Llegué
a Buenos Aires buscando a Selva Almada.
No sé quién me la nombró ni cómo llegué a ella, pero llevaba su nombre escrito
en mi celular, así que apenas entré a El Ateneo Grand Splendid busqué la
sección de narrativa argentina y me hice con uno de los libros que encontré.
Tal vez Ladrilleros no sea el más
famoso, ni el más polémico, pero me lo bebí.
Librería El Ateneo Grand Splendid
Me
gusta leer literatura de mi país porque es un retorno a mi lengua, mi
vocabulario, mi musicalidad. Selva hace alarde de esto. Se trata de un libro
corto, de poco más de 230 páginas, publicado por MARDULCE, una editorial argentina que ha abierto sucursal en España,
y que apuesta por las voces nuevas.
La
novela está estructurada como un puzle que avanza y retrocede en el tiempo y en
la vida de dos familias —casi un remake de Capuletos y Montescos—, de manera
fluida e inquietante, haciéndonos saber desde el vamos cuál será el final, pero
sin darnos oportunidad al respiro. Ondula entre lo incisivo del léxico directo,
y lo cruel de las imágenes que por momentos me recordó a la primera parte de Claus y Lucas de Agota Kristof, pero con
intensidad latina y enmarcado en el litoral argentino.
«Si
hacía falta, lo iba a obligar a mascar conchas todo el día hasta que se le
fuera el berretín de chupar pijas.»
La voz del narrador/a omnisciente,
particular por desenfada y regionalista, se inserta en el pueblo como uno/a más
y nos muestra ese mundo alejado de nuestras realidades, con niños que aún
corretean solos por el barrio, con mujeres que se casan con forasteros, y con
hombres que meten las manos en el barro para hacer ladrillos, los ladrillos que
edificarán sus vidas de barro, bajo ese sol que pega, arrasa, quema hasta los
pensamientos y enloquece los deseos. Y esa voz se mete de lleno en la cabeza de
los protagonistas, en sus agonías y sus delirios, hasta el desenlace,
dejándonos circular por la sangre de ambos.
Una
de las características del narrador/a es el uso de los refranes populares, que
en las primeras hojas caen a uno por página, logrando que me pregunte: ¿Quién
cuenta esta historia? Es que el narrador/a no pasa desapercibido en este
relato. Es un protagonista más. Una voz particular y cadenciosa. La pieza
fundamental para que la narración sea lo que es. En definitiva, algo que ya
sabemos: lo importante no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y en esto
Selva Almada parece que es una maestra.
«Un
día va a ser grande y le va a partir la cara al padre y a cualquiera que se
anime a decirle, como recién, afuera del museo, que él es igual a Tamai. Un día
su cuerpo dejará de quedarle chico a tanta furia como siente desde que tiene
memoria.»
«—¡Papá!
—grita y siente que le sube un gusto a vómito, el sabor ácido de todos los
porrones que se tomó esa noche.
Entonces
Miranda agacha la cabeza y el mentón barbudo oculta la cicatriz del cuello. Lo mira,
pero tiene los ojos espantados.»
Andrea
Vinci
Punto y Seguido
Imagino tu disfrute.Gracias por la estupenda reseña
ResponderEliminarImagino tu disfrute.Gracias por la estupenda reseña
ResponderEliminarNo he leído la novela, pero me dan ganas de hacerlo, luego de leer tu excelente comentario, lleno de sagaces insights.
ResponderEliminarNo he leído la novela, pero me dan ganas de hacerlo, luego de leer tu excelente comentario, lleno de sagaces insights.
ResponderEliminar¡Gracias Sandra!!! Abrazo
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