miércoles, 30 de abril de 2014

NOTICIAS DEL FRENTE, GUILLERMO BUSUTIL



“Los domingos acostumbro a descansar de las batallas. No me afeito. No leo el parte de bajas ni abro ninguna ventana desde la que se vea el humo del frente y sus fantasmas. Tampoco armo la palabra y  la disparo. Sé que la guerra sigue. La mía, la de los otros. La del país, la del mundo.”


Como un francotirador solitario Guillermo Busutil, dispara sus  palabras en forma de balas contra la crisis, en la batalla declarada a la realidad. La actualidad se viste de literatura, o la literatura se inunda de actualidad. Certero, atento y sagaz, convierte el teclado en una granada.

En Noticias del frente, muestra la clara intención cambiar el mundo con la palabra, haciendo pensar, razonar y que nos cuestionemos lo que está pasando. Somos muchos los lectores que cada domingo esperamos ávidos su literatura envenenada de realidad, en estos tiempos en el que el miedo va poniendo una mordaza a los medios de comunicación, a los que se atreven a alzar la voz y decir la verdad. Hemos visto como han destituido a directores legendarios, han despedido a enormes veteranos y rellenado el vacío con becarios que confunden un premio literario con el apellido de un tenista. 

"Despedidos los adjetivos también, solo nos quedan los verbos infinitivos menos tres: confiar, sonreír y preguntar. Se pueden llevar en la cartera, como si fuesen la foto que sobró del carné de identidad, la fotografía familiar o la que se mira a solas cuando sucede en nuestro interior la quimera o la nostalgia, pero en el lenguaje público no se pueden utilizar."

Supongo que no habré sido la única lectora que le haya pedido a Guillermo Busutil, en más de una ocasión, que pusiera esos relatos de su columna del periódico La Opinión de Málaga en un libro y me alegro de que, por fin, vea la luz.



  
   En estos tiempos en que el libro tiene un pronóstico reservado, sorprende que se llene y falte sitio en la sala en la que se hace una  presentación, una tarde de primavera en la que se emite un partido de fútbol de esos que dejan las calles desiertas, donde la cultura va perdiendo cimientos gracias a las leyes que le ponen trabas y a la desidia ciudadana. Es una alegría que la sala estuviera abarrotada, llena de amigos y de lectores, que tuvieran que habilitar otra contigua y se pudiera presentar este libro de relatos sobre la realidad, un homenaje al oficio cambiante de escritor y periodista en el que mantener el tipo es cada vez más complicado.
   

“La realidad tiene un roto. No es un siete ni un cero desfigurado. Tampoco es un corte ciego ni el gemido de una grieta. Es un roto. Cuadrado, rectangular, perfecto.”



Lo presentaron Juan de Dios Mellado y Teodoro León Gross (otro francotirador de palabras). También asistió el Exmo. Alcalde D. Francisco de la Torre.  

                                                                       Loli Pérez
                                                                  Punto y Seguido

lunes, 28 de abril de 2014

LA GRAN BELLEZA Y LA NADA

En la primera escena de La Gran Belleza (La Grande Bellezza, Paolo Sorrentino, 2013) el cañón de Giannicolo dispara su perceptiva salva de fogueo. Este cañón, traído desde el Castel de Sant´Angelo en 1903 con el propósito de sincronizar las campanadas del mediodía en todas las iglesias de Roma, está situado sobre una colina, apuntando en dirección al Tíber. En la última escena de la película viajamos por ese rio. Una larga toma desde dentro de un barco donde vemos el atardecer de la ciudad. Entre una y otra han transcurrido varias semanas, quizás meses, en la vida de Jep Gambardella (Toni Servillo), escritor de una única novela, conversador, redactor de una revista cultural, bon vivant indolente, paseante. Entre una y otra no le ha ocurrido gran cosa, al menos, nada especialmente significativo: ha acudido a fiestas, ha cumplido sesenta y cinco años, ha hablado con amigos, con conocidos, con nosotros, los espectadores de su película, ha comido con su editora, ha dormido y nos ha mostrado algún monumento de su ciudad. Tiene buena voz y simpatía natural, es elegante, se ha jurado no hacer nada que no quiera hacer, y nosotros le seguimos, queremos saber qué ocurre o qué va a ocurrir en su vida, y él sabe comunicar, despertar nuestro interés. Después desaparece, nos deja en ese plano final desde el rio, el atardecer de Roma, la gran belleza. Nada más y nada menos.
En dos ocasiones menciona a Flaubert y su intención de escribir una novela sobre la nada y Jep, que siempre se había negado, acaba escribiéndola para nosotros. No una novela con letras, páginas, formatos, ortografías, sino otra, la novela, que no se atrevió o no pudo escribir, sobre la futilidad de la vida, donde detalla ese momento único sin aspiraciones ni esperanzas, sin sueños  ni dudas: La nada.


Quizás también Sorrentino, haya querido hacer su gran película sobre la nada. Después de los ensayos sobre el tema que supusieron Il Divo (2008) ―con Toni Servillo haciendo de Giulio Andreotti como un moderno Nosferatu― y Un lugar donde quedarse (The must be place, 2011) ―donde Sean Penn imitaba el look de un Robert Smith pasado de Diazepam―  nos presenta su obra más rotunda y ambiciosa: La nada. Una nada llena de música, de Roma, de paseos bajo la lluvia, de recuerdos, de Rafaella Carrá, ―aaáh, aaáh, en el amor todo es empezar―, atravesada de mariachis. Una nada que no nos lleva a ninguna parte, como son todas las nadas del mundo, como el rio del final, como el disparo del cañón, como los jardines con estatuas y los personajes que lo habitan, también como estatuas, como las monjas del convento, o los turistas de la primera escena escuchando a su guía, o como nosotros, los espectadores impasibles. Una nada que no pretende explicarse y/o justificarse, sino mostrarse tal cual es. Curiosamente, mientras en las televisiones y los periódicos de todo el mundo se habla de hambre, de guerras, de millones de personas intentando dejar atrás las pesadillas para alcanzar un sueño, aquí nos recreamos en la nada y nos dejamos fascinar por ella: la nada, un concepto para definir lo indefinible, el lugar donde seguramente fueron a parar nuestros propios sueños.


También está Fellini. Todo el mundo menciona a Fellini después de ver esta película. Están sus personajes estrafalarios: la editora enana, la niña pintora, la fauna de la primera fiesta, la actitud de los personajes, despreocupada y nihilista, vírgenes, monjas, periodistas, actrices, escritores, aristócratas, santas, putas, princesas, magos, vividores, … y también, Fellini, Otto e mezzo,  La dolce vita, Roma, y, sobre todo, Los Inútiles (I Vitelloni, 1953), la historia de ese grupo de desocupados y mantenidos que pasan los días en bares y paseos de una ciudad de provincias y que no aspiran a nada, van y vienen sin apenas moverse del sitio, dejando que el tiempo los sobrepase y los aniquile, solo uno de ellos consigue escapar, precisamente a Roma.


En fin, La gran belleza, una hermosa película que no se deja aprehender fácilmente, como la nada, como el agua del Tíber, como ese beso de una noche de verano en la playa, miles de años atrás.




miguel núñez ballesteros
Punto y seguido



viernes, 25 de abril de 2014

CONCURSOS

Son varios los concursos literarios que se han convocado esta primavera, aquí os dejamos algunos de ellos que nos han parecido interesantes.

MICRORRELATO: 

* IV Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra.

RELATO:

* XVII Premio Internacional de Relato Breve Julio Cortázar de la Universidad de La Laguna 2014.

POESÍA: 

* XXII Premio de Poesía de Rincón de la Victoria In Memoriam Salvador Rueda.

NOVELA: 

* Premio Herralde de Novela 2014.


BASES:

IV Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra


Cláusulas:  

  * Temática libre. Escrito en Español, Inglés, Árabe o Hebreo.
  * Extensión no podrá superar las 100 palabras.
  * Fecha límite: 23 de Noviembre de 2014.
  * Envío a través de formulario en la página web de la Fundación. (www.fundacioncesaregiroserrano.com o www.museodelapalabra.com).

Premio: 

  * Un premio de 20.000 dólares y dos áccesits de 2.000 dólares.

Fallo:

  * Se publicará en la página web de la Fundación César Egido Serrano.

Enlace a las bases del certamen. 




XVII Premio Internacional de Relato Breve Julio Cortázar de la Universidad de La Laguna 2014.


Cláusulas:  

  * Temática libre. Escrito en lengua castellana.
  * Extensión no podrá superar las 5 páginas DinÁ4 y 28 líneas cada una.
  * Tipo de letra Times New Roman tamaño 12. Una sola cara. 
  * Fecha límite: 27 de Junio de 2014.
  * Envío a través de correo, mensajero o personalmente.

Premio: 

  * Un premio de 1.000€, estatuilla en bronce de San Fernando del escultor Juan Carlos Albaladejo y publicación del trabajo.

Fallo:

  * Se publicará en el plazo de los 4 meses siguientes de la fecha límite.

Enlace a las bases del certamen. 



XXII Premio de Poesía de Rincón de la Victoria In Memoriam Salvador Rueda


Cláusulas:  

  * Poemario de tema y formas libres. Escrito en lengua castellana.
  * Extensión mínima de 500 versos y máxima de 1.000.
  * Mecanografiados a dos espacios en DIN A4. 
  * Fecha límite: 16 de Mayo de 2014.
  * Envío a través de correo postal.

Premio: 

  * Un premio de 3.000€.

Fallo:

  * Se publicará en el mes de Junio de 2014.

Enlace a las bases del certamen. 



Premio Herralde de Novela 2014



Cláusulas:  

  * Tema libre. Escrito en lengua castellana.
  * Mecanografiados a doble espacio y por una sola cara. 
  * Fecha límite: 15 de Junio de 2014.
  * Envío a través de correo electrónico o por correo postal. .

Premio: 

  * Un premio de 18.000€, en concepto de anticipos de derechos de autor.

Fallo:

  * Se publicará el 3 de Noviembre de 2014.

Enlace a las bases del certamen. 



 Como siempre, os animamos a participar. Mucha suerte.


Punto y  seguido.

miércoles, 23 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El diecisiete de abril, Jueves Santo, murió Gabriel García Márquez. Leo en un artículo de Baricco dedicado a esta muerte: “Todos morimos, pero algunos mueren más”. Luego aclara que había pensado en esto al ver que las frases de García Márquez "empezaban a llover por todos lados”. Esta es también la impresión que yo tengo de la muerte del gran escritor, que no vamos a parar de hablar de él.




En los últimos años la noticia era su enfermedad. El gran memorioso de las letras, que escribía desde el recuerdo, que había escrito la historia de toda su estirpe, estaba perdiendo la memoria. Mi padre llevaba años viviendo el mismo drama y yo, por entonces, comencé a asimilarlos el uno al otro. Ahora que ha muerto el escritor, me entero de que nació en 1927, como mi padre, pero mi padre se le adelantó en la muerte.

Escucho en alguna parte (sus frases llueven por todos lados, como dice Baricco) que el día que nació García Márquez caía un fuerte aguacero. Yo he pasado el puente de Semana Santa luchando con la tos persistente de una bronquitis, recluida en casa y viendo llover las frases del escritor. El lunes, tras de mi ventana, llueve sin parar, con furia, como si fuera la última oportunidad para la lluvia. En la televisión veo caer una lluvia de mariposas amarillas sobre el funeral del escritor.
Después de estos cuatro días expuesta al huracán de la muerte de Gabriel García Márquez, parece que empiece a conocerle un poco más y más allá del escritor empiece a interesarme la persona que fue. Miro en Internet galerías fotográficas. Gabito con un año, grandes ojos vivos, medalla y galleta en la mano, tal como paseó por todo el mundo en la portada de su libro de memorias. Gabo, muy joven, elegante, de traje cruzado y raya diplomática, corbata y pañuelo asomando del bolsillo, cigarrillo en la boca. También mi padre fue un joven elegante con traje cruzado y bigote. El escritor con un ejemplar de Cien años de soledad haciendo de tejado sobre su cabeza, en la famosa foto de Colita. O leyendo el periódico en Las Ramblas de Barcelona, con la típica ropa setentera. Gabriel García Márquez recogiendo el Nobel con pantalón y guayabera de color blanco. Uno de estos días he visto una entrevista de 1982 en la que le preguntaban sobre el asunto de la indumentaria que llevaría a la ceremonia. “El frac es un traje de clase, de una clase a la que nunca he pertenecido y contra la cual estoy”, le comenta al entrevistador y añade que anda en negociaciones con la organización del Nobel para que le dejen vestir la guayabera, que la consideren traje nacional del Caribe, lo mismo que permiten vestir sus trajes nacionales a indios o árabes. Por si acaso no les convencía tenía una solución de repuesto: llevar en la solapa del frac una rosa amarilla, “conjuro de todas las malas suertes que pueda haber”, porque “el frac es un traje que visten los muertos”. Mi padre también era supersticioso, tanto o más que García Márquez (nunca vestir de verde, nada de llevar peces a casa, empezar a andar siempre hacia la derecha y con el pie derecho, talismanes en los bolsillos, gafes a los que esquivar, días de no salir, números que sumar, restar, multiplicar o dividir para atraer a la suerte…). Finalmente el escritor vistió la guayabera blanca. Mi padre también se salía siempre con la suya.



Sigo con las fotografías. Una de 2003 al modo Einstein, sacando la lengua a la cámara con gafas de pasta negra. Otra del 2010 en su casa de Cartagena de Indias, pantalón claro, camisa amarilla y tirando al aire un sombrero de paja. Aunque mi padre nunca se hubiese vestido así, es la foto que más me lo hace recordar. Otra de Mordznisky, de la misma fecha, un primer plano del perfil judío que van adquiriendo casi todos los viejos. La última del 2014, en su 87 cumpleaños, con una rosa amarilla en el ojal de la americana oscura, con la sonrisa bondadosa de los que han olvidado casi todo, salvo la memoria de los afectos. Leo en algún diario que en los últimos tiempos, su simpatía le ganó a su timidez.



Sigo leyendo artículos, necrológicas, homenajes, mirando entrevistas antiguas, antiguos discursos. Él era escritor y periodista y esta doble condición le dividía entre sus deseos de no conceder entrevistas que le restaban tiempo para su vida y la comprensión hacia los colegas que se las pedían. En una de las que concedió, en 1996 para TVE, Gabriel García Márquez está sentado a horcajadas en una silla azul claro, con los brazos apoyados en el respaldo. Sonríe mucho. Anoto una de sus frases: “He aprendido mucho de los que me llevan la contraria”. La entrevistadora le pregunta si le ha dolido que Bloom no incluyera su nombre en una reciente lista de los mejores escritores del siglo. García Márquez se pone serio para empezar a contestar. “Hasta el punto de que no sabía que no estaba” Ha terminado la frase sonriente. Hablan sobre corrupción, dinero fácil, drogas…el escritor lamenta que es como una peste que se ha metido en el espíritu de los hombres, pero que confía en que algún día pasará de moda y se acabará. Por desgracia, el tiempo aún no le ha dado la razón. Cuenta numerosas anécdotas: la única vez que vio a Hemingway, en el espacio de tiempo en el que se cruzaban por la calle, sólo acertó a decir “Adiós, maestro” y Hemingway se volvió (y García Márquez lo imita dando majestuosidad al gesto de levantar la mano) y le dijo: “Adiós, amigo”; o la de Japón, cuando le pidió al cineasta Kurosawa hablar con él para convencerle de que rodara El otoño del patriarca y este le dijo que podían conversar hasta que llegara el ciclón nº 32, al que estaba esperando para rodar la última escena de su película y que se retrasaba.


 En otra entrevista para TVE, del año 1982, le escucho hablar de su madre, mujer supersticiosa y a la que él, de niño, suponía unos poderes sobrenaturales, que hablaba un castellano lleno de arcaísmos e imágenes y que es de ahí de donde parte su forma de escribir, porque él creció con ese idioma. Añade que si le critican que algunos de sus personajes populares hablan como filósofos, como profetas, como poetas en definitiva, sólo puede contestarles que en el Caribe la gente habla así.

Cuenta también en esta entrevista sobre el proceso de creación de sus libros, cómo surgen de una imagen sobre la que no toma notas, porque si ha de ser un libro crecerá sola en la cabeza y acabará escribiéndola, transcribiéndola, y que pocas veces se ha desviado en la escritura del programa original. Trabaja el material hablando con sus amigos de él y luego se lo da a leer a varias personas y escucha sus opiniones cambia cosas, pero una vez que ha decidido que está terminado, ya no cambia ni una coma. Para él la inspiración es el momento en que se produce el encuentro entre el autor y el tema y la tensión que había entre estos dos polos se rompe y la escritura se hace fácil.
En un momento la entrevistadora le pregunta “¿Es verdad que escribe para que le quieran sus amigos?” y Gabo, divertido (acaba de vivir el boom de Cien años de soledad) le contesta “Se me ha ido un poco la mano” y luego, serio, “Nunca he perdido un amigo”.
Otra entrevista comienza con el escritor recitando un poema popular colombiano, lleno de juegos de palabras: “Ahora que los ladros perran…”. Recuerdo a mi padre canturreando en francés un estribillo de su infancia, o recitando para sus nietos, patético y divertido: “…y cuando la hora de los besos llegan, ay, no hay besos para mí”. Gabriel García Márquez describe el mundo de su primera infancia en Aracataca, dividido entre lo sobrenatural femenino y la figura concreta de su abuelo, lo masculino, y la semilla que todo esto supuso para la visión del mundo del Macondo de Cien años de soledad. También describe como descubrió a Kafka gracias a un amigo que le prestó un librito amarillo, La metamorfosis, y cómo al leer la primera frase se dijo “ah, si esto se puede hacer, me interesa” y que esta lectura cambió todas las siguientes. Habla también de cómo le influyeron las lecturas de los novelistas norteamericanos del sur, porque hablaban de mundos similares y le ayudaron a sacar de las tripas sus propias historias. Me llamó la atención que dijera que su novela más popular podría haber sido dos o tres veces más larga, pero que escribió sin parar hasta que se le acabó la plata. También habla de Crónica de una muerte anunciada, de cómo tuvo que prometer a su madre que no escribiría la historia hasta que no muriera la madre del protagonista real, un vecino, para no perjudicarles. Y que cumplió su promesa y, a pesar de ello, tuvieron problemas en el pueblo. En este punto García Márquez lee la primera frase de la novela, complacido y dice “¿No les recuerda al comienzo de La metamorfosis?”.


Sigue lloviendo la lluvia del escritor. Almudena Grandes cuenta que García Márquez fue una vez una sorpresa de cumpleaños; Ángeles Mastretta que “todo lo que pasara a su lado era una fiesta” y que “podía haber cualquier postre si al final le servíamos helado de vainilla”. Vuelvo a recordar a mi padre, también el helado de vainilla era su favorito, aunque él le llamaba helado de “mantecao”. Álex Grijelmo me hace recordar la polémica sobre la ortografía que provocó el escritor en el Congreso de la Lengua Española de Zacatecas y busco su discurso, Botella al mar para el Dios de las palabras, y lo leo, y también las explicaciones que dio a la agencia EFE. Él sólo pedía “simplificar la gramática y humanizar la ortografía”

Hay dos frases suyas que siempre me han gustado y, aunque pertenecen a libros diferentes, se me unen en el recuerdo:
“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
“Las cosas tienen ahora tantos nombres, en tantas lenguas, que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna parte”


Recuerdo a mi padre, con sus supersticiones y su memoria perdida, como García Márquez. Sigue lloviendo y seguirá lloviendo la lluvia de flores amarillas de los que hablan del escritor. Él dijo que “lo malo de la muerte es que es para siempre”, pero también que “mientras haya flores amarillas, nada malo puede ocurrirme”.


Inmaculada Reina
Punto y Seguido

lunes, 21 de abril de 2014

PETRA



Para alcanzar El Tesoro es necesario adentrarse por un estrecho desfiladero de unos dos kilómetros de longitud. 


Se precipitan las ganas por llegar y apenas se es consciente del maravilloso paisaje que incluso aquí se ofrece. Pero tu ilusión no ceja de dibujar en la mente esa imagen mil veces repetida en las fotos de guías, libros de viaje o historia, postales, e incluso en películas como Indiana Jones y la última cruzada. Se siente el mismo cosquilleo que cuando vas a tener la oportunidad de ver en persona a una estrella de rock o un actor de cine. Dentro de unos instantes serás testigo real y en tres dimensiones de un lugar legendario. Me ocurrió lo mismo antes de ver el Taj Mahal o Machu Pichu, el Empire State, la Fontana di Trevi o el imponente Golden Gate. Lugares tan famosos que te resulta increíble que estén al alcance de tu tacto, en relieve. Cuando los ves por primera vez se produce algo particular, y es que se perciben de diferente manera, como si adquiriesen de pronto el volumen. Al momento se sustituyen todas las imágenes de papel que almacenabas en la memoria durante largos años. Lo cierto es que son iguales, pero diferentes… es algo incoherente, ya lo sé, me explico: Es como si las dimensiones del monumento cobrasen sentido, como si el entorno, al que en las fotos nunca se da importancia (en la mayoría de las ocasiones ni siquiera aparece o está camuflado), revistiera de un nuevo paisaje la vieja percepción, y ya no es lo que imaginabas. En algunos casos puede decepcionarte, en otras puede asombrarte aún más.


Pero sigo avanzando por la garganta, mis pasos procuran llegar antes que yo, casi estoy viendo a los caballos de Harrison Ford y Sean Connery precediéndome en el siguiente recodo. Al fin, a través de una delgada abertura puedo ver  Al-Khazneh (El Tesoro), y es tal y como lo imaginaba, una inmensa fachada excavada en la roca para servir de homenaje a la vida de un gobernante y destinada a conservar su muerte.



Petra, ciudad perdida durante siglos, ocupa una vasta extensión de terreno y requiere más de dos días para poder visitarla al completo. En ellas hay cientos de túmulos, y se incluyen varios templos, un teatro, una calzada y arco romano. Para saber lo que se esconde allí tan solo hay que visitar alguno de los blogs o guías que explican detalladamente las rutas y monumentos más destacables. En mi caso no quiero entrar en esos detalles que ya están descritos, prefiero quedarme con el entorno que está cubierto de un polvo rosado y fino que se adhiere a la piel mientras caminas por sus anchas calles de tierra y piedra, que enmudece cuando el eco devuelve los berridos de los camellos apostados junto a las tumbas, que asombra con sus elevados desniveles a los que se asciende con la ayuda de vertiginosas escaleras excavadas en la roca. 


Unas montañas del color del cacao en cuyas paredes se suceden multitud de fachadas esculpidas por sus habitantes. Una complicada red de senderos que discurren entre las montañas y sobre ellas uniendo dos enormes valles de roca rosada que atraviesan la cadena montañosa y en cuyo interior contienen el agua suficiente para hacer crecer la vida. 


Petra es también un espacio invadido de turistas que sustituyen a aquellos otros que cruzaron su ruta cargados de seda de oriente. Ahora los turistas solo vienen cargados de sus cámaras digitales y del dinero con el que comprar recuerdos, alquilar burros o caballos que alivien el camino, tomar un té preparado por un beduíno junto a una de las mejores vistas de El Tesoro o El Monasterio, o pagar a un guía que, como en mi caso, poco sabía de la historia que yacía bajo los senderos. La ciudad es ahora una ruina silenciosa impregnada de un sol que abrasa en los meses de verano y que se deja sentir en el invierno.




Petra fue una ciudad de paso, de comerciantes y viajeros, ciudad tolerante con sus invasores, capaz de adaptarse antes de ser destruida, y aún conserva ese espíritu hospitalario a pesar de ser una ciudad muerta pues nadie vive dentro de sus límites. Petra es mucho más que esa asombrosa imagen del tesoro que todos conservamos. Es un lugar que no deja indemne al forastero, que permanece en la memoria mucho antes y mucho después de pisar sus calles. 

Fotos P.R.
Pedro Rojano
Punto y Seguido

viernes, 18 de abril de 2014

SEMANA DE PASIÓN



         Amenazó tormenta toda la semana. Se escuchaban con coraje los redobles de los pasos. ¿Cuántos metros tenían que caminar para ver las procesiones?
—Siempre lo mismo —decía ella.
—Quiero salir —decía él.
Cada tanto un trueno que no se decidía y las saetas que lloraban a lo lejos. Ella seguía en pijama y en la hoja ochenta de «Una habitación con vistas» odió tambores, trompetas, gritos de la muchedumbre.
Él salía a cada rato por el periódico, el pan, la bollería. Ella encaraba la página cien con las mismas bragas de dos días atrás y las pestañas pintadas desde hacía tres. Se miraba las uñas descascaradas, creciendo a merced de su propia libertad, y no se decidía a despuntarlas con la lima.
Las siestas fueron interminables. Él se acercaba, le hacía cosquillas, le alcanzaba un café bombón. A ella le molestaban las piernas que pesaban toneladas, la cintura hinchada, los brazos por levantar peso en el trabajo.
A pocas calles la gente emocionada gritaba a cristos y vírgenes ese amor incondicional a las imágenes: ¿Qué se le dice al Moreno?, ¡Guapo!, ¿Y quién es el más guapo?, ¡El Moreno!
La lluvia apremiaba y el televisor habló sin parar todos los días. Un constante zapping de Ben Hur a Sevilla. A ninguno de los dos le importó el ayuno y la abstinencia y se hincharon de bocadillos de salami y tartas de chocolate.
Ella pasaba por el espejo apretándose los michelines. Cada tanto se acercaba, se miraba las arrugas, las acariciaba y emitía un débil quejido. Él la abrazaba, le decía que era mentira, que ella era una tonta y se echaba a dormir la siesta a su lado.
Las sábanas y las mantas retorcidas nunca fueron cambiadas. Ni él ni ella se decidieron a coger las migas del suelo. Cuatro días. Cuatro noches. La gente ovacionaba a los legionarios.
Ella se decidía por darle fin a su libro, él por inventar el sol en la playa desierta y el Rico bajaba la mano sobre algún presidiario.
Miró con tristeza la página ciento ochenta y siete y buscó desesperada en la biblioteca. Él no estaba. Creyó haberlo oído decir amigos, cerveza, ¿o tal vez fue cofradía?
Regresó a medianoche y el televisor los continuó meciendo al ritmo del redoble de toda Andalucía. Por aquí lloraban los que salieron. Por allí lo hacían los que no pudieron. Y en el cuarto de ellos el televisor gemía.
—Siempre hay motivo para una lágrima, —dijo el locutor, —con cristos a sin cristos en las calles. —antes de que él apretara el mando.



Fotografías de Dariusz Kilmczak 


Punto y Seguido