la producción del libro. En estos párrafos que hemos seleccionado tratamos de describir a qué parte de nuestra experiencia y de nuestra memoria nos lleva esos pequeños momentos de inadvertida felicidad recopilados por Piccolo. Sin escritor no hay literatura, pero sin lector tampoco.


Y además me gusta muchísimo mantener conversaciones y discusiones inútiles, con quien sea.

Bueno, esta frase la suscribo cambiando solo dos palabras (me gustaba y con quien fuera). Se me pasaron las ganas, no sé cómo ni cuándo. Bueno, tal vez el punto de inflexión está más o menos confuso en mi cabeza, pero si recuerdo una conversación en la que dije a mi interlocutor que ya no iba a discutir más con él y menos por menudencias que en el fondo me importaban un carajo. Lo que estaba en juego tal vez era el orgullo y se me agotó. Como diría mi tía: Para ti la perra gorda...(se refería a una moneda, así tal vez lo entienda la gente que nació en pesetas casi sin fracción o en euros incluso fraccionados)



Puedo pasarme horas intentando vislumbrar si una americana es azul marino o negra.

Lo de la gama de colores es una cuestión de grado...Mi padre compró un coche familiar de segunda mano. Un Seat 1430. Tenía un color extraño como solo podían tenerlo los coches de los 70 (al menos hasta que aparecieron los esmaltes metalizados y el ziritione ¿alguien supo alguna vez qué es el ziritione?) Era un color indefinido entre verde y azul, o al menos eso parecía. Cada persona que lo veía daba su opinión. Para mí era azul, azul azafata (por el color de los uniformes de las azafatas de Iberia de aquella época). Para mi padre era azul también, porque odiaba el verde, nunca se habría comprado un coche verde. Había mucha gente a favor del azul pero otros tantos a favor del verde. También dependía de donde estuviera aparcado, de los colores de los coches que estuvieran aparcados junto a él y de la luz que le diera. Tuvimos ese coche cuatro o cinco años. Cada día discutimos sobre si era azul o verde. Nadie dio su brazo a torcer. Y eso que éramos muchos a opinar.

Yo vi ese coche cuando volví a casa este mediodía, estaba aparcado en mi plaza de aparcamiento y para mí era verde, aunque luego, cuando me dirigía al ascensor me volví a mirarlo y me pregunté qué haría allí. Entonces me pareció azul.



Y también cuando me despierto en un lugar que no es mi casa: ese instante en que todavía no soy consciente de donde estoy. Y también cuando luego soy consciente.

Una noche oí a mi padre. Me llamaba, Miguel, Miguel, desde algún lugar cercano, aunque yo no podía verle. Me desperté y me di cuenta de que había sido un sueño. En esos pocos segundos, desde que oí su voz hasta que tuve conciencia de que lo había soñado fui feliz, fui un niño feliz otra vez.

Esos sueños son geniales. Yo soñé que mientras dormía venía junto a mi cama en mitad de la noche mi hijo, con dos o tres  años. Fue tan bonito verle mirándome con sus ojos de entonces, pensar que iba a cogerlo en brazos y a subirle a la cama conmigo, su cuerpo pequeño con un pijama amarillo. Me desperté de la emoción y después me dio miedo, pero ese instante en que sentí tan cerca su presencia fue único, nada que se pueda recuperar con una fotografía. Me habría gustado conocer a tu padre.
¿En serio que viste el coche? Era azul, dime que era azul en realidad.

El coche era verde, pero de un verde tirando a azul, como el mar. Con la luz era más verde pero al mirarlo de lejos, cuando ya se apagó el temporizador, era azul. Manuel dice que azul turquesa, ¿o es verde turquesa?




Cuando se va la luz y luego vuelve, todos los relojes digitales de la casa parpadean y señalan las cero punto cero (00:00)

Ahora se va la luz tan pocas veces, y por tan poco tiempo. Está el diferencial y vas, subes un par de palanquitas y se acabó la magia. Antes sí que estaba bien. Han saltado los plomillos en la portería y no quedan de repuesto, o, lo mejor de lo mejor: hay apagón general. Las ventanas y la calle a oscuras, las velas y la vida en suspenso. Las caras de mis hermanos llenas de esperanza, todos juntos con un solo deseo, que no se arregle, que dure mucho. Como un campamento de verano en medio de la noche de invierno.
Ahora, cuando se va la luz, la seguridad de que no es general, la palanquita del diferencial y el problema del reloj del horno ( no tengo ni idea de cómo se programa, ni la voy a tener).



Cuando los que te saludan dando unos besitos te dan de verdad unos besitos con los labios húmedos, soy muy hábil para identificar el momento justo en que no me miran para pasarme el dorso de la mano por la mejilla por el punto donde me parece notar la humedad.

Yo nunca me paso el dorso de la mano, me gusta que la humedad se quede ahí, en mi cara. También me gusta el sonido de esos besos, besos sonoros, como pequeñas ventosas que se adhieren a la piel. Mi prima Loli besaba así, y Rosa, una amiga de mi mujer. Tú nunca lo haces, acercas la mejilla, unes y separas los labios como si besaras, pero en realidad besas al aire.




Y es éste el punto crucial de la cuestión: ¿por qué miento?, ¿qué razón hay para ello? No hay ninguna razón: me gusta.

De niño mentía por cualquier cosa. Inventaba ciudades donde había estado, películas que había visto, mi padre que trabajaba en un barco y un primo mío era músico famoso en el Londres de los sesenta. Con los años ha dejado de gustarme. Llegó un momento en que me pareció más interesante decir la verdad. Así si mi primera reacción era mentir me decía, espérate, ¿a dónde vas? La mentira es espontánea y creativa, decir la verdad requería un esfuerzo y en esos momentos, supongo que estaba necesitado de esa pequeña gimnasia mental. Lo mejor de todo esto es que ya no sé a ciencia cierta si he visitado esas ciudades que inventé, si vi aquellas películas, si mi padre trabajó alguna vez en un barco o si mi primo fue realmente un cantante famoso. Tampoco sé si todo esto son en realidad pequeñas mentiras camufladas de verdad. Lo que sí tengo claro es que ya solo miento cuando escribo.

A mí me resulta difícil mentir, prefiero no decir. Supongo que tiene que ver con que le tengo miedo a las palabras, a lo que confiesan. Tal vez por eso, como tú, miento cuando escribo. Pero solo a medias. Se podría decir que mintiendo vuelo muy bajo. Y para qué voy a mentirte, yo me limpio los besos, hasta los de los niños. Y doy besos al aire para no importunar a los besados.




Continuar con las discusiones largo rato, retomándolas incluso al día siguiente: "de todas maneras, lo que yo quería decir...".

Parece una contradicción, después de haber dicho que no me gusta discutir, decir que me reconozco en esta frase, pero, en honor a la verdad, es así. Una vez que uno se mete en una discusión (y se supone que lo ha hecho porque el asunto lo merece, o el contrincante…), hay que llevarla hasta el final (lo contrario sería un desprecio a uno mismo, o al contrincante...o admitir que a uno le fallaron las palabras).

He esperado a contestarte a que fuera viernes. Cada vez me gustan más los viernes, a pesar de su cualidad inaugural, o tal vez por eso. Los viernes son como una vuelta al estado natural del ser humano. Si no fuera por su promesa de cambio, inmediatamente negada, los viernes no tendrían tan buena prensa. Pero, realmente, son una liberación.

Estoy de acuerdo, el viernes es el mejor día  de la semana, antes era el jueves.



Los lunes. Mejor dicho, el momento en que termina el domingo, que es un instante exacto y fugitivo, entre un plato y otro del almuerzo, en que uno siente, y alrededor lo sienten todos, que el domingo ha terminado antes de que empiece otro medio día.

Las tardes del domingo casi pertenecen a los lunes. Es un tiempo muerto sin huella ni esperanza, un tiempo en que parece que ya no somos ni estamos, todo se detiene. Las tardes del domingo duran más que el tiempo que duran. Hasta los niños parecen notarlo, se vuelven lentos y desganados, miran la tele aburridos con la extraña sensación de que la tarde no acabará nunca.


Los domingos por la tarde son una frontera triste. Ya no podemos vivir la felicidad y la libertad del fin de semana. Somos así de masoquistas, preparamos un anticipo del lunes. Los domingos por la tarde son una despedida y ya se sabe que las despedidas siempre son tristes. Nos despedimos del nosotros mismos que nos gustaría ser y vivir, como a veces cuando nos despedimos de los libros.

fotografías de Inmaculada Reina


Inmaculada Reina
Miguel núñez ballesteros
Punto y seguido


martes, 19 de julio de 2016

LADRILLEROS. SELVA ALMADA


Llegué a Buenos Aires buscando a Selva Almada. No sé quién me la nombró ni cómo llegué a ella, pero llevaba su nombre escrito en mi celular, así que apenas entré a El Ateneo Grand Splendid busqué la sección de narrativa argentina y me hice con uno de los libros que encontré. Tal vez Ladrilleros no sea el más famoso, ni el más polémico, pero me lo bebí.

Librería El Ateneo Grand Splendid

Me gusta leer literatura de mi país porque es un retorno a mi lengua, mi vocabulario, mi musicalidad. Selva hace alarde de esto. Se trata de un libro corto, de poco más de 230 páginas, publicado por MARDULCE, una editorial argentina que ha abierto sucursal en España, y que apuesta por las voces nuevas.


La novela está estructurada como un puzle que avanza y retrocede en el tiempo y en la vida de dos familias —casi un remake de Capuletos y Montescos—, de manera fluida e inquietante, haciéndonos saber desde el vamos cuál será el final, pero sin darnos oportunidad al respiro. Ondula entre lo incisivo del léxico directo, y lo cruel de las imágenes que por momentos me recordó a la primera parte de Claus y Lucas de Agota Kristof, pero con intensidad latina y enmarcado en el litoral argentino.

         «Si hacía falta, lo iba a obligar a mascar conchas todo el día hasta que se le fuera el berretín de chupar pijas.»

         La voz del narrador/a omnisciente, particular por desenfada y regionalista, se inserta en el pueblo como uno/a más y nos muestra ese mundo alejado de nuestras realidades, con niños que aún corretean solos por el barrio, con mujeres que se casan con forasteros, y con hombres que meten las manos en el barro para hacer ladrillos, los ladrillos que edificarán sus vidas de barro, bajo ese sol que pega, arrasa, quema hasta los pensamientos y enloquece los deseos. Y esa voz se mete de lleno en la cabeza de los protagonistas, en sus agonías y sus delirios, hasta el desenlace, dejándonos circular por la sangre de ambos. 


Una de las características del narrador/a es el uso de los refranes populares, que en las primeras hojas caen a uno por página, logrando que me pregunte: ¿Quién cuenta esta historia? Es que el narrador/a no pasa desapercibido en este relato. Es un protagonista más. Una voz particular y cadenciosa. La pieza fundamental para que la narración sea lo que es. En definitiva, algo que ya sabemos: lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y en esto Selva Almada parece que es una maestra.

         «Un día va a ser grande y le va a partir la cara al padre y a cualquiera que se anime a decirle, como recién, afuera del museo, que él es igual a Tamai. Un día su cuerpo dejará de quedarle chico a tanta furia como siente desde que tiene memoria.»


         «—¡Papá! —grita y siente que le sube un gusto a vómito, el sabor ácido de todos los porrones que se tomó esa noche.
         Entonces Miranda agacha la cabeza y el mentón barbudo oculta la cicatriz del cuello. Lo mira, pero tiene los ojos espantados.»


Andrea Vinci
Punto y Seguido


martes, 5 de julio de 2016

MUJERES QUE VIGILAN LA NOCHE (y II)

―En la segunda página de La cosecha, Hempel ya aborda la narración metaliteraria "Pero no llegaré a esa parte hasta dentro de un par de párrafos", dice. Y así sigue hasta la mitad del texto en la que da un giro más a la llave en la cerradura: "Cuando cuento la verdad omito muchos detalles. Me pasa lo mismo cuando escribo una historia. Voy a empezar a contar lo que omití de La cosecha, y quizá empieces a preguntarte por qué tuve que omitirlo". Se dirige directamente al lector y lo implica y le vuelve a contar la historia como se supone que sucedió en realidad, y ahora la creemos de nuevo, porque es ella la que juega con el punto de vista a su antojo. En total nos ha engañado dos veces, no está mal para un relato que trata sobre las apariencias y por lo tanto sobre las mentiras. En este también hay una ventana aunque no se nombre, desde la que la protagonista divisa el lugar del accidente.

―El tema de las ventanas es una constante en todas. Creo que tiene que ver con la mirada, con el acto de mirar, de asomarse al exterior, más que con el objeto en sí. En el relato de Mariana Enríquez no hay ventanas pero sí un espejo donde Marcela se mira mientras se corta la mejilla con una guillete. la narradora protagonista está a su lado pero la mira "sólo" asombrada como si no estuviera allí. Al final cuando le pide que le diga qué es lo "él" le obliga a hacer , Marcela desvía los ojos hacia la ventana y observa como "las cortinas se habían movido apenas". Por su parte en Los gemelos se dice: "no puede saber el transeúnte que tras las cortinas de las ventanas lo observan unos ojos duros y precisos... y que hasta las flores cambian de color cuando la observan pupilas de otros mundos, como si fueran presa de la locura", para mí el/la narradora está detrás de esas cortinas y de alguna forma considera a los gemelos como transeúntes, como pupilas de otro mundo. Hempel en La cosecha iba al lugar donde podía observarlo todo cuando tuvo el accidente. Carol Oates en Distancia juega todo el rato con la idea del suicidio solo con la acotación de la primera frase "¿Señora? las ventanas no se pueden abrir, lo siento." Fernández Cubas en La nueva vida también mira por la ventana del hotel en sus primeros párrafos y todo lo que ve le parece un escenario irreal, "una película muda de alto presupuesto", incluso observa que uno de los figurantes cruza la calle varias veces. al final se mira en el espejo y ve su propio escenario real. En Nada de todo esto Schweling presenta a la propietaria de la casa observando "tras las cortinas de los ventanales" cómo las protagonistas le destrozan el jardín y al final será una de las protagonistas la que tratará de distraerla para que no vea por la ventana del salón lo que está ocurriendo en el patio.

En Punto de Vista aparece una ventana, justo en el último párrafo, justo en la primera frase en que por fin creemos escuchar la voz sincera: "Me apoyo en la repisa fría de la ventana y le observo".

―Dos cosas más: en el relato de Lucía Berlín aparece una Shirley, en el de Hempel, un Jackson. Esto es una tontería, pero es curioso el azar...y en el relato La cosecha, hay una frase que le escuché casi literal a Lobo Antúnes en aquella conferencia, a ver si te acuerdas, cuando decía, hablando creo que de Chejov (¿o era de otro escritor?) que le leyó una frase que le impresionó mucho y que quería poder escribir así...pues te copio la de Hempel: "...supe que había dolor en la habitación...solo que no sabía de quién era ese dolor". Lobo describía una escena de una mujer mayor y su hijo, creo...Es curioso porque nada más empezar el relato habla de Chejov (aunque a lo mejor no era de Chejov, tengo que comprobarlo).
No, no era en La cosecha, era en Punto de vista.

―En cuanto a las ventanas , tienes razón. Se me ocurre que también tiene que ver, por contraste, con el interior de los personajes y los narradores. La ventana también es una frontera, un límite de lo personal y de lo social. En Las vacas : "abrimos la cortina temprano y ya están ahí ". En este relato la ventana también es un marco para las descripciones tan ¿geométricas ?de la narradora...que convierte cada descripción o escena en un cuadro, se me ocurre que la mayoría de las veces abstracto.

Dejando  un poco las ventanas, estoy con Las vacas y La noche en que todos tuvimos gripe. Pueden ser un tándem. Ambos relatos son un juego literario. Ambos plantean un enigma, La noche... un enigma literal, confesado por la autora...Las vacas otro enigma más impreciso. De algún modo ambos esconden un enigma filosófico...o metafísico (si esto no es una exageración, que tal vez). Ambas historias son de algún modo anómalas, chocantes...Incitan a pensar ¿Para qué me están contando esto? ¿Es solo un juego? En ambos relatos hay una descripción minuciosa y acumulativa de un ámbito reducido, de un pequeño universo con pocos personajes pero que se multiplica y crece por la observación continuada y que parece apuntar a un conocimiento universal (de alguna manera, aunque de andar por casa).
En Las vacas el narrador, o la narradora, (me inclino a pensar que la narradora por como habla, por los detalles en los que se fija, o simplemente porque la asimilo a la autora), habla en primera persona del plural (con lo cual de alguna manera nos está colocando a su lado con alguien más que no se precisa) y nos  propone un juego: vamos a mirar esto sin parar, un día detrás del otro, cubriendo todos los ángulos, posibilidades, colores, temperaturas, estaciones del año, horas del día, con días plácidos, con tormentas, con nieve...esto es algo digno de contemplar infinitamente, esto es arte, es indagación psicológica, es filosofía, si miramos esto vamos a saber en qué consiste la vida. No hay historia, solo observación. Y una sucesión de metáforas y comparaciones heterogéneas, desde las más simples a las más complicadas, de manera que el lector no se aburre de mirar las vacas, con lo limitado que pudiera parecer la observación de un animal tan simple. Y luego habla de pájaros y moscas que actúan como las vacas como grupo, aunque constantemente también , la narradora encuentra en los movimientos de las vacas comportamientos asimilables a los humanos, a los individuos. Creo que ahí radica el enigma que plantea.
En cuanto a La noche... seguiré más tarde...no se me duerma el personal...

Las vacas es el relato que más explícitamente trata el paso del tiempo. A través de esos cuadros a los que te referías, los cambios de postura, del paisaje, la aparición de la nieve, de un niño o de un ternero, la narradora nos describe el paso de los días y las estaciones. Al escribir esto me he acordado del comentario de Gene Hackman en La noche se mueve a propósito de Eric Rohmer: "Es como ver crecer la hierba". Los gemelos también habla del paso del tiempo, el tiempo que arrasa y se lo lleva todo por delante y de las ruinas que deja, y La nueva vida del tiempo que no queremos que termine y tratamos inútilmente de retener.

Pienso que el tiempo es importante en todos estos relatos (bueno, en cualquier relato lo es). En Cuna también hay un tiempo detenido, el tiempo de la muerte inesperada  que congela la vida que sigue; lo muestra muy bien esa sucesión de las flores regaladas cada doce de junio que para la protagonista son un recordatorio de otras flores más oscuras de una fecha que no se nombra. Y en Fin de curso, la narradora protagonista recuerda como se recuerdan las cosas que nos marcan, obsesivamente. Todo pasó hacia fin de curso, parece decir, y es que hay un momento subrayado en la historia para el personaje, un momento de pérdida y de descubrimiento, casi de fascinación. Es buenísimo el final de este relato.
En Nada de todo esto, aunque el relato sigue un orden cronológico, lo que se está jugando es un tiempo repetido, en espiral. "¿Qué estamos haciendo?", pregunta la hija aunque sabe muy bien lo que hacen, es lo que siempre hacen por más que parezca imposible de creer hasta para ella que utilicen así una y otra vez el tiempo de su vida.
Y para mi gusto es en La noche que todos tuvimos gripe donde se da un tiempo más trepidante. Mete a cinco personas con gripe y un perro en cuatro habitaciones y ponlos a dormir, agita la coctelera y lo que sale es una noche llena de acción, una casa desordenada y el enigma de unas mantas desaparecidas.

Y te has fijado que nadie habla de sexo, salvo Carol Oates, donde el tema parece la culpa y sí tiene que ver con el sexo. El resto pasa olímpicamente del asunto, ni jóvenes, ni medianas ni viejas, ni europeas o americanas, vivas o muertas, todas lo eluden, Jaeggy, lo trata de refilón, pero como algo antinatural y aburrido, y Fernández Cubas y González en su acepción amorosa, el resto ni lo huelen.

―Estoy casi de acuerdo en lo del sexo. Casi, porque en La cosecha tenemos el asunto en juego, de algún modo. Cuando se habla del físico y la nubilidad, si es o no importante ser atractivo para encontrar pareja...y además, la narradora decide contar en la supuesta versión falsa de la historia que el hombre con el que está la protagonista durante el accidente es un hombre casado para que así el lector encuentre oportuno que ella reciba un mal, como un castigo.

Tengo ciertas dudas que te planteo. Para empezar ¿qué motivación encontrará el lector de las entradas para seguir leyendo? porque: es posible que no conozcan los relatos, o al menos todos los relatos, con lo cual puede que les sea difícil seguir los argumentos sin el sostén de la historia completa de cada uno de ellos; es posible que el formato les resulte extraño y no quieran hacer el esfuerzo de seguir adelante o por el contrario les resulte extraño y por ello deseen seguir adelante para ver en qué queda la cosa. Para seguir ¿qué objetivo vamos a intentar conseguir con las entradas: hacer que los lectores deseen leer los relatos, mostrar lo que puede dar de sí un relato si se lee minuciosamente, etc...(habría mil más...o no mil, pero muchos más). Tengo más dudas, pero ahora no las recuerdo...

―Bueno, no sé qué motivación puede encontrar nadie en leer lo que a alguien se le ocurre sobre algo que no ha leído y que puede que nunca lea. Por ejemplo a mí me gusta leer sobre libros que sé que nunca voy a leer, sobre best seller sin ir más lejos, o sobre libros de Stephen King, una vez leí sobre 22/11/1963 y me gustó tanto que corrí a comprármelo. Cuando ya lo tuve ni siquiera lo empecé, entre otras cosas porque eran como 1000 páginas en letra chica, y se lo regalé a mi hermano. A él le encantó y cada vez que voy a su casa lo busco, lo ojeo y lo devuelvo a la estantería. Lo que quiero decir es que me encantan los cuentos, me encanta hablar de cuentos y de cuentistas y también leer sobre ellos y puede que alguien encuentre interesantes estos comentarios, o divertidos ¿? o puede que le parezcan una mierda, pero bueno, pues así es la cosa.


―Creo que podríamos empezar directamente hablando de los relatos, por ejemplo: ¿Qué te ha parecido La cosecha?

Está bien, aunque no me gusten los relatos metaliterarios en general, este me cae simpático, sobre todo cuando la prota en un momento dado dice que todo lo que acaba de contar es mentira.


Inmaculada Reina
Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido