Ya no se reconocen. Entrelazados los cuerpos se
abrazan como alambres a una estaca. Sin mirarse.
Audi
A3 TDI 140 CV negro luto, faros encendidos, airbags activados. Uno de los cadáveres ha atravesado el parabrisas hacia el
interior del vehículo. Junto al asiento del conductor un smartphone. Es lo único
que queda con vida. Un mensaje en la pantalla: «Lo sabe».
No
hubo tiempo para el último abrazo. La mirada del peatón, incrustado en la luna,
no es tanto de resentimiento como de súplica. En su mano aún sostiene la
pistola con la que le encañonaba desde el paso de cebra.
Pedro Rojano
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