martes, 26 de noviembre de 2013

FESTIVAL Ñ – MADRID 2013

Este fue mi primer Festival Ñ y siento que hubo para todos los gustos: humor, cuento, novela histórica, best seller, autores nóveles, bibliópatas, traductores, lucha libro, entrega de premios y mucho frío en un Madrid posnuclear que continuó luciendo sus mejores galas inmersa en la basura. Poca gente para el evento, desperdigados entre las varias plantas del Bellas Artes. El sábado por la tarde la audiencia subió muy a pesar del aguanieve que empapó las calles de la ciudad.


Lo que estimo que todos lamentamos es la obligación de elegir, de no quedarnos en el limbo de la librería de la segunda planta y aventurarnos por unos u otros, como si los buenos o malos oradores fueran directamente proporcionales a los buenos o malos libros.

         ¿Me hice tantos kilómetros para escuchar, otra vez, a Mauricio Montiel hablar de su twitt-novela? Pues fue lo que ocurrió. Me dejé llevar por Loli Pérez que muy concienzudamente organizó su itinerario, y éste incluía a los mexicanos.
         ¿Qué puedo resaltar de ambos días? Que las obsesiones de los coleccionistas son iguales, ya sea que junten jirafas o libros, que las traducciones, últimamente, parecen hechas por el traductor de Google, aunque hay raras excepciones, joyitas, según Elena Ramírez, que si escribimos una novela histórica podemos documentarnos tras escribir el primer borrador, aunque algunos caballos blancos se terminen convirtiendo en negros, que hay escritoras jóvenes a las que «la suerte las acompaña», que Pérez de Ayala fue un gran cronista de viajes, que el humor no tiene caché y que Jon Bilbao está hartito de los decálogos del cuento.

         Lidiamos con la natural chispa de Roncagliolo, con las anécdotas jocosas de Bonilla y Albero y con el forzado gracejo de Orejudo y Reig. Mientras Postiguillo y Eslava Galán alabaron a «Alatriste», Reig se rió de la falta de humor del ex guardia civil. Por eso digo que hubo para todos.



         Me fui con la certeza de que algunos escritores nunca acudirán a este festival, pero de la duda permanente de «ser o no ser» un escritor, de si está bien divertirse o sufrir, de estar a favor o en contra de las nuevas tecnologías, de promocionarse en Facebook o ser un Salinger, de escribir a mano o en ordenador, en papel blanco, rosa o sin papel, de si el mercado en español crece o decae, no resolví nada. Cada maestrito con su librito, y a currar, que no tenemos un Harry Potter.
Andrea Vinci
Punto y Seguido


viernes, 22 de noviembre de 2013

LA ETERNIDAD


Cálculos celestiales. Inmaculada Reina.

Yo estudiaba en un colegio que era un gran caserón encima de un monte. Cuando se nublaba, las nubes quedaban por debajo de la ventanas de mi clase y parecía que íbamos de viaje.
Ahora, cuando voy en avión y subimos por encima de las nubes cierro los ojos y, al abrirlos, la Hermana Pura está explicando ecuaciones en la pizarra.

Punto y Seguido

miércoles, 20 de noviembre de 2013

KATHMANDU. EL GOBIERNO DE LOS PERROS



En Kathmandú, los dueños de la noche son los perros. Por la madrugada, interrumpiendo el sueño de sus habitantes, solo se oyen peleas de perros callejeros. Con sus ladridos, las jaurías defienden su territorio. No es casual, en la ciudad hay muchos vagabundeando por las calles, alimentándose de las basuras y bebiendo de los charcos. Por la mañana los encuentras durmiendo al sol o acurrucados junto a los templos o los rimeros de ladrillos. Al pasar junto a ellos a veces levantan la cabeza pulgosa y elevan una mirada indiferente y cansina, como quien despierta después de una noche de resaca, como quien regresa de una batalla.
Los nepalíes se enorgullecen de ser el techo del mundo. No en vano, en los kilómetros cuadrados de superficie de Nepal se concentran gran parte de los picos más altos del mundo, entre ellos ochomiles legendarios como el Annapurna, Shisha Pangma, Cho Oyu, Kangchenjunga… y el más alto de todos, el Everest. Nepal toca el cielo con los dedos de la naturaleza y en pocos kilómetros es capaz de descender hasta el infierno caótico de sus ciudades construidas por el hombre. Bajo ese techo nevado descienden en torrente sus ríos y riegan un paisaje a veces selvático, y otras veces canalizado en los bancales de arroz que transforman las laderas en mantos aterciopelados. Junto a este cauce, el hombre ha construido sus aldeas de piedra y madera y sus ciudades desordenadas. La religión, hinduista y budista ha servido de argamasa para unir a sus habitantes a lo largo de los años, utilizando sus principios de tolerancia, pero sobre todo de satisfecha resignación ante la injusta distribución de la riqueza.


Nepal es un país en desarrollo, y camina torpemente como muchos otros de este continente. La globalización los ha lanzado a una carrera por llegar cuanto antes a un sucedáneo de occidentalización, de esa occidentalización hipócrita que se vende a precio de saldo en las películas. Una modernidad que quieren alcanzar sin cimentar los pilares que sostengan un desarrollo sostenible. Por eso da la impresión de que sus ciudades son improvisadas. Casas destartaladas se entreveran con edificios de cristal y elegantes centros comerciales; los ridículos comercios tradicionales y los puestos callejeros comparten espacio con los establecimientos de marcas y concesionarios de motos; la informática ha llenado los rincones más oscuros y es posible acceder a tu cuenta de correo dentro de un edificio histórico que amenaza ruina. Así, de esta manera se pretende llegar cuanto antes a esos espejismos de confortabilidad que les enviamos continuamente a través de la red.
Por entre los estrechos callejones de Thamel, los nepalíes ricos pasean sus prepotentes todoterrenos pisando los baches encharcados por el monzón. No es raro ver apartarse un ciclo rick shaw conducido por un escuálido ciclista de piel renegrida y callosa. Kathmandú, como su vertiginoso paisaje, es una continua contradicción, sin embargo ese conflicto aún está lejos de resolverse pues, como ya comenté, la religión se ha esmerado en apaciguar esas diferencias.
Todos los días hay cortes de luz, eso sí, están programados por el gobierno para ahorrar energía. Todo el mundo sabe de antemano a qué hora del día se va a cortar la corriente (cada día se cambia el intervalo) Todo el mundo lo sabe, no hay problema. Los negocios turísticos tienen preparados sus generadores de corriente que funcionan con combustible y aquí no ha pasado nada. En unos segundos la luz vuelve a los hoteles, las tiendas y restaurantes, las calles de los barrios turísticos se iluminan como una feria. En el resto de barrios todo queda a oscuras, los nepalíes, amables y humildes, también tienen preparadas velas y en la intimidad alumbran sus paredes. En esos momentos, solo los faros de los taxis y las motos iluminan esas plazas y callejones, hasta que pasadas las diez la ciudad comienza a quedarse desierta. Kathmandú, una noche más, queda al gobierno de los perros.

lunes, 18 de noviembre de 2013

EL TRONCO PARLANTE


"Ven, no te vayas tenemos muchas cosas que contarte" me dicen cada vez que paso por su lado. Le doy la vuelta y me quedo un rato bajo sus ramas. Entonces abren sus ojillos soñolientos y extienden sus brazos en un bostezo y empiezan a hablar muy rápido todos a la vez y no entiendo nada. Entra un turista al patio, con su cámara de fotos en mano. Al momento se vuelven inanimados, cierran sus ojillos, sus bocas enmudecen y regresan a mimetizarse en los nudos de esa corteza que los suplanta, abrazados a ese tronco centenario y gris.


Cafeteando con Loli
 Foto de Loli Pérez

viernes, 15 de noviembre de 2013

LO QUE SE RECUERDA



He vuelto a leer Lo que se recuerda, el relato de Alice Munro incluido en su libro Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio de 2001, y he descubierto detalles nuevos, pequeñas alusiones que me habían pasado desapercibidas en anteriores lecturas. La escritura de Munro tiene esa cualidad, como de capas superpuestas que solo puedes descubrir según vayas haciendo distintas relecturas. En la superficie está la capa compuesta por los personajes y  por los hechos y acontecimientos que configuran  la historia. Mas abajo está la capa de los motivos y los distintos razonamientos que provocan y justifican  esos hechos. En la tercera capa, la de más abajo, aparecen todos esos pequeños detalles, alguna frase suelta, alguna puntualización en la descripción, que conforma el verdadero andamiaje del relato.

Lo que se recuerda trata de las trampas del recuerdo y de cómo, sin apenas reparar en ello, utilizamos los mecanismos de la memoria para justificar nuestra cobardía. La protagonista, Meriel, es una joven casada que tiene un encuentro sexual con un médico al que conoce en el funeral de un amigo de su marido. Cuando se despiden, la tarde de ese encuentro, ella decide dos cosas: una, que seguirá con su marido; y dos, que no volverá a ver al médico. Años más tarde, después de las muertes del médico y del marido, Meriel recuerda un detalle de aquel encuentro, un comentario que ella pasó por alto y que fue determinante para que pudiera mantenerse firme en aquellas dos decisiones.





En el inicio del texto se expone claramente el tema principal del relato pero con un discurso que va en dos direcciones. El matrimonio está en el hotel vistiéndose para acudir al funeral y Meriel, que se ha puesto unos guantes blancos, recuerda en ese momento algo que leyó de la reina Sirikyt de Tailandia. Ponte siempre guantes blancos, es lo mejor, le había dicho Balmain a la reina. Ella sonríe al recordar y el marido le pregunta por qué sonríe. Meriel relata su recuerdo, pero omite el sentido de su sonrisa. Ahí está todo: Por una parte lo que recordamos,  la forma en que aparece el recuerdo y lo adaptamos a cualquier situación. Y por la otra, el sentido de ese recuerdo,  los guantes blancos, algo que a la vez que oculta, nos muestra de una manera distinta. De la convergencia de esas dos perspectivas surge el tema central del relato: cómo utilizamos los recuerdos para mantener la imagen que queremos mostrar de nosotros.

Por qué Meriel a lo largo de su vida no recuerda ese detalle que pudo ser decisivo en su vida. Por qué cuando va en el barco, una vez separada del médico, decide modelar ese recuerdo, hacerlo a su medida, imaginar un hotel en vez de un sórdido apartamento, desechando y añadiendo detalles conforme va pasando el tiempo.

Encuentro que existe una cierta relación entre este relato y Escapada de Richard Russo (Munro tiene un libro de cuentos con ese título), en aquel, una mujer huye de su marido y de una vida previsible, pero al volver a casa decide olvidar lo ocurrido. En Lo que se recuerda, Meriel transforma su recuerdo, cambia elementos del decorado y añade nuevos detalles. El relato de Russo tiene un final sorprendente donde una arandela en la boca del marido da una nueva perspectiva al personaje, desplazando el enfoque de toda la historia. En este, el hallazgo del detalle que no se recordó en treinta años, añade un nuevo matiz al personaje de Meriel, también al del médico, pero sobre todo establece, de una manera hermosísima y a la vez contundente, el sentido real de la propia historia.


El relato se divide en tres partes, estructurado a su vez en nueve bloques. La primera parte, hasta el bloque cuatro, transcurre sin ningún conflicto aparente. La acción se desarrolla después del funeral en casa de los padres de Jonás, y a la vez que aparecen los distintos personajes, se nos va relatando detalles de la vida en común de la pareja protagonista, del inicio de su vida de casados. Ya en el tercer bloque, con la presentación de Asher, el médico, que no llevaba traje, y la breve conversación que mantiene con Meriel ―cierto esfuerzo en la cortesía de él le hizo pensar que había estado odiosa― aparece la primera llamada de atención.
La segunda parte desarrolla la aventura de Meriel. Asher se ofrece a llevarla a visitar a su tía, y esta, puntualiza  “Ese no es tu marido” poniendo de manifiesto la tensión sexual latente entre los personajes: Asher aprieta la mano de Meriel, o le despega el vestido de la espalda. Tensión que se dispara en la escena del parque “Llévame a otro sitio”, le dice Meriel.
La tercera parte, bloques del seis al nueve, transcurren treinta años después, y en todos ellos hay un continuo rememorar del viaje en el ferri y de la tarde que pasó con Asher, hasta que en el último bloque aparece el detalle que Meriel no había recordado.

Existe un desenlace previo al desenlace final. La escena en que Meriel y su marido hablan de la novela Padres e Hijos de Turgueniev, aquí queda clara la postura de ella con respecto a su relación con Asher, la protagonista de la novela, utilizando la razón, rechaza el amor de Bazarov. Meriel, reprocha que el autor que se inmiscuya, que no apoye esa unión, cuando ella misma actuó así en su relación con el médico. En estos últimos párrafos queda clara toda la repercusión que tuvo el encuentro, con ese final en que "hasta pudo tirarse al mar recompensada como seguramente no volvería a estar nunca” El relato podría haber acabado aquí y sería perfecto, pero en ese momento aparece lo que se recuerda, aquello que nunca había sido recordado, algo aparentemente insignificante, sin lo cual, Meriel, no hubiera podido mantenerse firme todos estos años: ponerse su guante blanco un día tras otro. 

fotos de Brassai

Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido

miércoles, 13 de noviembre de 2013

CHAWTON ( I )



26 de Julio de 1809

“...En cuanto a nosotros, muy bien estamos,
como indica la prosa sin afectación.
La pluma de Cassandra pintará nuestra posesión,
las muchas comodidades que nos aguardan
en nuestra casa de Chawton, cuánto encontramos
ya en ella para solaz de nuestra mente;
y convencidos estamos de que cuando todo esté completo
no habrá casa de mayor respeto,
tanto si es nueva como arreglada,
de habitaciones concisas, o habitaciones regaladas...”


                                                Jane Austen


Parte de un poema que escribió Jane Austen a su hermano Francis, una vez establecida en su nueva casa Chawton Cottage, en Alton (East Hampshire), donde vivió junto a su madre y a su hermana Cassandra desde mediados de 1809 hasta mediados de 1817, año de su muerte en Winchester, donde fue enterrada en la nave norte de su catedral.

Chawton Cottage era una casa cuadrada y sólida, con habitaciones soleadas y bien proporcionadas. Tenía un jardín grande y el camino principal de Winchester pasaba por debajo de las ventanas delanteras. Hoy día el jardín es algo más pequeño, pero por lo demás, podría decirse que el tiempo se paró en Chawton Cottage y que allí se quedaron no sólo las estancias, los objetos y recuerdos de la familia Austen, sino los grandes años creativos de Jane Austen.

Chawton Cottage (Fotografía Isabel Merino)

Jane Austen tocaba el piano al empezar el día, para no molestar a los demás. Su tarea particular era preparar el desayuno. Ella y su hermana Cassandra se encargaban de las labores de la casa, mientras su madre se dedicaba a las labores del jardín, aunque la mayor parte del tiempo, Jane se dedicaba a escribir. Si aparecían visitas, ponía rápidamente las pequeñas páginas manuscritas debajo del secante; y la puerta de la sala hacía un crujido que decidieron no reparar (sigue con él) con el fin de que lo oyera cuando se acercaba alguien. 

¿Es acaso una casa una ciudad? ¿Quién puede afirmarlo o negarlo rotundamente? Cuando viajo, para mí también lo son el trayecto, el medio de transporte, las gentes, los sueños, las divagaciones. La arquitectura. El cielo. El olor. Las ventanas. El suelo. Las sonrisas. Todo.

Desde que partimos en tren desde Londres hacia Alton, en Hampshire, todo lo que nos aconteció fue novelesco. Incluso los pasajeros que se agolpaban en el vagón y hablaban un inglés difuso. Todos ellos, personajes situados en el escenario justo y preciso: la campiña inglesa. Que se movía a ratos lenta, a ratos rápida, tras la ventana fría en la que apoyaba mi nariz.

09 de Abril de 2009. Escribo: A medida que el tren avanza, en vez de recorrer millas o kilómetros, lo hace en tiempo, en años, en un par de siglos, y sé que cuando llegue a Chawton, Jane Austen me estará esperando. El tren se detiene en la estación de Alton, en el condado de Hampshire. Dejo de escribir. Me remuevo en el asiento. Es rojo. Cruje. Las puertas se abren y contengo la respiración. Hemos llegado. Un inglés de mediana edad se pasea por el andén. No lleva patillas, ni chaqueta con faldón o pantalón a media pierna. (Seguimos en el Siglo XXI). 

Estación de Alton. (Hampshire)

Llovizna y hace frío. Llevo un mapa dibujado a bolígrafo en mi cuaderno. Parece el mapa de un tesoro. (Lo es). La X del tesoro está situada sobre el dibujo de una casa cuadrada. Para encontrarlo hemos de coger un taxi. Es blanco. El conductor es amable y tiene un bigotito a lo Charles Chaplin. A casa de Jane Austen, digo. Y cuando lo digo, en inglés, imagino a Jane en la puerta, (moviendo los pies, nerviosa), esperándome. Me dará dos besos y me dirá: querida, te esperaba desde hace tanto... pasa. Y entro. El taxista hace la ruta varias veces al día. Los extranjeros sólo llegan a Alton para preguntar cómo se llega a Chawton, dice. Mis amigas van sentadas detrás y yo voy a su lado. Y es extraño, porque en España ese es el asiento del conductor y no el del copiloto. Muevo los pies sobre un acelerador y un freno invisibles. Cuando el conductor gira, muevo los brazos como si girase yo el volante que no tengo. Las marchas se cambian con la mano izquierda. Se conduce por el carril contrario. ¡Qué locura! Es extraña Inglaterra, arraigada en sus costumbres, pero me gusta. Me fascina. En la parte trasera del taxi alguien se ha dejado unos zapatos de tacón. El taxista los observa por el espejo retrovisor. Pensamos que en realidad son suyos, y que cuando nos deje en Chawton y acabe su turno, se los pondrá y se irá andando a casa. A través de un camino lleno de olmos, entrará en un edificio de la época regente, cambiará los tacones por pantuflas, y la chaqueta por una bata de guatiné, y anotará en su libretita que hoy llevó a otras turistas a la casa donde una vez vivió aquella escritora. Y no recordará nuestros nombres porque no los preguntó. Anónimas, escribirá. Españolas.



Cierro los ojos un instante. El taxista me da una tarjeta y abandona el lugar. El aire frío entra a mis pulmones. Estoy en Chawton Village, en casa de mi escritora favorita. Mis amigas me han concedido este deseo. Jane Austen vivió en esta casa sus últimos ocho años, revisó sus novelas y recibió las noticias de sus publicaciones. Aquí, en fin, Lizzy Bennet y Fitzwilliam Darcy la ayudaron a mejorar su Primeras Impresiones para transformarla en Orgullo y Prejuicio. Sobre aquella mesita, en hojas sueltas, al alba, a solas, con pluma y tinta negra. A mano. ¡Mi novela favorita!

Mesa donde Jane Austen escribió y/o mejoró sus novelas

Observo el camino. La lluvia ha cubierto la carretera de charcos. Son espejos. Chawton Cottage se refleja en ellos y adonde quiera que mire, la casa está allí. Nos abrimos paso entre los tulipanes rosas. Un par de carteles, junto a la puerta de entrada, nos dan la bienvenida. En uno de ellos pone el horario de apertura, en el otro “Jane Austen's House”.

Fotografía de Isabel Merino




Ya estoy aquí, Jane.  



                                          

Punto y seguido.

lunes, 11 de noviembre de 2013

LAS MANOS


         ―¡Puta! ―dijo.
La arrastró al lavadero y limpió su sangre. En el balcón del dormitorio observó las mesas amontonadas en la puerta del Nebraska, los restos de comida por el suelo. Intentó encender un cigarrillo y descubrió el temblor de las manos. Un repentino desajuste que le impedía dirigir la llama.
         ―¡Puta! ―repitió.

Ilustración de Analisa Aza

Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido

sábado, 9 de noviembre de 2013

DESIDIA

Algo se está rompiendo: hay migas sobre la cama.





«Cuando vivíamos aquí»
  

Fotografía de Chema Madoz

jueves, 7 de noviembre de 2013

¡ENHORABUENA SRA. MUNRO!

Algunas veces ocurre, dan el Nobel a alguien que admiras, alguien que no solo hace bien su trabajo, sino que además es capaz de crear un mundo propio, de moldearlo y transmitirlo con aparente sencillez, sin que se note el esfuerzo. Cuando eso ocurre te alegras de que así sea, de haber compartido esas historias que de alguna forma te conmovieron y te hicieron formar parte de ese mundo siempre nuevo y siempre distinto.


Nuestro libro de relatos “Cuando vivíamos aquí” lo abríamos con la siguiente cita sacada de una de sus entrevistas:

“Una historia no es un camino a seguir, es más bien una casa. Uno entra y permanece ahí por un rato, deambulando de un lado a otro, acomodándose donde más le guste, descubriendo cómo se relacionan los pasillos y las habitaciones entre sí, cómo se modifica el mundo exterior al mirarlo a través de esas ventanas.”

fotografía de Andrew Testa-Rex
Por un momento su mundo era también el nuestro, sus palabras, sin que lo supiéramos, hablaban de nosotros mismos.

¡Enhorabuena Señora Munro!

Miguel Núñez
Punto y Seguido

martes, 5 de noviembre de 2013

¿ESCRIBIR QUÉ?: EL TEMA

¿Qué se supone que debe hacer uno cuando decide escribir?

Fotografía de Robert Mapplethorpe

Lo primero es tener ganas de contar una historia, de recrear un entorno donde unos personajes vivan una aventura que ha salido estrictamente de tu mollera. Pero, ¿qué es lo fundamental? ¿La historia en sí?, ¿una frase genial que da pie al desarrollo de la trama?, ¿ese personaje peculiar que te ha llamado la atención?, ¿un diálogo que escuchaste en el autobús o en el metro de regreso del trabajo?, ¿un sorpresivo final que se te ocurrió de golpe, como quien encuentra un billete arrugado junto al pie de una papelera? … todas esas cosas, para cualquier amante de contar historias, son un buen punto de partida, el detonante para hacer estallar las palabras que llevas dentro, pero en ningún caso, será el corazón de vuestra historia. 
Las historias surgen de la forma más inesperada, frecuentemente de la observación de la realidad que te rodea o de la que te gustaría ver. Todas las personas llevamos dentro una serie de dudas o de certezas que son las que finalmente colocamos en nuestras conversaciones, en nuestras decisiones, tertulias, en las historias que contamos; en definitiva, en nuestra vida. Esas ideas, vagas o no, revolotean continuamente a nuestro alrededor como zumbidos de moscas, y no hay manera de espantarlas. Esas ideas conforman el corazón de nuestros relatos, aquello de lo que nos gusta poner sobre la mesa, de lo que nos gusta hablar: el tema.
Cuando te lances a contar una historia, es fundamental que no lo pierdas de vista. Está bien, ya tienes el entorno, los personajes, la trama, el clima, el tono… pero no te olvides del tema, porque habrás echado todo lo anterior por el hueco del retrete.
Pero, ¿cómo puedo identificar esas ideas que vagan imprecisas por mi cerebro? No tienes que preocuparte, ya se posarán sobre el papel cuando empieces, pero una vez que lo hagan, no te olvides de cazarlas y extenderlas a lo largo del relato o de tu novela.
Cuantas más dudas tengas acerca del tema, mejor, pues para eso contamos las historias, para plantear los conflictos, para discutirlos con el fin de encontrar certezas, acercamientos a la razón que no suele estar absolutamente del lado de nadie.
Un personaje fuma a la entrada de un hospital. ¿Está esperando información acerca de un familiar herido?, ¿Acaba de traer a su padre de 90 años a su revisión de próstata? ¿Le han diagnosticado un cáncer? ¿Su mujer acaba de dar a luz a su hijo?... seguro que pensando en ese personaje se te han pasado por la cabeza aquellas dudas que te cuestionas a  veces, aquellos temas que te inquietan: la muerte prematura, la vejez dependiente, el lugar que ocupas en una familia, tú como ser imprescindible, la descendencia con sus alegrías y sus problemas…
Conoce bien a tu personaje y los lugares por donde va a moverse, su forma de hablar, la comunicación gestual, su formación, su origen… y después cárgale con tus dudas y tus frágiles certezas, y échalo a andar por tu historia. Y nunca, nunca olvides qué es lo que estás planteando.


Pedro Rojano
Punto y Seguido



domingo, 3 de noviembre de 2013

DESCONECTADA


En el silencio de la piscina, mientras flotaba en el agua límpida y veía como una hoja de eucalipto se posaba, lentamente, sobre el fondo azul, pensó que todas las alarmas sonarían al unísono, y sonaron.
«Cuando vivíamos aquí»
Ilustración de Christian Schloe