Papel parafinado. Naufragio
de una traición. El rostro desencajado de Bosi embarrado en el contenido del
paquete. Un besugo abierto en canal. Las espinas señalándole como dedos. Ojos
incrédulos en la calavera. Pronto será fiambre.
—Bosi, esta mañana han
dejado esto para ti.
Le sonó a sentencia de
muerte. Era su sentencia de muerte. Él lo supo antes de abrir el paquete.
Apretó los dientes. A su alrededor cinco gorilas armados con estacas. No hay
salida, pensó. Su cuerpo no podría huir, pero la imaginación tendría su
oportunidad. Se impulsó hacia el recuerdo. Un barco ballenero cerca de Georgia
del Sur. Nadie podría encontrarle allí.
Las estacas cumplen su
cometido. El cadáver de Bosi abierto en canal. Su rostro desfigurado. Y en sus
ojos un reflejo azul como el viento gélido de la corriente que circunda la
Antártida.
Pedro Rojano
Quizás la imaginación de Bosi (su alma, espíritu o como quieran llamarlo) sobrevivió al ataque y quedará vagando infinita, pero ya carente de esa su envoltura corporal que los gorilas hicieron trizas. Lo que sí quedó demostrado en estos breves renglones, es la infinita imaginación del autor, en una obra breve, pero contundente.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Juan Carlos! Desde la imaginación se puede volar a cualquier empeño...
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