Si tuviera que contestar, sin
pensar mucho, qué es el estilo de un escritor, diría que es aquella manera de
decir que lo hace reconocible y perdurable, lo que hace que volvamos a él en
cada uno de sus libros independientemente de los que nos cuente, aunque al final, lo que nos
cuente también cuente.
Dice la RAE , en una de las acepciones
del término “estilo” de su diccionario, que es “la manera de escribir o de
hablar peculiar de un escritor o un narrador”. Viene a decir lo mismo que yo. Demasiado
sencillo para un concepto del que tantos han opinado desde dentro y desde fuera
de la literatura, pero sí un buen punto de partida.
La manera de
escribir o de hablar. En su libro Pura
alegría, en el capítulo que dedica a la voz y al estilo, Muñoz
Molina dice que “en las palabras escritas, lo que buscamos es escuchar una
voz o una sucesión de voces que se entrelacen en nuestra imaginación, como los
sonidos de la música. Simétricamente, la tarea del escritor es encontrar la
suya y aprender a usarla”. Habla también de la “atención apasionada del oído y
de la mirada”. Tendrá que ver el estilo, por tanto, con la mirada del escritor
y, sobre todo, con su voz, con su manera de decir. En mi opinión es difícil
deslindar voz y mirada, la una lleva a la otra y viceversa. Dice también Muñoz
Molina que “los libros nos importan cuando escuchamos en ellos una voz singular
que no hemos oído antes nunca, o cuando al cabo de una o dos relecturas ya la
reconocemos tan inmediatamente como la voz querida de un amigo”. Esto es el
“hablar peculiar” de la definición del DRAE. ¿Quién podría negar, le gusten o
no todos sus libros, que Saramago
tiene estilo, que una vez has conocido su voz la reconocerías en cualquier
texto? Por su manera de prescindir de la puntuación, por la elección de
palabras sencillas y esenciales, por la seducción pedagógica de su sentido común,
por su acento de fábula con moraleja y resonancias bíblicas. También es
inolvidable la voz caribeña y exuberante de García Márquez, sus imágenes
exageradas, su manera de contarnos las historias que le contó su abuela. Cualquiera
que lo haya leído reconoce a la primera ese realismo mágico que dio nombre a un
modo de decir que creó escuela, un estilo con una legión de seguidores.
Uno no sabe muy concretamente por
qué, pero se enamora del estilo de un escritor, un poco a ciegas. Y es
solamente la relación que mantienes con él a lo largo de los años, a lo
largo de sus obras, la que te muestra lo que te enamoró, la esencia de lo que
te enamoró, lo que permanece.
El problema
de definir el estilo literario es establecer los elementos que lo componen. Porque
a fin de cuentas, sólo son palabras, palabras que nos pertenecen a todos y al
escritor, pero a éste, sobre todo, la manera de usarlas.
Decimos de alguien que tiene estilo vistiendo, por su manera personal de combinar colores y tejidos, por los zapatos que usa, por la manera de peinarse o despeinarse, por la ropa interior que le suponemos, por la sencillez o por el atrevimiento, por pequeños detalles o complementos como un foulard o una flor en la solapa, por su singularidad en las elecciones delante del escaparate o del armario. Los miramos a ellos en vez de a otros porque su ropa los distingue y muestra una coherencia con lo que son.
Decimos de alguien que tiene estilo vistiendo, por su manera personal de combinar colores y tejidos, por los zapatos que usa, por la manera de peinarse o despeinarse, por la ropa interior que le suponemos, por la sencillez o por el atrevimiento, por pequeños detalles o complementos como un foulard o una flor en la solapa, por su singularidad en las elecciones delante del escaparate o del armario. Los miramos a ellos en vez de a otros porque su ropa los distingue y muestra una coherencia con lo que son.
Definimos el
estilo de un pintor por los motivos que elige, por los colores que usa, por las
dimensiones del lienzo, por el empaste de su pincelada, por el grosor y la
fluidez de su trazo…digamos que deja una huella sobre la obra que podemos
desentrañar.
Para hablar
del estilo de un escritor contamos sólo, en principio, con sus palabras, negro
sobre blanco, en la hoja impresa o en la pantalla del ordenador. Pero,
igualmente, lo que de verdad cuenta son sus elecciones, cómo usa ese material y
la huella que nos deja esa peculiar manera de oír y de mirar la realidad y de
expresarla. No hay que olvidar que “estilo” es el nombre que se le daba al
primitivo punzón con que se escribía sobre las tablas enceradas en la
antigüedad y que marcaban el estilo de cada escribiente.
He rastreado
las opiniones de muchos escritores y pensadores en relación con el estilo y
todos comparten lo esencial de la definición con más o menos vehemencia. Schopenhauer dice que “el estilo es la
fisonomía de la mente”, Leo Spitzer opina
que es “la revelación de la identidad profunda del escritor” y Montaigne, rotundamente , que “el
estilo es el hombre”. Respecto a la frase de Montaigne, Muñoz Molina apunta que cuando se dice que el estilo es el hombre,
“no se trata de que el estilo sea el don más valioso que un hombre, un artista,
pueda tener, sino de que es una emanación veraz de un carácter, de una vida y
una actitud que se manifiestan en él igual que su manera de mirar o en el metal
y el tono de su voz”. En la misma linea,
Paul Harding opina que “el estilo de
un escritor, su voz, son parte indeleble de él, como la forma de su cerebro”.Para Montesquieu,
“El hombre que escribe bien, escribe, no como los demás, sino como él mismo”. Y
así he entendido a Lobo Antunes
cuando le he escuchado asegurar: “Nadie escribe como yo”. Para Mauriac, “el gran novelista rompe su
molde, sólo él es capaz de usarlo”.
No creo que
esto que vengo apuntando, con la ayuda de tantos pensadores, tenga nada que ver
con una facilidad espontánea en la escritura. Ya Aristóteles exigía al buen escritor un estilo claro. Goethe, sabiendo que “el estilo de un
escritor es fiel trasunto de su mundo interior”, recomendaba: “Si alguien
quiere escribir con claridad, que vea
antes claras las cosas en su espíritu, y si quiere tener grandeza en el estilo,
ha de procurar primero tener grandeza en el alma”. Y de nuevo Muñoz Molina: “El estilo no es un
sistema de guiños, de adornos y de costumbres verbales, sino un ejercicio
desvelado y continuo de naturalidad, de valentía y de vigilancia, para saber
qué es lo que tiene uno que decir y decirlo con las únicas palabras posibles,
sin impostar ni engolar la propia voz”.
Hasta aquí la teoría, pero en la
práctica, si queremos averiguar de qué esta hecho el estilo de un escritor, ¿en
qué deberíamos fijarnos? Vienen en nuestra ayuda las reflexiones de Nietzsche. Para él, el escritor con
estilo debe escribir imitando a como lo diría de viva voz y para suplir los
gestos del lenguaje oral, considerar todo como un gesto: la longitud de las
frases, la puntuación, las respiraciones, la elección de las palabras, la
sucesión de los argumentos…
El estilo de un escritor es algo
así como su firma, un resumen de todos estos gestos fabricados de palabras,
algo hecho de todas sus elecciones y todas sus renuncias, algo que procede de
su propia esencia pero también de su esfuerzo sostenido. Porque aunque todos
tenemos nuestra propia voz, no todas son inolvidables.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
Estupenda entrada Inma. Te hago llegar también las felicitaciones de mi tía Elsa, que las dejó en Facebook.
ResponderEliminarMe gusta mucho lo que dice Muñoz Molina
Gracias, Andrea.
ResponderEliminarMuñoz Molina es, cada vez más, un escritor imprescindible para mí; no sólo como novelista, sino también como articulista, ensayista y crítico.
Gracias también a Elsa. Es gratificante que te lean y aún más que te digan que les gustó.
yo también lo leí.
ResponderEliminary me gustó
Pues muchas gracias, Miguel Núñez Ballesteros.
ResponderEliminarEstupenda entrada.
ResponderEliminarGracias
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