lunes, 29 de diciembre de 2014

2015

Teníamos previsto aguardar la llegada del 2015 en nuestra casa de la sierra. Recogeríamos leña para la chimenea, fabricaríamos un muñeco de nieve y nos ejercitaríamos con largas caminatas por las montañas a la salida del sol. Queríamos recibir el nuevo año en familia.
Teníamos puestas grandes esperanzas en el 2015, el año de la recuperación económica, del final de la crisis y de la felicidad aplazada. Parecía que, de golpe, en el momento justo en que las manecillas del reloj atravesaran la medianoche del 31 de diciembre de 2014, todo sería distinto.

Ya en el camino a nuestra casa, nos llamó la atención el olor a patatas cocidas. Una gente que no conocíamos, pero que parecía conocernos, nos recibieron con abrazos y nos ofrecieron carne salada y vino de tetra brick. En nuestras habitaciones, niños jugaban a esconderse; en el salón, los mayores, charlaban apretujados alrededor de la mesa, en sillas, en banquetas, en mantas extendidas por el suelo.
Me enfurecí, protesté por la invasión y los amenacé con denunciarlos si no se iban en seguida. «Esto es una propiedad privada», les grité varias veces.

Cuando se fueron comencé una actividad frenética: había que barrerlo todo, limpiarlo todo, aclararlo todo. Mis hijos preguntaron por qué los había echado. Desilusionados, me llamaron «sucio capitalista» y fueron los primeros en abandonar la casa para buscarlos. Mi mujer no dijo nada, pero se fue tras ellos.

No me di cuenta de la llegada del 2015. Me despertó el frío en el sofá del salón, la chimenea apagada y montoncitos de nieve apilados junto a la rendija de la puerta.


Fotografía: Cristina García Rodero

Punto y seguido

jueves, 18 de diciembre de 2014

PRIMERAS IMPRESIONES DE PANAMÁ

PRIMEROS DÍAS 

El miércoles 3/12/14 llegamos a Panamá. Las dos primeras noches paramos en el Hotel Sheraton. Ahora estamos instalamos en un departamento del edificio Pacific Sky, donde pasaremos un tiempo indeterminado. Mi marido llegó descompuesto, por eso lo primero que miramos fueron las camas. No las del Sheraton, claro. El olor a humedad y a transpiración humana impregnado en sábanas, colchones y almohadas, junto con un pelo que saltó a la vista, nos tira para atrás, y el aroma se queda instalado en mi nariz como un mal sueño. Yo quería ponerme el short y las chanclas, pero tuve que dejarlo para después. Primero estaban las compras de rigor y poner a trabajar la lavadora y la secadora. Le tocó el turno hasta a las almohadas. Comprobamos que jamás habían dado vuelta el colchón; el peso de dos metros por dos metros recae en Miguel. Tras darlo vuelta huele a madera y de este lado una franja amarillenta lo atraviesa, producto de las dos camas separadas que lo sostienen.


Todo tiene, hasta ahora, un dejo de irrealidad. La primera impresión fue nocturna, de oscuridad y espacio abierto, de edificios que en nada se parecen a un barrio. Adentro del hotel las chicas se pasean en vestiditos de tirantas y minifaldas, en tacones altos y peinados de peluquería. Yo compruebo que mi pelo, que en México estaba casi lacio, se eriza y crece como un pastel. La ropa que llevo puesta es la que «me entra», más acorde a la temperatura del DF que a esta. Afuera el calor y la humedad del trópico. Adentro todo luce casi como una película. Por la mañana compruebo que se ve el mar desde la ventana de nuestra habitación, gris como el cielo. Me pregunto cómo se verá con sol, si la desembocadura del río-canal convertirá a este mar en un marrón platense. Dicen que los panameños llaman a la temporada seca «verano». Se supone que comienza en enero. Las piscinas de hoteles y edificios aún están vacías de gente, pero llenas de agua. Yo me siento como en una isla. Salimos a caminar por los alrededores del hotel. Enfrente, el Centro de Convenciones; un tal Adal Ramones es el culpable de una fila interminable alrededor de toda esa manzana. Junto al hotel, un Casino. Dos cuadras más allá, una lavandería. A la vuelta, una parada de autobús. A esa hora ya no hay atascos. Desde el mar llega un aire un poco menos denso. Decidimos sentarnos junto a un gran globo terráqueo a respirar aire puro. En la esquina flamea la bandera, casi en la oscuridad. Durante el día le saqué alguna foto, rodeada de pájaros.


 Miguel y yo llegamos con resfriado. Seguimos estornudando. El mundo se mueve en coche. Todos paran en la puerta. Los valet parking se apoderan del volante. La gente entra, desconocen el calor, es casi una negación. Los edificios de Punta Pacífica y San Francisco centellean desde mi actual ventana en el edificio Pacific Sky. El «Tornillo», como llaman a su edificio emblema, sobresale entre todos. Observo mi nuevo horizonte. Hacia la derecha veo el mar y una avenida que trae luces rojas. Mientras miro a la altura de mis ojos, desde esta 15º planta, todo parece un escenario perfecto. Cuando la vista ya está llena de edificios, miro hacia abajo. A mis pies, a la derecha, las topadoras escavan la tierra junto a un charco que pronto se convierte en laguna. A mi izquierda, como un viejo barrio chino, una manzana irregular de casitas de colores con techos de chapa, se resiste al desalojo.  



PERDIDOS

Sábado 6/12/2014: suena el timbre antes de lo previsto. Miguel se desespera, me hace salir corriendo, casi sin peinarme. Edith, la agente inmobiliaria, nos invita a visitar un par de departamentos. Estamos sin desayunar, aclaro. Yo no funciono sin café. Migue está sin teléfono. Le trajeron un chip, pero no funciona, dice. ¿Vamos en su coche, Sr. Miguel? Sí, contesta él, que sólo lo había metido en el garaje la noche anterior cuando un compañero se lo dejó en la puerta. La obligo a elegir cafetería antes de salir. Me pregunté por qué no nos llevaba ella que conoce el camino. Sencillo, porque anda en taxi. Subir al coche fue una estupidez. Los departamentos a visitar estaban a una cuadra… Uno era enorme y muy descuidado. El otro muy pequeño, agobiante. Le aclaro que soy yo la que debe pasar tiempo en el lugar, y que tiene que estar cerca de un supermercado. Edith es altísima, usa ropa elegante, o por lo menos así le sienta. Cuando camino junto a ella soy un enano de jardín. Me choca el trato: señora, señor. Cuando lo dice me acuerdo de mi madre: El señor está en el cielo.


         Tras la visita nos vamos al Sheraton, Edith tiene que hablar con el jefe de Miguel. El regreso no debía ser directo. Íbamos a recorrer la zona, pero no tenemos plano, ni GPS, ni recordamos nuestra calle o nuestro edificio, sólo su nombre. Y estamos incomunicados. Después de dar cientos de vueltas y no encontrar cómo llegar al edificio donde vivimos, con Miguel insultando al tráfico, le sugiero que entre en un Centro Comercial que sabemos está muy cerca de la que, provisionalmente, es nuestra casa. Primero busquemos a Movistar, le digo. Corrimos por los pasillos. Arriba, abajo. El muchacho del stand nos mira con mala cara. Ya cierro, nos espetó sin levantar los ojos. Miguel abre el teléfono y se lo muestra. El chico lo arregla sin dar explicaciones. Por fin podemos hablar, pero mi idea es otra: que nos guie un taxista. Y fue la mejor. Eran apenas unas cuadras, pero cómo dar con la calle. La ciudad está cruzada por autovías, la costa es irregular, las referencias se desdibujan, la noche cae rápido, a las 6 PM. Llegamos a la hora de la cena, y el domingo todo fueron caminatas de orientación y visita al mismo Centro Comercial que nos había salvado. Es importante saber cómo entrar y cómo salir de esta ciudad que en principio se muestra poco amigable, tanto para el conductor como para el peatón. 



DÍA DE LA INMACULADA, DÍA DE LA MADRE

Aquí es día de fiesta, no se trabaja. Miguel propone recorrer la autopista e ir hasta la planta donde están sus nuevas oficinas, para hacer un reconocimiento. Luego enfilamos hacia una zona turística: el Casco Antiguo. El estacionamiento, frente al mar, es gratuito. La zona es irregular. Mezcla de edificios rehabilitados con “conventillos” de escaleras desvencijadas y olor a viejo. Frente a la Plaza Francia encuentro el Centro Cultural de España llamado «La Casa del Soldado», que días atrás albergó al Festival Ñ. Lamenté mi falta y me pregunté cómo sería andar sola por estas calles, por la noche, buscando taxi. Estimo que si hubiera llegado sólo una semana antes mi falta no sería tal, pero sólo estimo. Cuando levanto la vista y veo la ropa tendida en los balcones, me acuerdo de Inma y saco fotos. Pronto comienza a chispear. En una pequeñísima plaza, frente a una iglesia que sólo conserva su frente en pie, nos refugiamos de la lluvia bajo las sombrillas de un restaurante. Cuando amaina un poco, nos acercamos a otra plaza y buscamos asiento en una mesa, bajo otra sombrilla. Pronto vuelve a llover. Almorzamos rodeados de una cortina de agua. La comida va acompañada de patacones, plátanos verdes aplanados y fritos. Lo que pedimos nos asombra. Lo imaginamos diferente. Con la barriga llena emprendemos el regreso. Cuando llegamos al coche, la rueda derecha trasera está pinchada. Parece otra mueca más de nuestra suerte.



 POR AHORA, PACIFIC SKY

Desde este edificio salgo a ver otros, a buscar nuestro próximo hogar. Algunos muy cerca. Sobre la ciudad sobrevuelan grandes pájaros negros. Esperábamos gaviotas, pero aquí hay buitres. También hay mirlos de un tono negro azulado que atiborran los árboles, y al atardecer ensordecen ciertas calles, aunque de un sonido más agradable que las cotorras argentinas. Encuentro el cuenco donde dejo los saquitos de azúcar lleno de hormiguitas enanas. Hormiguitas que han trepado al piso 15, y que me producen un escozor hipocondríaco. Miguel dice que la oficina está llena de ellas. No me extraña, está al borde de la selva. El aire acondicionado cumple dos funciones: enfría y seca el ambiente. Todos los departamentos que visito tienen área social, con su piscina, la mayoría insignificante, y su gimnasio. Yo quiero esto y vista al mar. Si se trata de pedir, pido. Pero nada me convence del todo. Finalmente busco en internet, me canso de Edith, de su letanía: El señor dijo, El señor quiere, ¿Cómo amaneció la señora?... Busco en el periódico. Las frases ordenan las palabras al revés. Muchas arrastran el verbo al final. Compruebo que utilizan sinónimos, y que el vocabulario está impregnado de lo limítrofe: chévere y vaina son palabras que escucho a cada paso. También vocabulario norteamericano, de cuando el canal era colonia. Este país tiene 3.800.000 habitantes, la mitad está en esta ciudad. Igual cantidad de hombres y mujeres, y muchos descendientes de los esclavos negros, que entre etnia pura, mulatos y zambos suman un 41% de la población.

         La gente contonea sus curvas enfundadas en jeans que yo encuentro calurosísimos. Caminar por las calles en shorts es mostrar a destajo nuestra calidad de turistas, y eso no es bueno. Ni el mar ni el calor otorgan libertad. La formalidad inunda las calles de tacones altos y de vestidos paseanderos. Aquí no hay playa, no se confunda. Las playas están fuera de la ciudad, o del lado del Caribe. Me da igual, me calzo mi short y voy al supermercado. El 99% de los productos tiene inscripciones en inglés. Me aterrorizo frente a los tomates. Un tomate: 1 dólar. Algunas frutas, como las ciruelas, se venden por pieza, no por kilo. Alguien nos cuenta que hay un Mercado de Abasto, que allí todo sale tres veces menos. Será nuestro paseo tempranero de los sábados, no lo dudo.


         Es difícil encontrar el nombre de las calles. Los edificios no tienen número, sólo nombre. Llega bien la correspondencia, me dice el custodio del Pacific Sky. Algunas cosas nos orientan. La calle 50 y su «Tornillo», la Cinta Costera sobre la Avenida Balboa, el Corredor Sur, el Hospital, el Multiplaza, el Multicentro. La ciudad bordea al mar, lo abraza. Crece a lo alto, y poco a lo ancho. Tiene unas cuantas cosas para conocer, no sólo el Canal. Más de lo que esperaba.
         Como dije antes, el mundo se mueve en coche. Encontrar gente caminando por las calles es rarísimo, por eso llamamos la atención. Las calles tienen muchísimos baches. Las aceras son mínimas. La sensación de barrio es inexistente. La vida gira alrededor de los Centros Comerciales. El sol pega como un diablo y si dejas un huequito sin protector, tendrás zona de fuego. Está comenzando el verano.


Andrea Vinci
Punto y Seguido


lunes, 15 de diciembre de 2014

ESTO EMPIEZA A DOLER

Tengo que confesarlo, me gustan las historias que no terminan de contarse, esas en las que parece que te asomas a una ventana y solo ves algunos detalles de la vida que transcurre en la calle. Detalles de vidas ajenas unidos unos a otros por la mirada, por el sencillo gesto de permanecer asomado. Pueden ser una historia, o no, pero están ahí, ante ti, con un significado concreto, esperando al lector/ espectador para ser descifrado.

Dicho esto, lean este relato de James Lasdun

El señor Bryar vuelve a su oficina después de la hora del almuerzo. La secretaria le pregunta si ha comido bien. Él miente: «Un almuerzo excelente». Poco después vuelve a mentir, «Un almuerzo complicado», le dice a su mujer, aunque esta vez le resultará extraño. Ha estado en el funeral de Marie llorando de manera incontrolable. Durante tres años, en cada una de las casas en las que hicieron el amor, para él fue como si entrara en un mundo diferente, como si se hubiese aventurado en otras vidas posibles.
Su mujer le encarga un salmón para la cena. Bryar lo compra demasiado largo para la nevera de la oficina y tiene que dejarlo dentro de un archivador, en el sótano, junto a trampas para ratones y cucarachas. Trabaja durante toda la tarde. Llega sudando a la estación de Charing Cross y coge por los pelos el tren de las seis cuarenta. Piensa en Marie.
Tenemos a un hombre gris que miente, una tarde de verano asfixiante y un salmón en el sótano. Tenemos a una esposa que le dice lo que piensa, eres tonto, y a una amante muerta que le dijo lo que sentía esto empieza a doler. Al hombre gris que miente, el señor Bryar, solo se le ocurre llorar, aturdirse, decir mierda o sentir un horror repentino al descubrir el olvido del salmón en el sótano de los ratones. De repente, su prodigioso andamiaje de mentiras se tambalea ante ese olvido. Un olvido así no es insignificante, abre la brecha por donde se cuela la verdad, esa verdad última que le muestra a las claras todo su ridículo: «Tú eres tonto —le dijo—. Tonto de capirote».

Fotografía: Lee Friedlander

Evidentemente el señor Bryar es un hombre apocado, tiene poco aprecio de sí mismo y quizás no sabe mentir, algo peligroso para alguien que construye su vida en base a una mentira. Ha fallado. Un buen embustero debe tener a punto su memoria, la memoria es fundamental para recordar las mentiras que se dijo y que la verdad nunca pueda traicionarlas. Ese olvido, prueba de que no sabe mentir y de que todo se tambalea, es aprovechado por su mujer para escupirle la verdad: «Tú eres tonto —le dijo—. Tonto de capirote». Puede que ella se refiera al salmón, pero hay demasiado énfasis en la repetición del insulto, un exceso de regodeo, casi una venganza por mentirle o por dejar escapar a Marie, esa ilusa enamorada. El señor Bryar se siente horrorizado, quizás en ese momento dejó de pensar en Marie y trató de calcular en qué otros olvidos había podido incurrir y esa turbación ante la fragilidad que sostenía su mundo y el comprobar cómo se le desmorona, hace que retorne, ahora de manera punzante, aquello a lo que se refería Marie, lo que empezaba a doler.

Léanlo, tras la aparente banalidad de los hechos y la concisa información que Lasdun nos facilita en apenas tres páginas, tenemos la posibilidad de acceder a esa otra historia que no termina de contarse y que va mas allá de esas páginas y de ese final infalible. Incluso puede que, en una de estas tardes de frío diciembre junto a los anuncios de perfumes y de loterías de navidad, más de uno nos preguntemos por aquel salmón que probablemente olvidamos en el archivador del sótano, junto a las trampas para ratones y cucarachas.





Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido     

jueves, 11 de diciembre de 2014

UN PEDIGRÍ. PATRICK MODIANO.

La lectura de Un pedigrí, el breve libro autobiográfico de Patrick Modiano, me ha recordado a  uno de esos paseos confusos y laberínticos que los personajes de sus novelas dan por el París de la época de  la ocupación alemana o de la posguerra del último conflicto mundial. El lector se pierde entre nombres de personajes que el niño y el adolescente Modiano frecuentó, por calles y barrios parisinos que sirvieron de escenario a aquellos años en los que se sentía como un perro abandonado y que el escritor, ya cercano a los sesenta, recorre de nuevo en el laberinto de la memoria en busca de su origen, de su identidad. “Soy un perro que hace como que tiene pedigrí”. 



Modiano empieza por el principio, su nacimiento el 30 de julio de 1945, producto de un encuentro fortuito de sus padres entre el vendaval de gentes de diferentes nacionalidades que las guerras habían esparcido por Europa. "Las temporadas de grandes turbulencias traen consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada”. Su madre, una belga, actriz de tercera fila que Modiano describe así: “Era una chica bonita de corazón seco” y su padre, parisino judío procedente de italianos, que se mueve entre la clandestinidad y el mercado negro, entre identidades falsas y negocios turbios. “Dos mariposas extraviadas e inocentes en una ciudad sin mirada”. Y el escritor prosigue el relato de sus raíces: “Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño- o el estiércol- de donde vengo”.

Leo hipnóticamente las 60 páginas del libro, imagino al escritor removiendo papeles, partidas de nacimiento, viejos recortes de periódico, fotografías…que van tirando del hilo de la memoria, bordando fechas en el tejido del relato; el escritor defendiéndose del dolor de la memoria: “Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo.Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un curriculum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía”; el escritor al que se le escapa la poesía de algunos recuerdos entre los listados de los “comparsas” de su padre y los “amigos” de su madre, recuerdos de momentos compartidos con su hermano mientras andaban prestados en casa de cualquiera que los cuidase:”Mi hermano y yo nos quedamos solos casi dos años en Biarritz (…) La mujer que nos cuida es la portera de la finca”, “Todos los jueves vamos mi hermano y yo, a primera hora de la tarde a comprar Tarzán en el quiosco de enfrente de la iglesia. Calor. Estamos solos en la calle. Sombra y sol en la acera. El olor de los aligustres…”, recuerdos de sus estancias en los internados, la disciplina militar, el frío, el hambre, la soledad y el encierro, las frías cartas de su padre y las desconcertantes de su madre. Y luego la adolescencia, la rebeldía, las penurias y la miseria moral a su alrededor. El Patrick adolescente y joven que rememora el escritor maduro intenta página tras página ser tratado como se espera que se trate a un hijo, a veces se pregunta recordándose en determinados ambientes ¿qué hacía allí?, más tarde se enfrenta al padre, sostiene a la madre con el producto de pequeños robos y cambalaches, tiene un conato de detención propiciado por la amante de su padre…lo vemos derivar hacia el filo peligroso de la vida. 


Hay una constante a lo largo del relato de estos primeros años del escritor: sus lecturas. Modiano las va anotando junto a las fechas en que se dieron. El último mohicano, El libro de la Selva, Las minas del rey Salomón, El prisionero de Zenda, más adelante  Fermina Márquez, Solo una mujer, La calle sin nombre, la calle de Le-Chat-qui-Péche, títulos que parecen haber dejado su huella en los de las novelas de Modiano, A puerta cerrada de Sartre en copia mecanografíada que alguien ha dejado a su madre para una posible función teatral, Viaje al fin de la noche, Ilusiones perdidas…

El protagonista de Un pedigrí acaba librándose de un porvenir oscuro gracias a la literatura. Consigue publicar su primera novela por la mediación de Queneau al que había conocido entre los personajes que rodeaban a su madre. El escritor se siente “ligero por primera vez en la vida”, deja de sentirse “continuamente en guardia”. “Había zarpado antes de que se derrumbara el pontón podrido. Por poco”.

La mirada de Modiano a esa etapa primera de su vida, que pretende ser fría y despegada, como la de un notario que levanta acta, se torna compasiva y confusa, también poética, contagiada por las del niño y joven Modiano, nos ayuda a entender su literatura teñida de todo ese poso de aquellos primeros años anómalos. Sus temas, sus ambientes, sus personajes… todos proceden de esa época suya de perro sin pedigrí.



Inmaculada Reina
Punto y Seguido

martes, 9 de diciembre de 2014

UN CUENTO DE NAVIDAD


Desde hace diez años, la editorial La Fragua del Trovador, edita una colección de cuentos llamada  “Miradas de Navidad”. Los cuentos se seleccionan a través de una convocatoria nacional abierta a todos los escritores. Los beneficios por la venta del libro se destinan cada año a una ONG para apoyar una causa solidaria.

Entre los seleccionados de este año se encuentra Pedro Rojano, miembro de nuestro grupo y al que felicitamos desde estas líneas. Se trata de un cuento de Navidad que escribió con motivo de un viaje a Perú: “DISECCION DE UN GESTO”.

Con los 17 cuentos seleccionados se ha editado el número 10 de la colección Miradas de Navidad, cuyos fondos obtenidos por su comercialización están destinados a ASPACE Zaragoza, una Fundación sin ánimo de lucro y declarada de utilidad pública, interés ciudadano y de interés público y municipal, fundada en los años setenta. Surge debido a la necesidad de un grupo de familias de cubrir las carencias existentes de atención y cuidado de las personas con Parálisis Cerebral.

Os animamos a participar de esta buena acción navideña adquiriendo el libro, e incluso regalándolo a vuestros amigos para celebrar las fiestas. El precio son solo cinco euros y no tiene gastos de envío (Península y Baleares). Podéis solicitarlo a la dirección editorial@lafraguadeltrovador.com

Seguidamente reproducimos el cuento de nuestro compañero como aperitivo a esta venturosa propuesta.

 

DISECCIÓN DE UN GESTO

Pedro Rojano

 

Cuando se acerca el final de año me ahogo en cifras y presupuestos. Desesperado cruzo el océano para buscar un gesto: una mano alzada agitándose en el aire. Diminuta, regordeta, con churretes de chocolate relamido. Miles de manos en aquella plaza ruidosa, pero solo una que se une a mí cruzando todo el espacio temporal que ya nos separa, y aún está ahí; la copia de una despedida 13x18 en brillo y sin marco.

El Sol de enero se cuela entre las hojas de palmeras, mientras las palomas van abriéndome un pasillo que me conduce hasta un banco donde apoyar la mochila. Resoplo. La humedad me hiela la espalda en el contacto con el hierro y siento unas punzadas intermitentes en mis hombros. Saco el diario y escribo.

La plaza Mayor de de Arequipa tiene las esquinas porticadas recubiertas de una melaza invisible. La misma que empasta la rugosidad de los sillares volcánicos sobre los que está construida esta alegre ciudad de color hueso. «Cigarrillos, chicles, puritos», grita con cachaza un muchacho desde su escaso metro de estatura. De sus hombros, sujeta por una cuerda de esparto, le cuelga una caja de madera con la mercadería. En el centro de la plaza, una fuente, coronada por un diminuto guerrero inca que danza sobre el agua, cautiva la mirada de una cholita con un bombín en el pelo negro del que se descuelgan dos trenzas, y un bulto bajo una manta que parece ocultar la tristeza de una infancia silenciosa y resignada.

Me molesta el ruido incesante de los taxis; amarillos y ridículos, que inflaman de humo las calles cuadriculadas de esta coqueta ciudad. Escribo en el diario todo lo que veo, pero no es fácil, máxime cuando un limpiabotas se ha sentado a mi lado y señala con tristeza mis Chirukas. Le miro a la cara, a sus manos, a mis botas; no soporto que alguien limpie mis zapatos, el pudor es más fuerte que la compasión.

Al otro lado de la plaza unos niños corretean en círculo intentado pillar a las palomas, mueven sus brazos como aspas arriba y abajo, arriba y abajo. Cerca de ellos, reparo en un chándal de color rosa, estampado con una muñequita de ojos grandes y piel blanca. Lo lleva puesto una niña con coletas negras, la cara tostada y tan redonda como un eclipse. Tiene los labios secos, escasos, y los limitan dos enormes cachetes que se hinchan cuando ríe. En sus manos lleva una caja dorada que ofrece a los turistas, a pesar de que estos están más interesados en captar la perspectiva de la catedral. Va de uno a otro como una hoja de noviembre, y así, como sin quererlo, llega hasta mi banco. Se sienta.

—Cómprame un bombón—vuelve a hinchar los pómulos—dos por un solcito.

Mi escudo europeo se desmorona con su sonrisa, y ya tengo dos bombones para después de cenar. Desinteresada se queda aquí, mi mochila entre ella y yo. Las piernas le cuelgan, y las agita de dentro afuera. En sus manos apenas le caben tres o cuatro soles que a veces se le caen al suelo. Los recoge con destreza sin parar de reír.

Se llama Lorena / yo Pedro / tiene que vender todos los bombones antes de irse a su casa / aunque sea de madrugada / sí, va al cole, pero luego se viene aquí con su madre y dos hermanas / …por ahí andan cazando turistas / ella les ayuda vendiendo bombones / sí, sí que juega, pero no como otros niños / a ella le encanta vender / todas las tardes después del cole / los sábados y domingos todo el día / ¿los reyes magos? / No conoce a los reyes magos / por aquí nunca vienen / debe ser por el mar, los camellos no saben nadar / ¡Cómprame otros dos! / No, ya te he comprado / ríe.

Le señalo un turista con cara de pánfilo y sale disparada con su caja dorada.

 

Volví a la Plaza de Armas de Arequipa la noche siguiente. La iluminación eléctrica perfilaba los contornos arquitectónicos pues el sol se había marchado con viento fresco sin olvidar su abrigo de alpaca. Había comprado un monederito de tela con cremallera en el que metí un billete de diez soles. Lo coloqué en una bolsa junto a unos lápices de colores. Lorena seguía allí, con sus mofletes hinchados y la caja dorada. Eran las once de la noche. Me acerqué a ella, le di el regalo. «Los reyes magos dejaron en mi habitación esta bolsa para ti». Ignorando protocolos, me alargó su caja de bombones para que la sostuviese y sacó los regalos. Descubrió la cremallerita del monedero y tiró de ella. Miró en el interior y me devolvió su cara con la boca como un pez. Los mofletes se relajaron, su sonrisa enmudeció. Le besé en la mejilla y me perdí entre la muchedumbre. Era seis de enero.

Cuando miro hacia atrás puedo ver su mano diminuta y regordeta agitándose en el aire, como una paloma que regresa siempre en mis días aciagos.

lunes, 1 de diciembre de 2014

NEW YORK CITY (3ª y última parte)

Este tercer y último acercamiento a Nueva York voy a comenzarlo en Broadway: 
Broadway y yo
Siempre pensé que Broadway era una calle medianamente grande donde se encontraban todos los teatros de Nueva York concentrados. La realidad es que Broadway es la arteria de Manhattan, la cruza diagonalmente y atraviesa además la plaza de Times Square, donde se vuelve tan luminosa como yo la imaginaba. En realidad sólo hay dos teatros en la Av. Broadway, los demás se encuentran dispersos por las calles anexas y en todos ellos se representan todos esos musicales a los que soy tan aficionada. Para nuestro estreno en Broadway escogimos nuestro musical favorito: Wicked, que además fue el primer musical que vimos en Londres hace ya unos años. Está basado en la novela de Gregory Maguire: Wicked: Memorias de una Bruja Mala, historia paralela a El Mago de Oz y que cuenta la historia de las brujas de Oz, Elphaba (La malvada bruja del Oeste) y Glinda (La bruja Buena del norte), mucho antes de que Dorothy llegase a su mundo. Su banda sonora es altamente recomendable, y la versión de Defying Gravity de Idina Menzel o de Kerry Ellis son para mí las mejores. Los musicales son caros, pero no te puedes ir de Nueva York sin ver al menos uno. Digo uno al menos porque nosotras vimos dos: Wicked y Cinderella. Lo de Cinderella fue azaroso: En TKTS en Times Sq o en South Street Seaport, se pueden encontrar entradas con descuento para el mismo día de la función y, aparte ser una historia conocida, (¿Quién no conoce a Cenicienta?), y de tener buenas críticas, tenía el mayor descuento de todas, así que la elección no fue difícil. No nos arrepentimos. 

WICKED AND CINDERELLA
Otra de las cosas que tiene Broadway son sus tiendas y sus restaurantes. Nos habían recomendado el Stardust, un restaurante muy típico americano, en el que los camareros son cantantes de musicales y cantan y montan shows en el que cabe la improvisación de los comensales. Cenar allí es como formar parte de uno de esos musicales y, entre plato y plato, puedes pasar de figurante a estrella de la noche. Os dejo el enlace a su página web para que le echéis un vistazo: PINCHA AQUÍ

Gray's Papaya
No hubo un sólo día en todo el viaje que no paseásemos por Broadway o por Times Square, que no visitásemos sus tiendas o sus restaurantes o no nos deslumbrásemos con sus luces de neón y su publicidad extraordinaria. También solíamos cenar por esa zona. No se puede decir que se coma bien allí, pero de hamburguesas, perritos y pizzas te puedes poner hasta las cejas. Recomendable Five Guys para las hamburguesas y Gray's Papaya para los perritos, (ya lo decía Matthew Perry en Sólo los tontos se enamoran). Ya que he nombrado a Matthew Perry, no puedo dejar de nombrar la serie: Friends
Y como Friends-adicta que somos, nos fuimos a buscar el edificio en el que se supone que tenían los apartamentos Rachel, Mónica, Chandler y Joey. Allí nos juntamos unos cuantos frikies a hacernos la foto de rigor junto al edificio en el que echamos de menos el Central Perk donde los personajes se juntaban a tomar café, acharlar, ligar y escuchar a Phoebe cantar su Smelly Cat, Smelly Cat. En fin, un guiño a Friends por su  aniversario (20 años del primer episodio y 10 años desde el último): ¡Felicidades, chic@s! 

Otra de las visitas imprescindibles de Nueva York es la Grand Central, una ciudad dentro de la ciudad, la estación de trenes mítica, la más grande del mundo, que sobrevive gracias a Jacqueline Kennedy-Onassis. Su Hall Principal ha sido inmortalizado por el cine tantas veces que una vez que estás ahí dentro es impensable no sentir que ya has estado antes, acompañada por los grandes del cine: Tiempos Modernos, de Charles Chaplin. Con la muerte en los talones, de Hitchcock. Atrapado por su pasado, de Brian de Palma. Armageddon. Superman. Enamorarse, con Robert De Niro y Meryl Streep. Madagascar. Etc. Lo que más me impresionó, aparte del hall principal con sus enormes lámparas, su techo color turquesa y su universo estrellado, fueron los grandes ventanales por los que se cuela el sol y ese fantástico reloj de cuatro caras que es uno de los relojes más filmados del mundo. La Grand Central merece más de una visita, y nosotras cumplimos también con ello. 

Grand Central Station
Otra de las típicas cosas que hace un turista cuando llega a Nueva York es un crucero por el río Hudson, por el East, o por ambos. Nosotras cogimos uno que salía a media tarde en los muelles del Hudson, bordeaba el sur de Manhattan, entraba por el East River, pasaba bajo el Brooklyn Bridge mientras se iban iluminando los rascacielos ya al anochecer, llegaba hasta Queens y ya de vuelta nos acercaba a la Estatua de la Libertad. Es una de las cosas que más disfruté, a pesar de que el capitán de a bordo se las daba de cómico y no soltó el micrófono un sólo segundo para hacer su propio show made in NY. Durante el trayecto nos cruzamos con un velero precioso, con un crucero enorme y lleno de turistas, y con varios barquitos que le daban un aire pintoresco al horizonte de New Jersey. 

Manhattan desde el crucero
Nueva York no es sólo rascacielos. Ni shows. Ni tiendas. Ni luces. Ni gente yendo y viniendo. Nueva York es mucho más. Es multicultural y muestra de ello son sus diferentes barrios. Es una ciudad en continuo crecimiento y expansión. No es la ventana del mundo sino que todas las ventanas del mundo tienen vistas a Nueva York, y han convertido a esta ciudad en ese escaparate en el que se miran y contemplan. De alguna manera, todos llevamos un neoyorquino dentro, o tal vez, cada neoyorquino lleva algo de nosotros y lo deja patente en su ciudad. Pero esto, es una apreciación mía, después de pasear y pasear, por la ciudad que nunca duerme. 

Barrios de Manhattan
El Lower East Side incluye Chinatown, Little Italy, Nolita y el East Village que son un refugio de jóvenes profesionales y artistas. Little Italy ha sido prácticamente absorbida por Chinatown que sigue en expansión debido a la alta tasa de inmigrantes chinos que recibe y que ha superado ya las posibilidades del barrio. A mí me pareció la zona más fea de Nueva York, a la par que la más comercial, puesto que sólo andar por la calle Mott o Mulberry ya te hace convertirte en cliente potencial que no continuará su paseo sin haber adquirido alguna prenda o artículo de imitación y, a la vez, de escaso precio y calidad. 

Mott St - Chinatown
Otros barrios que actualmente se han convertido en centro de tiendas de ropa , de arte y restaurantes son Greenwich Village, West Village, Noho, Chelsea, Tribeca y el Soho, cuna de artistas y barrio que ha aparecido también en incontables series y películas. Me llamó la atención al pasear por el 102 de Prince St un edificio que había visto un montón de veces, y es que se trataba de la ubicación de la casa de Patrick Swayze y Demi Moore en la película Ghost. Bloomingdales, uno de los almacenes más famosos de Nueva York, tiene una sucursal en la zona. No es apto para bolsillos normales y corrientes como el nuestro. En Bloomingdales del Upper East Side trabajaba Rachel de Friends. 

El Upper East Side, junto al Upper West Side donde se encuentra el edificio Dakota donde asesinaron a John Lenon, es una de las zonas más caras para vivir en Nueva York. Ahí se encuentran las grandes mansiones, las tiendas exclusivas más caras, (junto a las de la 5ª Av), y también algunos de los edificios más míticos y los museos más famosos. Por nombrar algunos: El MET y la Frick Collection en el Upper East y el Natural History Museum en el Upper West. De estos tres, dedicamos una mañana completa al MET. Hay que decidir qué salas recorrer, porque ver el MET al completo puede ocuparte al menos una semana. La Frick Collection es una mansión del antiguo magnate Frick, un entusiasta del arte, que dejó una magnífica colección de arte entre las paredes de su casa, que por sí sola ya es una obra de arte sensacional. Del museo de Historia Natural sólo visitamos el vestíbulo. 

Museo Metropolitano (MET)
Un barrio que merece mención aparte es Harlem, al norte de Central Park y que está dividido en East/Spanish Harlem, poblado por una mezcla de italianos. afroamericanos y latinos, y el propio Harlem donde reside la comunicad negra más famosa de la ciudad. Antiguamente era una zona bastante conflictiva y llegamos con cierto recelo hasta ella para asistir a una misa Gospel un domingo por la mañana. La pura realidad es que es una zona tranquila, residencial y de edificios de color teja y con escaleras que llevan hasta la entrada de las casas. Bien merecen ser fotografiados cada uno de ellos. Zona cuidada y limpia, de gente amable y servicial, aunque también nos encontramos carteles colgados en las paredes de gente que se busca por algún delito, cosa que no habíamos visto en ninguna otra parte de la ciudad. El teatro Apollo donde actuó Michael Jackson en sus comienzos, es un teatro pequeño que no destaca entre una hilera de edificios bajos y se encuentra en la zona menos pintoresca de Harlem. Las misas Gospel han adquirido un sentido demasiado turístico, tuvimos que abandonar la cola de un par de iglesias debido a la afluencia masiva de turistas y nos encomendaron una en la que todos los que no pudimos entrar en las más famosas y recomendadas por las guías, teníamos cabida. El 90% de los feligreses éramos españoles, holandeses, alemanes, italianos, ingleses o franceses. Del 10% de los feligreses, el 7% pertenecía a la iglesia, rondaba los 80 años y hacía las labores de pasar el cepillo, cantar, gritar Aleluya, y recitar partes de la Biblia. El pastor se encontraba entre ellos. Del 3% restante, el 2% pertenecían a la banda. Sólo un uno por ciento eran vecinos octogenarios del barrio, que con sus muletas, sillas de ruedas, cabestrillos y taca-tacas, se acercaron a oír la misa vestidos para ir a una fiesta de los años cincuenta. La verdad es que fue muy divertido a la par que interesante. 

HARLEM
Tras dar un paseo por Harlem y decidir que en el próximo viaje que hagamos a Nueva York, dedicaremos más de un día a esta zona, nos fuimos hacia Central Park, el parque de ciudad más famoso del mundo, junto al Hyde Park de Londres que se queda pequeño ante tanta inmensidad y diversidad. Central Park ya es en sí una película, y durante un día, nos sentimos nuevamente protagonistas de la misma. Todo lo que esperábamos encontrar estaba allí ante nuestros ojos y bajo la suela de nuestras sandalias: Los lagos, el contraste de los inmensos árboles con los rascacielos y el hotel Plaza al fondo, los puentes, el enorme césped considerado como la playa neoyorquina, donde nos tumbamos a saborear unos deliciosos perritos calientes recién hechos, campos de volley ball, de fútbol, etc, gente paseando, gente de boda, gente corriendo, (nos fijamos por si entre los corredores estaban Madonna, Hugh Grant o algunos de los que presume correr por allí cada domingo), las estatuas de Alicia y de Hans Christian Andersen rodeadas siempre de niños, el castillo Belvedere, el puente The Pond que ha sido escenario por excelencia en las películas románticas rodadas en Central Park, y por supuesto, la fuente Bethesda. Dicen que es imposible no perderse en Central Park, y que también es absolutamente recomendable, siempre que no sea de noche. 

Central Park
Me permito terminar en Central Park estas crónicas de mi viaje a Nueva York, que ha pretendido no otra cosa sino acercaros esta maravilla de ciudad, que contiene todo el arte del mundo concentrado, que podría ser una novela de esas que no dejas de leer y que se fuera reescribiendo y aumentando con cada lectura o relectura. Un cuadro que no deja de pintarse. Una escultura que no deja de esculpirse. Nueva York no deja indiferente a nadie, y desde luego, volví diferente de allí, más ciudadana del mundo y a la vez más yo misma. Nueva York posee esa capacidad, la de cambiarte, digo. Me quedó pendiente ver un partido de baloncesto de los METS en el Madison Square Garden, al que fuimos a visitar y rodeamos una y otra vez, como si hubiésemos guardado cola para ver la actuación de uno de nuestros iconos musicales o realmente uno de esos partidos míticos. Nos hicimos fan de los Yankees, del baseball y gritamos Jenner is our captain en las esquinas de Times Square como cualquier otro aficionado. Sí, sin duda Nueva York, dejó mucho en nosotras, que ahora somos malagueñas y neoyorquinas, y como todo ciudadano que está fuera de su hogar, nosotras regresaremos a casa, siempre que podamos. 

New York is waiting for us. 


Punto y Seguido. 




A  Patricia Monteagudo. 






Fotografías: Isabel Merino. Nueva York 2014. (Excepto Friends 20th y plano de Barrios de Manhattan).









jueves, 27 de noviembre de 2014

FESTIVAL EÑE 2014








Un año más durante los días 21 y 22 de noviembre, como representantes del grupo literario Punto y Seguido, Inmaculada Reina y yo  nos trasladamos a Madrid para vivir en primera persona esta gran fiesta de la literatura en el Círculo de Bellas Artes. Una fiesta cargada de poesía, de música, teatro y charlas con escritores y directores de cine. No quedaban plazas para los talleres literarios de Cuento con Eloy Tizón, ni de novela con Mateo Coronado (a los que nos hubiera gustado asistir) además de la conocida sección, editor en busca de autor. Nos ha faltado tiempo. Tiempo para poder disfrutar de algunas conferencias y lecturas poéticas, que  se pisaban  las horas, unas a otras. Pero aún así hemos disfrutado de cada una de las conferencias y charlas a las que hemos asistido. Aquí os dejo un resumen.


La tarde del viernes  asistimos a la inauguración en la sede del Instituto Cervantes con una charla entre dos de los grandes, el periodista y editor Juan Cruz, junto con el escritor chileno, Premio Cervantes Jorge Edwards presentados por Camino Brasa. La literatura es, ante todo, palabra. La palabra cobra cuerpo y la literatura más vida que nunca.  Hablan de la eñe, que no existe en las máquinas anglosajonas, una letra original que nos distingue en el mundo. Sin la eñe no se puede decir “sueño” ni “niño”. Edwards apunta que los premios deberían estar prohibidos, por las desilusiones y el desasosiego que provocan, y opina que el mayor premio que puede tener un autor son sus lectores.

Mientras en el Círculo de Bellas Artes se sucedían: Poemas a la Carta, lecturas poéticas de Vanesa Pérez-Sauquillo, Gabriela Wiener, Martha Asunción Alonso, sonetos de Miguel de Unamuno, Luis García Montero y Rosa-Torres Pardo y diferentes charlas entre autores, Patricio Pron con Rodrigo Fresán; Jesús Carrasco, Luis Landero con Berna González Harbour entre otros.
Acabamos la velada con la visita de Javier Ximens, desde Los Montes de Toledo , cenamos muy bien acompañados con Saly, Clara y Dani, entre charlas y risas.


El sábado después de un paseo por las librería La Central y la compra de algún ejemplar, empezamos la jornada literaria a las doce de la mañana con la conferencia de:

Gustavo Martín Garzo, Elisa Martín Ortega y Cristina García Rodero, Los siete pecados capitales.

La Fábrica ha recuperado la mítica colección de Palabra e imagen, creada en los sesenta por Esther y Oscar Tusquets para Lumen, y ha tomado el  relevo en la publicación de obras realizadas por grandes maestros de la literatura y la fotografía. En este libro se unen los artículos que escribieron para El Semanal sobre los siete pecados capitales,  escritos a la limón como indican cómplices, padre e hija. La revista le decía el pecado que tocaba cada semana. Empezaron por la Lujuria, pecado que remite al  placer y al deseo ante la pregunta ¿todos nuestros deseos son buenos? ¿Deseables? No mentir, no traicionar, no dominar… El pecado tiene que ver con el abuso de poder y desde este punto de vista van enfocando el texto de las distintas imágenes y pecados capitales bajo esta óptica.
La portada es el cuerpo de una muchacha sobre una cama, la fotógrafa Cristina García Rodero no juzga, no se apropia de la imagen, busca la luz que la hace vivir. Nos muestra lo que ve y lo que no está, acoge la belleza, llega a un lugar sin daño, aspira a captar la presencia. Así se convierten sus fotografías en el arte de la mirada, que ven y adivinan, dónde soñar es lo más necesario que existe, más que ver. Con la imaginación y el sueño se soporta mejor la vida, la ceguera. Las diapositivas del libro fueron pasando mientras Cristina nos hablaba del momento en que las tomó, de las personas que son protagonistas, de la belleza de esos seres anónimos que se prestaron a posar.

Terminada esta conferencia fuimos a almorzar con Pablo Vázquez, que vino Sin bulla. Visitamos la Exposición en la Sala 31 Alcalá,   “El rostro de las letras”.  


Escritores y fotógrafos en España desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914. Más de doscientas fotografías, libros y documentos originales del campo de la literatura dónde se representa en escenas públicas y privadas, a diferentes personajes de la vida cultural española, como: Azorín, Baroja, Marañón, Ortega y Gasset, Pardo Bazán, Rosalía de Castro, Unamuno, los hermanos Álvarez Quintero y Machado, Blasco Ibáñez, Bécquer y muchos otros.


Después de tan literaria visita,  un té en el Café Galdós, unos de los pocos  que quedan con encanto dónde nos despedimos de Pablo Vázquez y volvimos al Circulo de Bellas Artes para continuar con nuestro maratón literario, dónde nos esperaban:


Aixa de la Cruz, Ronaldo Menéndez, Selva Almada y Elena Medel, El estado del cuento.

El cuento es la esencia de la revista Eñe, de la que nace este festival. A instancias de la revista la ganadora del Premio Cosecha Eñe 2014, Aixa de la Cruz, analiza el actual estado del cuento junto a la argentina Selva Armada, a quien en su país han comparado con Carson MacCullers; el escritor cubano afincado en España Ronaldo Menéndez, experto en técnicas narrativas y Elena Medel redactora jefa de la revista Eñe. Hablan de sus lecturas y de cómo el cuento es más permisivo para campo de experimentos, un género  breve del que se entra y se sale. Para unos Relato y cuento es lo mismo, dónde se abarca el todo con un golpe de vista que invita a desmontarlo. Quienes empiezan a escribir deben saber que cada trama necesita de un espacio, Crimen y Castigo nunca hubiera podido ser un cuento. Y que a veces un género se mete dentro de otro y se pueden escribir varios géneros a la vez. Todos afirman al unísono que lo más tremendo es el cuento por encargo. Al haber sido jurado de Certámenes de cuentos notan cuando un relato es de taller. Con unanimidad afirman que el ingrediente secreto del cuento es la voz propia del autor y poder pararse en el lugar desde dónde contar la historia. También conversan sobre el estado del cuento en España, de que gracias a la apuesta de editoriales como Páginas de Espuma, Salto de página, Menos cuarto, e.d.a. libros, Tropo editores, Pre-textos y entre otros la revista Eñe apuestan por este género minoritario aún.

Después de escuchar este interesante coloquio en el Teatro Fernando de Rojas, subimos a la quinta planta a la Sala de columnas para escuchar a:

Pepe Verdes, El talento no es analógico ni digital


Cada vez es más importante para los editores encontrar buenas historias y buenos creadores, por lo que el debate en torno a la lectura en papel o tableta es bastante estéril, aunque la tecnología aporta nuevas herramientas para descubrir talentos. Pepe Verdes nos presenta una serie de plataformas que utilizan al lector como herramienta para saber qué editar y pone como ejemplo el libro de Harry Potter, rechazado por numerosas editoriales hasta que el editor que lo publicó se lo dio a leer a su propia hija y a esta le encantó.  En su plataforma manuscritics, Pepe Verdes recurre a lectores no profesionales (blogueros, blibliotecarios, libreros, profesores, clubes de lectura...) a los que les ofrece leer nuevos proyectos editoriales y tras la lectura, estos complementan un cuestionario. Con estos datos elabora un ranking de los libros que más puntuación han tenido y es lo que presenta a las editoriales. ¿Quién se beneficia? aparte de la agencia y la editorial que con esta herramienta van a tiro fijo ¿Qué tipo de literatura se editará con este sistema? ¿Será mejor o peor? Son preguntas que me hago después de escuchar a Pepe Verdes hablar de los buenos resultados de este sistema. No es que desconfíe de la opinión de estos lectores voluntariosos, soy la primera que comparto una reseña en mi blog cuando un libro me gusta, pero me deja muchas preguntas por contestar. También es bueno que los autores tengan la oportunidad de ser leídos por un buen número de lectores que no saben nada de ellos (no es lo mismo la actitud al leer si sabes que lees a un autor consagrado, que si es a un desconocido) Estos lectores pueden dar una opinión sincera, llana, sin favoritismos ¿qué pasa con los lectores profesionales entonces? Ya sabemos que las editoriales espían el vendaval de auto publicaciones y el ranking de ventas en Amazón, y que a más de un manuscrito que han rechazado han intentado repescarlo, cuando ven los resultados de la publicación digital. No sé si somos conscientes de que todo está cambiando, ha llegado el tiempo de los lectores, ellos pagan y ellos mandan.
Tras esta charla bajamos de nuevo al Teatro Fernando de Rojas donde encontramos un debate cara a cara con:

Javier Sierra, Andrés Ibáñez y Manuel Loureiro, De lo maravilloso y lo real


Bajo este título se han recopilado los textos de Joan Perucho, un autor que aseguró que escribía literatura fantástica porque no le convencía la realidad. Los tres escritores se preguntan cuánto hay de maravilloso en lo real, y reflexionaron en torno a aquellos escritores que miraron lo cotidiano para elevarlo al terreno de la imaginación,  a lo mágico y erudito a la vez. Esto lleva a hablar de la teoría de “la sincronicidad” de Jung, que es como la concurrencia en el tiempo de dos fenómenos que sin relación causa alguna, hace referencia a un solo significado. Llevado a un terreno literario cuando te encuentras atascado escribiendo y de pronto se te cae un libro y se abre por una página que te desbloquea, o en una librería de viejo aparece ese libro que tan bien te viene para resolver una descripción técnica. Una charla amena en la que nos recomiendan, que no dejemos nunca de soñar, que lo fantástico está en todas partes.
Esta vez no tenemos que salir del teatro y esperamos la llegada de:

Ignacio Martínez de Pisón y Rodrigo Cortés,  A 24 palabras por segundo


Una interesante charla sobre cine y literatura y las diferentes formas de financiación. Mientras en una novela todo es gratis pueden entrar todo tipo de elementos literarios (elefantes, ropa de época, carruajes, edificios imponentes) las palabras son gratis se dicen entre risas, mientras para una película hace falta un productor y una financiación de vestuario y demás elementos lo que hace a veces imposible llevar un proyecto a cabo. Hablan sobre las dos versiones de la película “Carretera secundaria” basada en una novela de Martínez de Pisón, la misma película rodada en diferentes países y como cambia el sentido de la misma. Comenta Rodrigo Cortés que su película Concursante es considerada de culto pero que nadie la ve, (error, la vimos y comentamos en el club de lectura Cristobal Cuevas de Málaga e hice una reseña en el blog hace unos meses) y va del engaño financiero. Martínez de Pisón nos cuenta del proceso de la escritura de su novela, en la que puede estar más de tres años y asegura que la corrección es fundamental, que tú debes ser tu lector más exigente. Ver lo que sobra y saber qué tienes que eliminar aunque hayas estado más de un mes escribiendo ese fragmento. Y que valora al lector, pero tampoco mata por complacerlo.

Al terminar esta charla ya estábamos saturadas de tanta literatura y nos fuimos a cenar de camino al hotel. Comentamos por la calle  cómo serían esos lectores que leían gratis para la plataforma de Pepe Verdes, con la promesa de que si acertaban mucho los gustos de otros lectores, les podía recomendar como lectores profesionales, invitarles a presentaciones con el autor o festivales literarios.

Ah, el viernes llegué tarde a estas dos conferencias de las que  poco he podido rescatar de mi enmarañada letra en las notas.

Jesús Carrasco, Luis Landero y Elena Medel, Literatura en los márgenes
 Hablan del último libro de Landero que propone un retorno a los orígenes, retoma tonos y  ambiciones de sus primeros libros y viene a hacer memoria parándose "en medio del camino". También la novela de Jesús Carrasco lo consigue, con otro lenguaje: en su caso ese «medio camino» no es biográfico sino geográfico, una tierra de nadie que tiene mucho de espiritual, donde sus personajes viven para ir construyéndose, igual sucede en las novelas de Landero.

Rodrigo Fresán y Patricio Prom, Instrucciones para escribir escritores
El escritor escribe, sí, pero… ¿el escritor también se escribe? Un diálogo entre dos de los más sagaces escritores argentinos de hoy, en el que caben los centenarios de Aldolfo Boy Casares y Julio Cortázar, la llamada literatura del yo o de las construcciones y las inspiraciones de sus propias obras. El hallazgo de la vocación es lo que lleva al libro de escritores sobre escritores.

Y aquí termina mi crónica sobre el festival eñe 2014, una experiencia literaria inolvidable, compartida y con fotos de mi compañera de Punto y Seguido, Inmaculada Reina.

                                                             

                                                                Loli Pérez 
                                                            Punto y Seguido