lunes, 31 de marzo de 2014

UNA PROVIDENCIA ESPECIAL. RICHARD YATES


Hace unos días terminé de leer  “Una providencia especial” de Richard Yates. Una vez más me felicité por embarcarme en un nuevo libro de este magnífico escritor norteamericano que me ha cautivado en las cuatro novelas que llevo leídas hasta el momento. Son novelas aparentemente sencillas y transparentes, con cierto tono pesimista que tiene su origen en la época en la que fueron escritas, una época en la que el sueño americano se había acomodado en unas clases medias donde la mediocridad y el miedo al fracaso adornaban las estampadas paredes. Las décadas de los 50 y los 60 fueron  terriblemente aburridas para muchos norteamericanos que camuflaron su bienestar con los nuevos electrodomésticos y los barrios residenciales. Esa es la sociedad que nos relata Yates en sus obras. Personas que emborracharon sus sueños con sucedáneos de felicidad. Su obra más conocida: “Revolucionary Road” (Vía revolucionaria, Alfaguara, 2008) nos describe magistralmente a esa familia media americana anclada en la rutina, victima del autoengaño y la frustración.
En su novela “A Special Providence” (Una providencia especial, RBA, 2011) va un poco más allá y además nos insinúa aspectos autobiográficos de su propia vida.

La historia gira en torno a Robert Prentice, un soldado de infantería de la Segunda Guerra Mundial, y la relación con su madre, una escultora con poco talento y menos suerte. Robert sólo tiene diecinueve años cuando entra en el ejército, y una parte de la obra se basa en sus esfuerzos por tratar de encajar en la vida militar. Robert Prentice es muy sensible y siempre está inseguro de sí mismo. Él quiere ser uno más, pero se da cuenta de que nunca lo conseguirá. A diferencia de los otros soldados, en realidad no puede considerarse a sí mismo un hombre adulto. La razón implícita de sus deficiencias está en el trato recibido por su madre quien lo adoraba y mimaba convirtiéndole un niño de mamá, algo que él sabe y que es la base para que sienta asco de sí mismo.

La novela es una exposición, una vez más, del autoengaño. Una madre / artista frustrada, que vive su falsa fantasía al amparo del whisky y de un ex marido cuya misión es ir tapando los agujeros que aquella va abriendo. Por otro lado, el hijo del matrimonio que crece deslumbrado por la fantasía de su madre sin llegar a comprender la verdadera realidad. Poco a poco va asumiéndola hasta el momento en que, enrolado en el ejercito, acude (cargado con los complejos acumulados durante su vida) a la guerra de Europa para toparse de lleno con la descarnada realidad.

Destaca la forma en que R. Yates narra el conflicto bélico, desprovisto del glamour de la hazaña y del atractivo de los héroes. En sus capítulos uno siente la incertidumbre del soldado y el miedo al entrar en combate sin conocer muy bien qué es lo que hace ni hacia donde se dirige. Otro aspecto interesante es el descubrimiento del padre justamente el día en que este último muere, la revelación de la verdad y la condena a la madre por habérsela ocultado .


Esta novela me ha dejado inolvidables momentos de lectura que aconsejo no perderse, como ningún libro de este maestro del Siglo XX. Richard Yates ocupa una de mis estanterías preferidas y es fuente de inspiración para no perderme entre adjetivos y otros adornos florales.

Pedro Rojano
Punto y Seguido

viernes, 28 de marzo de 2014

Y YO CON ESTOS PELOS

Mi vida ha cambiado mucho en poco tiempo, ya no puedo ir a dónde quiero, ahora  me llevan dentro de una bolsa deportiva. El ganapán, es un tipo alto que camina a largas zancadas. Bastante huraño con voz seseante.

  Viajamos en autobús, menos mal que fue un trayecto corto, me llevó atrapada entre sus fétidos pies. Una señora le preguntó que si lo de la bolsa era un perrito o un gato. Él negó emitiendo un gruñido, supongo que con mirada hostil incluida, porque a la tipa no se la volvió a escuchar más. Por la noche, el zancudo me arrojó dentro de un contenedor de basura, reboté en el fondo, haciéndome un chichón en la frente, le llamé imbécil, pero creo que  no me escuchó.
 Aquí no hay quién viva, revuelta con tanto desperdicio, estoy por suicidarme dejándome caer dentro del triturador del camión. Apesta, es poco ventilado, oscuro y la gente no se para nunca a cotillear cerca. Merodean cucarachas enormes, que me hacen cosquillas con sus antenas en la nariz y estornudo sin parar. Cuando dejan la tapa abierta, respiro a fondo y las escupo fuera. Miro al cielo y maldigo al zancudo que me dejó caer aquí.
Hay parroquianos que tiran la basura por la mañana y la bruja de la panadería de enfrente, les echa la bronca, además de mal de ojo.
Por la tarde, esto está muy concurrido, me van cayendo encima bolsas de orgánica, de envases, periódicos, ropa vieja... ¿es que nadie recicla? Hay veces que llegan unos individuos con unos pinchos y rebuscan en las entrañas del contenedor. Estuvieron a punto de saltarme un ojo, les grité ¡brutos imprudentes! y se esfumaron.  Y eso, que desde que estoy en esta situación no tengo ánimos para hablar con nadie, total ¿para qué?, ¿quién me escucharía?, ¿alguien me entendería? Quisiera salir de aquí, por eso no hago más que planear la fuga,  pero lo mire por dónde lo mire, todo son complicaciones. Esto de no tener ni pies ni brazos, jode un montón.  Porque lo de no tener cuerpo no lo llevo tan mal, me ahorra un montón de quebraderos de cabeza,  ya no tengo que pensar qué ropa ponerme para que no se me noten las lorzas, ni hacer la dieta de la alcachofa, ni morirme de hambre para perder unos míseros gramos que volvía a recuperar en el primer ataque de hambre. 
Trato de salir de aquí con dignidad, pero no es nada fácil, uno de los intentos fallidos fue cuando echaron  unos zapatos viejos, y probé a saltar subida en ellos para fuera, pero más bien parecía que estaba bailando claqué, ¡si es que no hay manera! en esas estaba cuando le pisé la cola a una rata. Chilló y luego se quedó mirándome, arrugó el hocico, se acercó y me olisqueó.  No sé si intentaba  darme un beso pero de lo que sí estoy segura es de que por poco me dio un mordisco en la oreja, ―lo que me faltaba― decapitada y sorderas. Grité tan fuerte que huyó dando un brinco.  No sé a cuento de qué apareció la policía. Fui descubierta y ahora estoy  en el instituto forense, flotando dentro de un bote de formol y yo con estos pelos.
                                                 Loli Pérez
                                                 Punto y Seguido


miércoles, 26 de marzo de 2014

SOÑAR CON CORTÁZAR

Nos apasiona el drama. Siempre que imaginamos una historia aparecen, atraídos por una especie de lógica sentimental, una serie de situaciones,  de detalles, de planteamientos que, envueltos en un halo de seriedad y trascendencia, parecen dar sentido o importancia a aquello que pretendemos contar. Parecería que un relato o narración que no incluyera un encadenamiento de elementos dramáticos, no tendría consistencia o nos resultaría pueril. Utilizamos muertes, ambiciones, enfermedades, envidias, traiciones, complejos…, para tratar de insuflar intensidad y dotar de un mínimo espesor a nuestras historias, como si la inclusión de algunos de estos elementos fuera suficiente para armar nuestros relatos de un valor único esencial, por encima de personajes, trama o sentido de la historia. Nos decimos: La vida es así, solo hay que mirar. Estamos rodeados de dramas.


Pero por qué nos apasiona el drama. Qué nos lleva a mirar siempre las historias desde ese lado. Un punto de vista que repetimos una y otra vez y del que existe un consenso  tácito y generalizado de que es el único posible, el único valorado, el correcto: Tenemos que sufrir y hacer sufrir un poco,  para hallar reconocimiento y consuelo a nuestro propio sufrimiento.
  
Si echamos una ojeada a nuestros autores favoritos, aquellos que nos han marcado y que consciente o inconscientemente tratamos de imitar, y prácticamente todos transitan en el drama. Chejov, Salinger, Onetti, Cheever, Askildsen, Munro, Carver,… Todos grandes maestros y todos revolcándose en sus dramas.

Podemos convenir que las grandes tragedias cotidianas que relatan estos autores nos sirven para ahuyentar nuestras pequeñas tragedias personales. El sufrimiento que leemos actúa como analgésico de nuestro propio sufrimiento y de ahí, pienso, el éxito. De ahí el enganche emocional, que nos lleva a repetir los mismos esquemas una y otra vez: amores imposibles, desgracias familiares, rutina existencial y física, incomunicación, soledad, silencios, … ¡¡Uuuf!! Y yo me planteo: ¿Podría escribirse un relato por puro divertimento, por el placer de leer o escribir algo que solo pretenda satisfacer nuestro deseo de jugar, el placer de subvertir la realidad más que recrearla, de sobrevolar sobre ella, no para esquivarla, si no para mirarla desde otro ángulo menos estricto, menos transitado, según nuestra propia mirada personal e intransferible? De eso se trata, entonces, de descubrir esa mirada.


No me refiero a la importancia de los contenidos, ni a la maestría en el momento de diseñar una estructura, ni a la gradación de las intensidades, ni a los brillantes despliegues de hechos y circunstancias, ni siquiera a los personajes. Habló de no dejarse llevar, de cambiar de perspectiva. Ya saben, aquello de lo que hablaba la maestra del Amarcord de Fellíni mientras metía una galleta en el café: PERS-PEC-TI-VA.

Inmerso en estas divagaciones, leo en el correo el mensaje de una amiga desde México. “Anoche soñé con Cortázar”, dice escuetamente. Me emociona y me alegra comprobar que mientras me debato tratando de encontrar una explicación y una salida para tanto drama, ella soñara con Cortázar. A Cortázar no lo incluí en mi lista, lo tenía reservado para el final y el hecho de esta conexión a miles de kilómetros, me hace pensar que los relatos son como juegos interconectados entre miles de personas/personajes, a miles de kilómetros de distancia.

“¿Por qué escribo esto? No tengo ideas claras, ni siquiera tengo ideas. Hay jirones, impulsos, bloques, y todo busca una forma, entonces entra en juego el ritmo, escribo por él, movido por él y no por eso que llaman el pensamiento y que hace la prosa, literaria u otra” de Rayuela
“Primero me pondré mi corbata amarilla, y después de haber elegido la más esbelta y vivaz de mis hormigas, la soltaré para que se pasee por la corbata. Habrá así un doble paseo, en el que yo iré y vendré frente a la casa del señor Silicoso y mi hormiga irá y vendrá por mi corbata.” de Último round.

También están Carta de una señorita de Paris, Axolotl, Instrucciones para subir una escalera, Propiedades de un sillón… No busquen una explicación, lean a Cortázar. 

Imágenes de Chema Madoz


miguel núñez ballesteros
Punto y seguido

lunes, 24 de marzo de 2014

DUBLÍN


Dublín es una de esas ciudades a las que me gustaría recurrir a menudo. En Dublín bulle la vida. Sus calles grises siempre están atestadas de gente alegre que sabe disfrutar, y que saborea la vida como si de una buena cerveza se tratara, (dicen que su Guinness es la mejor cerveza del mundo). Y por encima de todo, para cada momento, siempre tienen una canción, un libro y un amigo. En Dublín, nadie está solo.


El tres sería un número recurrente en esta ciudad, si a las ciudades se las pudiera renombrar numéricamente: El centro de Dublín se divide en tres puntos cardinales, (norte, este y oeste); El trébol de Saint Patrick, (padre, hijo y espíritu santo); el Trinity College, (su año escolar se divide en tres periodos), etc. Pero Dublín más que numérica, diríase que es y ha sido siempre una ciudad de palabras, tierra de grandes literatos: James Joyce, WB Yeats, Oscar Wilde, Jonathan Swift, George Bernard Shaw, Samuel Becket... y la esencia de cada uno de ellos está por todas partes. 







Es mediodía y caminamos por Merrion Square, el corazón giorgiano de Dublín. Me gusta este barrio porque soy una entusiasta de este tipo de arquitectura debido a que algo dentro de mí es muy inglés, y esta parte de Dublín es muy inglesa, muy de Jane Austen, muy de Virginia Woolf, y muy de Bloomsbury, diría yo. La única diferencia son las puertas que le dan color a los edificios altos, de ladrillos vistos, de tonos oscuros. Cuentan por ahí que las puertas de colores fue una medida que tomaron muchos dublineses para reconocer su propio edificio, pues cuando volvían a sus casas con sus cervezas o whiskys de más, eran incapaces de reconocer cuál era la suya. A mí las puertas de colores se me antojan un juego. Quisiera saber qué hay detrás de ellas. Me decanto por la de color rojo. No, por la verde. ¿La azul quizá? No, la amarilla. Quiero fotografiarme con todas. Quiero saber qué ocultan, si largos pasillos, si el comienzo de unas escaleras, o si son deseos esperando a ser cumplidos, o tal vez la solución a algún enigma, o la elección de nuestro próximo viaje. Procuro fotografiarlas todas. Quiero una de cada color. ¿Por qué? No sé, ya lo he dicho, son alegres, y me invitan a fantasear. Y eso, me encanta.



A pesar de las previsiones meteorológicas que anuncian lluvia, luce un sol espléndido. Llegamos al parque conocido por albergar la famosa estatua de Óscar Wilde. Es pequeño pero posee toda la magia de los cuentos de hadas y cuando nos adentramos en él todos los edificios de alrededor, y sus puertas de colores, desaparecen. Los árboles parecen encantados y se inclinan hacia los visitantes con sus ramas destartaladas, y les invitan a seguir hasta la explanada de los bancos y las flores de pétalos rojos, que sobre el manto verde del césped le dan un color envidiable al paisaje.


Parece primavera y en cada banco hay alguien sentado, incluso alguien duerme, agarrado a una botella. Cuando al fin nos hacemos con un banco, sacamos los bocadillos y comemos al solecito. No dura mucho. El solecito, digo. De repente empieza a llover. Ahora no. Ahora sí. El sol de nuevo. Y los pájaros, y los mil sonidos diferentes que se ocultan en el parque. Y los árboles, que parecen guiarnos y que al fin nos llevan al rinconcito de Óscar Wilde. Permitidme una frase de entre las muchas, las magistrales, que escribió a lo largo de su corta e intensa vida: Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse. Y es que es justo lo que pienso de Dublín, por eso me cuesta tanto describirlo. Es como tratar de describir por qué una canción de entre todas te llega al alma y no sabes por qué, porque ni siquiera la entiendes, pero te transmite algo, la música, el sentimiento, la voz. Un muchacho, con su guitarra y un micro, consigue reclamar la atención de los viandantes. Suena The Scientist de Coldplay. A un lado, Grafton Street, la calle más comercial de Dublín, al otro St Stephen Green Park, y esa música sonando: Nobody said it was easy, It´s such a shame for us to part... Cerrad los ojos, ¿podéis oírla? ...Oh take me back to the startFantástica. En la funda abierta de su guitarra, donde algunos oyentes han dejado unos euros, descubro un nombre escrito a rotulador sobre la carátula en blanco de un cd: Bypass. 



No fue la única música inolvidable que escuché en Dublín, pues toda la música dublinesa y sus instrumentos te tocan la fibra desde el mismo momento en el que pones el pie en uno de sus famosos y singulares pubs. Los pubs son los ciudadanos más ilustres de Dublín. En todos ellos se puede escuchar música en vivo todos los días. En los pubs se almuerza, se cena, se baila, se vive. Todas las horas del día son buenas para vivirlas en los pubs, con sus portadas de colores y sus apellidos legendarios, con el Cláirsearch estampado en sus vasos de cervezas, en sus sillas de maderas y en la frente de los más atrevidos, que se debaten entre el símbolo irlandés o el trébol de St Patrick.



Dublín es un paseo a pie. Un gran paseo. No hay necesidad de usar el transporte. La mañana que paseamos por la rivera del Liffey, y el sol de espalda, de lado, de frente, llenando cada rincón y dándole color a cada fachada y a cada pub, fue de los paseos que más disfruté. El cielo reflejado en el río que, gracias a todos los escritores que surgieron de esta ciudad, debe poseer más tinta que agua, te convierte en personaje de un cuadro. No sé por qué imagino que es Sisley quien lo ha pintado, tal vez porque es uno de los impresionistas más puros, y por la decisiva intervención en sus cuadros de los elementos más imponderables, el agua, el cielo, la niebla, la nieve..., paisajes de gran espontaneidad. Cada vez que miro las fotos sobre el puente Ha'ppeny o las que nos hicimos frente a Four Courts, sobre todo esas, pienso que no son reales, que ese cielo no puede existir de verdad, que Sisley lo pintó, y que hizo lo mismo con el Liffey. 


Dejo mucho Dublín en el tintero porque lo mejor de Dublín es ir y traerte tu propia visión, que puede ser que sea parecida a la mía, o que no tenga nada que ver. Soy de las que piensan que las visiones de cada cual son como las puertas de los edificios giorgianos dublineses: cada una de un color diferente. En este caso, la puerta que os he abierto hacia mi Dublín era de color amarillo, que curiosamente, no es mi color favorito.



Fotografías: Isabel Merino, Dublín (Marzo 2014)

Punto  y seguido.





viernes, 21 de marzo de 2014

BREVES APUNTES ACERCA DEL DIARIO


Nunca tuve la necesidad de escribir un diario. Comencé a hacerlo por indicación de mi profesor de un taller de escritura que realicé hace unos años. Dicen que un buen escritor siempre ha de llevar a mano una libreta donde apuntar sus ideas, aquellos pensamientos que surgen a lo largo del día y que es necesario anotar para no olvidarlos. Hay multitud de escritores que han hablado acerca de las bondades de llevar un diario, cada uno de ellos aportan alguna utilidad que de él han obtenido. En mi caso, lo hice por inercia. Por aquella época procuraba imitar todos los actos que se le suponen a los grandes escritores. Por aquella época yo pensaba que haciendo lo mismo que ellos, lograría —algún día— encaramarme a su nivel. Por eso me puse manos a la obra con el diario, sin tener muy claro cuál era el objetivo.


         Han pasado diez años desde entonces, sigo siendo aprendiz de escritor aún a pesar de tener una vieja caja de zapatos repleta de molesquines de negra portada. En ellas he ido apuntando a lo largo de esos años un poco de mi vida, de mis pensamientos, alguna idea para un relato, los temas para una novela, descripciones de entornos, peculiaridades de un personaje con el que me he cruzado, viajes… en fin, una amalgama de palabras que rara vez he vuelto a leer. No sé si por desidia o por miedo de mirar al pasado y confirmar la desesperada prisa que lleva el tiempo.
         Muchas veces me he preguntado por qué sigo haciéndolo, y dejo pasar los días sin escribir nada más, como si de esa forma pudiera romper el maleficio de tener que hacerlo, y a pesar de ello siempre llevo la libreta encima, dispuesta como un perro fiel. Quizás, lo más positivo que obtengo del diario es una terapia para asumir los problemas, para suavizar las puntas de ánimo que con frecuencia me embarga. Se contemplan mejor las situaciones cuando uno tiene que escribirlas.  


Sin embargo, con frecuencia se acumulan los días en que abandono el diario y cada día que pasa me cuesta más retomarlo. He detectado tres miedos cuando uno se enfrenta al diario, y estoy convencido que están muy relacionados con el bloqueo del escritor:
-     No atreverse a decir lo que se piensa. Pensar es gratuito, uno puede pensar en hacer algo que no debe, pero de alguna manera interiormente se lo permite. Al escribir los que se piensa se corre el riesgo de ser malinterpretado. Es una manera de ponerle firma a tus pensamientos, y aunque el diario es algo personal y exclusivo, también se suele tener miedo a leer los pensamientos propios.
-        No acertar a escribir exactamente lo que se piensa. Lo que puede dar lugar a interpretaciones indeseadas.
-        Ser incapaz de expresar lo que piensas. Este es el peor de los miedos, pues en ese momento eres consciente de tus carencias como escritor.

Cuando superas esos miedos (o simplemente te los “pasas por el forro” con un par de cubatas), te das cuenta que van saliendo cosas interesantes, al menos interesantes para ti, y eso te motiva a no perder la costumbre. Pero al cabo de unos días, cuando vuelves a la libreta para escribir aquella idea que ronda tu cabeza, retornas al bloqueo por no saber cómo expresarla, y entonces no escribes durante días, porque no quieres hacerlo hasta que seas capaz de escribir aquello, y se establece la cadena cuya única consecuencia es la falta de producción. 
A veces pienso que sería mejor no volver a escribir en el diario, pero no lo hago. Siempre mantengo la esperanza en mí mismo a pesar de todo. Puede que algún día alguien se interese por leer esas libretitas. Quizás esa persona (puede que yo mismo de viejo) encuentre algún sentido en ello.
Pedro Rojano
Punto y Seguido

Nota: Os dejo como regalo algunas perlas sacadas de insignes diarios.
“Quiero que algo de mí perdure después de la muerte”
Ana Frank
“Ni qué decir tiene que cuanto más rico, flexible y variado sea nuestro conocimiento de la lengua en que hemos decidido pensar, más facilidad, variedad y riqueza habrá en la expresión de nuestro pensamiento”
Fiódor Dostoyevski
“No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que he olvidado mi misión y tomo mis disfraces demasiado en serio”
John Cheever
"Por el amor de Dios, ocupaos de nuestra gente"
Robert Falcon Scott
“Espero alegre la salida, y espero no volver jamás”
Frida Kahlo.

miércoles, 19 de marzo de 2014

PREMIOS LIMACLARA INTERNACIONAL DE ENSAYO 2014



Desde el año 2010 la Editorial Limaclara de Buenos Aires-Argentina organiza Certámenes Internacionales para premiar investigaciones periodísticas y ensayos académicos. Estos concursos cuentan con jurados internacionales de prestigio: catedráticos, doctores, jueces.

La Editorial otorga dos tipos de premios: a obras inéditas y a publicadas. No hay un tema que los aúne, sólo la calidad y el interés que pueden despertar los trabajos. En esta ocasión se presentaron 203 obras provenientes de 20 países.

Limaclara pone a disposición de todo aquel que esté interesado libros de alta calidad. «Con sólo un click» se pueden descargar libremente sus libros. Abogan por el conocimiento, la excelencia, la libertad y la gratuidad en la educación, y desde esa filosofía convocan a estos premios. Tal como dicen ellos: «Únicamente la educación conduce a la libertad cierta».


Andrea Vinci, una de las componentes de Punto y Seguido, ha sido galardonada con uno de estos premios por su ensayo inédito «EL TRABAJO EN AUSCHWITZ. Empresa, forma de exterminio y supervivencia». Nuestra compañera está orgullosa por dicho premio, sobre todo por lo que significa su aporte a la misión de LIMACLARA.

Nosotros, como sus compañeros, le damos la enhorabuena.

Pueden conocer a LIMACLARA en: http://limaclara-ediciones.com/

Si quieren leer el ensayo pueden hacerlo clickeando aquí:





Punto y Seguido

lunes, 17 de marzo de 2014

GRANADA

Supongo que las ciudades no tratan igual a todos los que las visitan. No es lo mismo llegar a un lugar de nuevas o con el conocimiento que te proporciona una guía turística que hacerlo acompañada de un oriundo que te haga de cicerone. Esto último es lo que me ha ocurrido a mí con Granada. Mi marido pasó allí la mitad de su infancia y los primeros años de su adolescencia y parte de su familia sigue viviendo allí. Por eso, sin la atadura de un mapa ni la urgencia de quien no sabe si volverá alguna vez, he ido conociendo Granada poquito a poco a lo largo de los últimos treinta años.

Hay cosas en Granada que han permanecido en este tiempo, como la sorpresa de la sierra al final de una avenida o al doblar una esquina del Albaicín. No sé si los granadinos están tan acostumbrados a ella que ya no la ven cuando la miran pero a mí aún me parece un regalo cuando, de repente, la encuentro brillante y blanca en pleno día o sonrojada al atardecer, haciéndole de telón de fondo a la Alhambra con la puesta de sol, evento multitudinario en el mirador de San Nicolás desde que lo pusieran de moda los Clinton. Yo ahora, en vez de luchar por un puesto en la primera fila o mirar por encima de las cabezas, prefiero darme la vuelta y disfrutar de los juegos de la luz en las paredes y los tejados de los cármenes.


No han cambiado los helados gigantes de La Rosa en la Carrera de la Virgen ni los más refinados, como la cassata, de Los Italianos de la Gran Vía. Siguen siendo deliciosos los piononos de López Mezquita en Reyes Católicos y las croquetas de Los Manueles, aunque ya no estén en el local de toda la vida. Si vas por el Corpus,  te encuentras a la gente endomingada paseando por el centro y si por las Angustias, puedes ver como siempre los puestos de acerolas y maoletas para comer o para dispararlas con el canutillo de caña. Parece que no cambien tampoco los paseos al anochecer por la Acera del Darro y el Paseo de los Tristes, con el río a los pies del monte y la Alhambra en la cima.
He visitado la Alhambra por la mañana, por la tarde y por la noche y a todas horas mantiene sus encantos, a pesar de la gente. Desde allí he bajado a la ciudad a pie a la sombra de los castaños y oyendo el rumor del agua en las acequias, o en autobús por las callejuelas o en coche bordeando la montaña. Durante los Festivales de Música de primavera, he podido asistir a algún concierto entre cipreses y arrayán en los jardines del Generalife y también hipnotizarme con las vueltas interminables de un grupo de derviches turcos entre las columnas del ojo de huracán que es el patio del Palacio de Carlos V.



Como hemos ido a Granada con ocasión de bodas, bautizos y funerales, he conocido unas cuantas iglesias a las que no podría adjudicar santo ni barrio. Me sorprende la cantidad que hay, prácticamente en todas las calles, algunas realmente bonitas. Y también he bailado con tacones y traje de fiesta en los más variados salones: en el Alhambra Palace, en la terraza de un carmen, en los jardines de un palacete a la orilla del Darro…
En cada visita, dependiendo de la compañía, he paseado por uno u otro barrio, aunque nunca ha faltado el tapeo por la calle Navas. Unas veces, visita a la Catedral y la bonita plaza de Las Pasiegas, otras, callejeo y compras por la Alcaicería (fajalauza, taracea y souvenirs varios), y otras más, cámara de fotos al cuello a la caza de curiosidades como el arte callejero del Niño de las pinturas y otros artistas del graffiti.

En la última ocasión, como acompañábamos a unos familiares que apenas conocían la ciudad, fuimos a algunos lugares por los que sin duda había pasado ya, pero en los que no me había detenido y entramos en otros que nos encontramos por casualidad.
Estuvimos un buen rato disfrutando de la portada amarilla y blanca de la Facultad de Derecho. Me enteré de que antes de albergar estas dependencias de la Universidad fue el colegio jesuíta de San Pablo. En la misma plaza pedimos permiso para entrar a ver el  patio de un palacio, el del Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago. Como era fin de semana no había alumnos por allí, pero el conserje, amablemente, nos estuvo contando con su acento granadino del palacio y de su historia. Nos enseñó la que dicen que es caligrafía de Lorca en una columna de la primera planta y nos presentó a Anacleto, el león de piedra que guarda las escaleras y que ha participado en toda clase de novatadas a lo largo de décadas. 
  
También visitamos la Casa de los Tiros cuya fachada nos llamó la atención. La puerta está custodiada por una espada, un corazón y una leyenda sobre unas dovelas de piedra machihembradas. El corazón mande. Convenimos que los publicistas del I love New York no habían inventado nada nuevo. Dentro del torreón, lo único que se conserva del edificio original que formaba parte de la muralla del barrio de los alfareros, además de numerosas curiosidades del Museo de la ciudad existe una sala única y muy bella, la Cuadra Dorada, de equilibrio renacentista y con un techo artesonado muy original.



El último rincón granadino que descubrí fue el Corral del Carbón, del que había oído hablar pero no había conocido aún. Es otro lugar singular, un mercado árabe anexo a la antigua alhóndiga donde se supone que también se alojaban los tratantes que venían a comerciar a la ciudad y al que posteriormente se le dieron múltiples usos como el de corral de comedias o almacén de carbón. En la portada, muy decorada con yeserías, se abre un arco a un estrecho zaguán con bóveda de mocárabes. Cuando se atraviesa, se diría que va a pasar uno a un paraíso, pero el interior es un sencillo y sobrio patio cuadrado con tres plantas y una fuente también cuadrada y con dos caños.

Cuando dejamos la ciudad en coche, siempre me vuelvo a mirar Sierra Nevada y despedirme hasta la próxima. Porque sé que aún me queda mucho que conocer de Granada.

Inmaculada Reina
Punto y Seguido






viernes, 14 de marzo de 2014

«GRAVITY»: POÉTICA DE LA SOLEDAD


No voy a hablar de cuestiones técnicas porque esta película se llevó todos los premios. No se trata de eso, sino de reflexionar sobre lo que Alfonso Cuarón y su hijo Jonás nos han querido contar con esta historia en la que la tierra es actor de reparto. Parecería ser una película más de aventuras, de héroes, de finales felices. Yo creo que es mucho más que eso: es la metáfora de la soledad, de la indefensión, del renacimiento.


     Todo se inicia por la destrucción generada por el mismo hombre, igual a la de la tierra, pero esta vez en el espacio. No pensamos en las consecuencias. Basura que ignoramos. Allá. Aquí. Hacemos como que no está, total ya no viviremos para la hecatombe. Pero la basura destruye, atropella, y de golpe todo se sale de control y se convierten en víctimas de su propia creación.


      En un acto heroico el personaje masculino humaniza a la humanidad, la deja ir, la invita a salvarse. Ella giraba sin parar. Parece que podría convertirse en chatarra cósmica. Gira como su terror, como sus pensamientos neuróticos, esos pensamientos que todos padecemos y mascullamos en soledad. Frenarnos: cuántas veces lo deseamos, ver con claridad, entender la soledad en la que vivimos a pesar de estar rodeados. Nadie termina de comprender nuestro dolor, y mucho menos el terror a la muerte, que es propio, solitario y sin consuelo. Esta vez las imágenes dan vértigo en ese espacio de ingravidez. Está lejos de casa. Una mujer lejos de casa.

     Y en ese girar y girar quién la contiene: el amigo, el compañero, el que la suelta, luego, y la deja sola, otra vez, para buscar la solución. ¿Acaso no estamos solos, siempre? La mano del amigo ¿hasta dónde te puede salvar? Nadie puede vivir por nosotros. Nadie puede enfrentarse a la muerte y a la vida en nuestro lugar. Y en este símbolo de la gravedad, (Cuarón es mexicano, no es sólo una ley de Newton) ella debe desprenderse de todo para alcanzar la salvación. Y se desprende de las máquinas, de su dolor, de su pasado, de su miedo. Ya no hay tiempo para detenerse a girar y girar, y esperar a que te salven. Ya no hay tiempo para dejarse morir. Ni la tierra, ni ella.


Andrea Vinci
Punto y Seguido