miércoles, 23 de abril de 2014

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

El diecisiete de abril, Jueves Santo, murió Gabriel García Márquez. Leo en un artículo de Baricco dedicado a esta muerte: “Todos morimos, pero algunos mueren más”. Luego aclara que había pensado en esto al ver que las frases de García Márquez "empezaban a llover por todos lados”. Esta es también la impresión que yo tengo de la muerte del gran escritor, que no vamos a parar de hablar de él.




En los últimos años la noticia era su enfermedad. El gran memorioso de las letras, que escribía desde el recuerdo, que había escrito la historia de toda su estirpe, estaba perdiendo la memoria. Mi padre llevaba años viviendo el mismo drama y yo, por entonces, comencé a asimilarlos el uno al otro. Ahora que ha muerto el escritor, me entero de que nació en 1927, como mi padre, pero mi padre se le adelantó en la muerte.

Escucho en alguna parte (sus frases llueven por todos lados, como dice Baricco) que el día que nació García Márquez caía un fuerte aguacero. Yo he pasado el puente de Semana Santa luchando con la tos persistente de una bronquitis, recluida en casa y viendo llover las frases del escritor. El lunes, tras de mi ventana, llueve sin parar, con furia, como si fuera la última oportunidad para la lluvia. En la televisión veo caer una lluvia de mariposas amarillas sobre el funeral del escritor.
Después de estos cuatro días expuesta al huracán de la muerte de Gabriel García Márquez, parece que empiece a conocerle un poco más y más allá del escritor empiece a interesarme la persona que fue. Miro en Internet galerías fotográficas. Gabito con un año, grandes ojos vivos, medalla y galleta en la mano, tal como paseó por todo el mundo en la portada de su libro de memorias. Gabo, muy joven, elegante, de traje cruzado y raya diplomática, corbata y pañuelo asomando del bolsillo, cigarrillo en la boca. También mi padre fue un joven elegante con traje cruzado y bigote. El escritor con un ejemplar de Cien años de soledad haciendo de tejado sobre su cabeza, en la famosa foto de Colita. O leyendo el periódico en Las Ramblas de Barcelona, con la típica ropa setentera. Gabriel García Márquez recogiendo el Nobel con pantalón y guayabera de color blanco. Uno de estos días he visto una entrevista de 1982 en la que le preguntaban sobre el asunto de la indumentaria que llevaría a la ceremonia. “El frac es un traje de clase, de una clase a la que nunca he pertenecido y contra la cual estoy”, le comenta al entrevistador y añade que anda en negociaciones con la organización del Nobel para que le dejen vestir la guayabera, que la consideren traje nacional del Caribe, lo mismo que permiten vestir sus trajes nacionales a indios o árabes. Por si acaso no les convencía tenía una solución de repuesto: llevar en la solapa del frac una rosa amarilla, “conjuro de todas las malas suertes que pueda haber”, porque “el frac es un traje que visten los muertos”. Mi padre también era supersticioso, tanto o más que García Márquez (nunca vestir de verde, nada de llevar peces a casa, empezar a andar siempre hacia la derecha y con el pie derecho, talismanes en los bolsillos, gafes a los que esquivar, días de no salir, números que sumar, restar, multiplicar o dividir para atraer a la suerte…). Finalmente el escritor vistió la guayabera blanca. Mi padre también se salía siempre con la suya.



Sigo con las fotografías. Una de 2003 al modo Einstein, sacando la lengua a la cámara con gafas de pasta negra. Otra del 2010 en su casa de Cartagena de Indias, pantalón claro, camisa amarilla y tirando al aire un sombrero de paja. Aunque mi padre nunca se hubiese vestido así, es la foto que más me lo hace recordar. Otra de Mordznisky, de la misma fecha, un primer plano del perfil judío que van adquiriendo casi todos los viejos. La última del 2014, en su 87 cumpleaños, con una rosa amarilla en el ojal de la americana oscura, con la sonrisa bondadosa de los que han olvidado casi todo, salvo la memoria de los afectos. Leo en algún diario que en los últimos tiempos, su simpatía le ganó a su timidez.



Sigo leyendo artículos, necrológicas, homenajes, mirando entrevistas antiguas, antiguos discursos. Él era escritor y periodista y esta doble condición le dividía entre sus deseos de no conceder entrevistas que le restaban tiempo para su vida y la comprensión hacia los colegas que se las pedían. En una de las que concedió, en 1996 para TVE, Gabriel García Márquez está sentado a horcajadas en una silla azul claro, con los brazos apoyados en el respaldo. Sonríe mucho. Anoto una de sus frases: “He aprendido mucho de los que me llevan la contraria”. La entrevistadora le pregunta si le ha dolido que Bloom no incluyera su nombre en una reciente lista de los mejores escritores del siglo. García Márquez se pone serio para empezar a contestar. “Hasta el punto de que no sabía que no estaba” Ha terminado la frase sonriente. Hablan sobre corrupción, dinero fácil, drogas…el escritor lamenta que es como una peste que se ha metido en el espíritu de los hombres, pero que confía en que algún día pasará de moda y se acabará. Por desgracia, el tiempo aún no le ha dado la razón. Cuenta numerosas anécdotas: la única vez que vio a Hemingway, en el espacio de tiempo en el que se cruzaban por la calle, sólo acertó a decir “Adiós, maestro” y Hemingway se volvió (y García Márquez lo imita dando majestuosidad al gesto de levantar la mano) y le dijo: “Adiós, amigo”; o la de Japón, cuando le pidió al cineasta Kurosawa hablar con él para convencerle de que rodara El otoño del patriarca y este le dijo que podían conversar hasta que llegara el ciclón nº 32, al que estaba esperando para rodar la última escena de su película y que se retrasaba.


 En otra entrevista para TVE, del año 1982, le escucho hablar de su madre, mujer supersticiosa y a la que él, de niño, suponía unos poderes sobrenaturales, que hablaba un castellano lleno de arcaísmos e imágenes y que es de ahí de donde parte su forma de escribir, porque él creció con ese idioma. Añade que si le critican que algunos de sus personajes populares hablan como filósofos, como profetas, como poetas en definitiva, sólo puede contestarles que en el Caribe la gente habla así.

Cuenta también en esta entrevista sobre el proceso de creación de sus libros, cómo surgen de una imagen sobre la que no toma notas, porque si ha de ser un libro crecerá sola en la cabeza y acabará escribiéndola, transcribiéndola, y que pocas veces se ha desviado en la escritura del programa original. Trabaja el material hablando con sus amigos de él y luego se lo da a leer a varias personas y escucha sus opiniones cambia cosas, pero una vez que ha decidido que está terminado, ya no cambia ni una coma. Para él la inspiración es el momento en que se produce el encuentro entre el autor y el tema y la tensión que había entre estos dos polos se rompe y la escritura se hace fácil.
En un momento la entrevistadora le pregunta “¿Es verdad que escribe para que le quieran sus amigos?” y Gabo, divertido (acaba de vivir el boom de Cien años de soledad) le contesta “Se me ha ido un poco la mano” y luego, serio, “Nunca he perdido un amigo”.
Otra entrevista comienza con el escritor recitando un poema popular colombiano, lleno de juegos de palabras: “Ahora que los ladros perran…”. Recuerdo a mi padre canturreando en francés un estribillo de su infancia, o recitando para sus nietos, patético y divertido: “…y cuando la hora de los besos llegan, ay, no hay besos para mí”. Gabriel García Márquez describe el mundo de su primera infancia en Aracataca, dividido entre lo sobrenatural femenino y la figura concreta de su abuelo, lo masculino, y la semilla que todo esto supuso para la visión del mundo del Macondo de Cien años de soledad. También describe como descubrió a Kafka gracias a un amigo que le prestó un librito amarillo, La metamorfosis, y cómo al leer la primera frase se dijo “ah, si esto se puede hacer, me interesa” y que esta lectura cambió todas las siguientes. Habla también de cómo le influyeron las lecturas de los novelistas norteamericanos del sur, porque hablaban de mundos similares y le ayudaron a sacar de las tripas sus propias historias. Me llamó la atención que dijera que su novela más popular podría haber sido dos o tres veces más larga, pero que escribió sin parar hasta que se le acabó la plata. También habla de Crónica de una muerte anunciada, de cómo tuvo que prometer a su madre que no escribiría la historia hasta que no muriera la madre del protagonista real, un vecino, para no perjudicarles. Y que cumplió su promesa y, a pesar de ello, tuvieron problemas en el pueblo. En este punto García Márquez lee la primera frase de la novela, complacido y dice “¿No les recuerda al comienzo de La metamorfosis?”.


Sigue lloviendo la lluvia del escritor. Almudena Grandes cuenta que García Márquez fue una vez una sorpresa de cumpleaños; Ángeles Mastretta que “todo lo que pasara a su lado era una fiesta” y que “podía haber cualquier postre si al final le servíamos helado de vainilla”. Vuelvo a recordar a mi padre, también el helado de vainilla era su favorito, aunque él le llamaba helado de “mantecao”. Álex Grijelmo me hace recordar la polémica sobre la ortografía que provocó el escritor en el Congreso de la Lengua Española de Zacatecas y busco su discurso, Botella al mar para el Dios de las palabras, y lo leo, y también las explicaciones que dio a la agencia EFE. Él sólo pedía “simplificar la gramática y humanizar la ortografía”

Hay dos frases suyas que siempre me han gustado y, aunque pertenecen a libros diferentes, se me unen en el recuerdo:
“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.
“Las cosas tienen ahora tantos nombres, en tantas lenguas, que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna parte”


Recuerdo a mi padre, con sus supersticiones y su memoria perdida, como García Márquez. Sigue lloviendo y seguirá lloviendo la lluvia de flores amarillas de los que hablan del escritor. Él dijo que “lo malo de la muerte es que es para siempre”, pero también que “mientras haya flores amarillas, nada malo puede ocurrirme”.


Inmaculada Reina
Punto y Seguido

7 comentarios:

  1. Me encantó Inma, no se parece a ninguno de todos los homenajes que he leído por ahí.

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  2. Magnífico homenaje Inma!!! Me ha encantado

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  3. Inma, grandioso homenaje. El mejor que he leído en mucho tiempo.

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  4. Genial Inma, tu manera de contarnos a Gabo.

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  5. Fantástico Inma, me ha emocionado. Deseando releer a Gabo

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    1. Gracias a ti, Sonia. Siempre hay que volver a garcía Márquez.

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