miércoles, 20 de noviembre de 2013

KATHMANDU. EL GOBIERNO DE LOS PERROS



En Kathmandú, los dueños de la noche son los perros. Por la madrugada, interrumpiendo el sueño de sus habitantes, solo se oyen peleas de perros callejeros. Con sus ladridos, las jaurías defienden su territorio. No es casual, en la ciudad hay muchos vagabundeando por las calles, alimentándose de las basuras y bebiendo de los charcos. Por la mañana los encuentras durmiendo al sol o acurrucados junto a los templos o los rimeros de ladrillos. Al pasar junto a ellos a veces levantan la cabeza pulgosa y elevan una mirada indiferente y cansina, como quien despierta después de una noche de resaca, como quien regresa de una batalla.
Los nepalíes se enorgullecen de ser el techo del mundo. No en vano, en los kilómetros cuadrados de superficie de Nepal se concentran gran parte de los picos más altos del mundo, entre ellos ochomiles legendarios como el Annapurna, Shisha Pangma, Cho Oyu, Kangchenjunga… y el más alto de todos, el Everest. Nepal toca el cielo con los dedos de la naturaleza y en pocos kilómetros es capaz de descender hasta el infierno caótico de sus ciudades construidas por el hombre. Bajo ese techo nevado descienden en torrente sus ríos y riegan un paisaje a veces selvático, y otras veces canalizado en los bancales de arroz que transforman las laderas en mantos aterciopelados. Junto a este cauce, el hombre ha construido sus aldeas de piedra y madera y sus ciudades desordenadas. La religión, hinduista y budista ha servido de argamasa para unir a sus habitantes a lo largo de los años, utilizando sus principios de tolerancia, pero sobre todo de satisfecha resignación ante la injusta distribución de la riqueza.


Nepal es un país en desarrollo, y camina torpemente como muchos otros de este continente. La globalización los ha lanzado a una carrera por llegar cuanto antes a un sucedáneo de occidentalización, de esa occidentalización hipócrita que se vende a precio de saldo en las películas. Una modernidad que quieren alcanzar sin cimentar los pilares que sostengan un desarrollo sostenible. Por eso da la impresión de que sus ciudades son improvisadas. Casas destartaladas se entreveran con edificios de cristal y elegantes centros comerciales; los ridículos comercios tradicionales y los puestos callejeros comparten espacio con los establecimientos de marcas y concesionarios de motos; la informática ha llenado los rincones más oscuros y es posible acceder a tu cuenta de correo dentro de un edificio histórico que amenaza ruina. Así, de esta manera se pretende llegar cuanto antes a esos espejismos de confortabilidad que les enviamos continuamente a través de la red.
Por entre los estrechos callejones de Thamel, los nepalíes ricos pasean sus prepotentes todoterrenos pisando los baches encharcados por el monzón. No es raro ver apartarse un ciclo rick shaw conducido por un escuálido ciclista de piel renegrida y callosa. Kathmandú, como su vertiginoso paisaje, es una continua contradicción, sin embargo ese conflicto aún está lejos de resolverse pues, como ya comenté, la religión se ha esmerado en apaciguar esas diferencias.
Todos los días hay cortes de luz, eso sí, están programados por el gobierno para ahorrar energía. Todo el mundo sabe de antemano a qué hora del día se va a cortar la corriente (cada día se cambia el intervalo) Todo el mundo lo sabe, no hay problema. Los negocios turísticos tienen preparados sus generadores de corriente que funcionan con combustible y aquí no ha pasado nada. En unos segundos la luz vuelve a los hoteles, las tiendas y restaurantes, las calles de los barrios turísticos se iluminan como una feria. En el resto de barrios todo queda a oscuras, los nepalíes, amables y humildes, también tienen preparadas velas y en la intimidad alumbran sus paredes. En esos momentos, solo los faros de los taxis y las motos iluminan esas plazas y callejones, hasta que pasadas las diez la ciudad comienza a quedarse desierta. Kathmandú, una noche más, queda al gobierno de los perros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario