lunes, 17 de marzo de 2014

GRANADA

Supongo que las ciudades no tratan igual a todos los que las visitan. No es lo mismo llegar a un lugar de nuevas o con el conocimiento que te proporciona una guía turística que hacerlo acompañada de un oriundo que te haga de cicerone. Esto último es lo que me ha ocurrido a mí con Granada. Mi marido pasó allí la mitad de su infancia y los primeros años de su adolescencia y parte de su familia sigue viviendo allí. Por eso, sin la atadura de un mapa ni la urgencia de quien no sabe si volverá alguna vez, he ido conociendo Granada poquito a poco a lo largo de los últimos treinta años.

Hay cosas en Granada que han permanecido en este tiempo, como la sorpresa de la sierra al final de una avenida o al doblar una esquina del Albaicín. No sé si los granadinos están tan acostumbrados a ella que ya no la ven cuando la miran pero a mí aún me parece un regalo cuando, de repente, la encuentro brillante y blanca en pleno día o sonrojada al atardecer, haciéndole de telón de fondo a la Alhambra con la puesta de sol, evento multitudinario en el mirador de San Nicolás desde que lo pusieran de moda los Clinton. Yo ahora, en vez de luchar por un puesto en la primera fila o mirar por encima de las cabezas, prefiero darme la vuelta y disfrutar de los juegos de la luz en las paredes y los tejados de los cármenes.


No han cambiado los helados gigantes de La Rosa en la Carrera de la Virgen ni los más refinados, como la cassata, de Los Italianos de la Gran Vía. Siguen siendo deliciosos los piononos de López Mezquita en Reyes Católicos y las croquetas de Los Manueles, aunque ya no estén en el local de toda la vida. Si vas por el Corpus,  te encuentras a la gente endomingada paseando por el centro y si por las Angustias, puedes ver como siempre los puestos de acerolas y maoletas para comer o para dispararlas con el canutillo de caña. Parece que no cambien tampoco los paseos al anochecer por la Acera del Darro y el Paseo de los Tristes, con el río a los pies del monte y la Alhambra en la cima.
He visitado la Alhambra por la mañana, por la tarde y por la noche y a todas horas mantiene sus encantos, a pesar de la gente. Desde allí he bajado a la ciudad a pie a la sombra de los castaños y oyendo el rumor del agua en las acequias, o en autobús por las callejuelas o en coche bordeando la montaña. Durante los Festivales de Música de primavera, he podido asistir a algún concierto entre cipreses y arrayán en los jardines del Generalife y también hipnotizarme con las vueltas interminables de un grupo de derviches turcos entre las columnas del ojo de huracán que es el patio del Palacio de Carlos V.



Como hemos ido a Granada con ocasión de bodas, bautizos y funerales, he conocido unas cuantas iglesias a las que no podría adjudicar santo ni barrio. Me sorprende la cantidad que hay, prácticamente en todas las calles, algunas realmente bonitas. Y también he bailado con tacones y traje de fiesta en los más variados salones: en el Alhambra Palace, en la terraza de un carmen, en los jardines de un palacete a la orilla del Darro…
En cada visita, dependiendo de la compañía, he paseado por uno u otro barrio, aunque nunca ha faltado el tapeo por la calle Navas. Unas veces, visita a la Catedral y la bonita plaza de Las Pasiegas, otras, callejeo y compras por la Alcaicería (fajalauza, taracea y souvenirs varios), y otras más, cámara de fotos al cuello a la caza de curiosidades como el arte callejero del Niño de las pinturas y otros artistas del graffiti.

En la última ocasión, como acompañábamos a unos familiares que apenas conocían la ciudad, fuimos a algunos lugares por los que sin duda había pasado ya, pero en los que no me había detenido y entramos en otros que nos encontramos por casualidad.
Estuvimos un buen rato disfrutando de la portada amarilla y blanca de la Facultad de Derecho. Me enteré de que antes de albergar estas dependencias de la Universidad fue el colegio jesuíta de San Pablo. En la misma plaza pedimos permiso para entrar a ver el  patio de un palacio, el del Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago. Como era fin de semana no había alumnos por allí, pero el conserje, amablemente, nos estuvo contando con su acento granadino del palacio y de su historia. Nos enseñó la que dicen que es caligrafía de Lorca en una columna de la primera planta y nos presentó a Anacleto, el león de piedra que guarda las escaleras y que ha participado en toda clase de novatadas a lo largo de décadas. 
  
También visitamos la Casa de los Tiros cuya fachada nos llamó la atención. La puerta está custodiada por una espada, un corazón y una leyenda sobre unas dovelas de piedra machihembradas. El corazón mande. Convenimos que los publicistas del I love New York no habían inventado nada nuevo. Dentro del torreón, lo único que se conserva del edificio original que formaba parte de la muralla del barrio de los alfareros, además de numerosas curiosidades del Museo de la ciudad existe una sala única y muy bella, la Cuadra Dorada, de equilibrio renacentista y con un techo artesonado muy original.



El último rincón granadino que descubrí fue el Corral del Carbón, del que había oído hablar pero no había conocido aún. Es otro lugar singular, un mercado árabe anexo a la antigua alhóndiga donde se supone que también se alojaban los tratantes que venían a comerciar a la ciudad y al que posteriormente se le dieron múltiples usos como el de corral de comedias o almacén de carbón. En la portada, muy decorada con yeserías, se abre un arco a un estrecho zaguán con bóveda de mocárabes. Cuando se atraviesa, se diría que va a pasar uno a un paraíso, pero el interior es un sencillo y sobrio patio cuadrado con tres plantas y una fuente también cuadrada y con dos caños.

Cuando dejamos la ciudad en coche, siempre me vuelvo a mirar Sierra Nevada y despedirme hasta la próxima. Porque sé que aún me queda mucho que conocer de Granada.

Inmaculada Reina
Punto y Seguido






3 comentarios:

  1. Gracias por esta visita guiada por la siempre enigmática y bella Granada. Una ciudad que creemos conocer y que oculta muchos encantos como tú nos has ilustrado en esta entrada. Las fotos son preciosas y demuestra una vez más que la belleza de una ciudad no solo depende de sí misma, sino del ojo con el que se observa... y fotografía.

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  2. Inma, me ha encantado tu entrada. Conozco bien Granada, aunque no tanto como tú, jaja, y tengo la suerte de haberla pisado contigo una vez. Después de leer esta entrada, creo que deberíamos ir más veces juntas, quiero vivirla como lo haces tú. Me encanta esta ciudad

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  3. Gracias, chicos...cuando queráis...Granada nos espera.

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