lunes, 14 de octubre de 2013

VENECIA III



ESTAMPAS DE VENECIA


Imagino a Venecia como un vientre milenario, decadente y majestuosa, una metrópolis anfibia que emerge entre las aguas del Adriático. Donde conviven los pecados capitales, la avaricia del Mercader de Shakespeare con  la lujuria de Casanova o de alguna de sus Cortesanas capaces de negociar con gobernantes y eludir a la Inquisición. Dónde Mr. Ripley  pasa sus últimos días después de tirar al canal la máquina de escribir con la que ha usurpado la identidad de su amigo rico,  o que simplemente se deja morir por un amor imposible, como nos contó Thomas Mann.


He entrado en el palacio del Dux a oscuras, buscando un documento que nunca encontré. He paseado en góndola y vagado por sus calles surcadas de puentes, aunque nunca estuve allí. Y he pasado del infierno al cielo con Dante. Existen unas armas poderosas que me han permitido ver, sentir, estar sin llegar a tocarla: la literatura, el cine, la pintura.


Mary Maccarthy,  en su Venecia Observada, dice que es «un ídolo de oro con pies de barro». En un reportaje sentí pánico cuando dijeron que la están dejando morir, que agoniza porque resulta demasiado caro mantener a una amante tan vieja y hermosa. No quise creerlo.


Loli Pérez
Punto y Seguido



A MÍ DE VENECIA ME GUSTA TODO

La primera vez, viajé con la seguridad y el convencimiento de que me iba a encontrar con la ciudad de mis sueños, una ciudad sumergida en una decadencia majestuosa. Llegué en autobús, cruzando el puente de la Libertad. Y después, recorrí el Gran Canal en Vaporetto desde la Plaza de Roma hasta San Marcos. A ambos lados: antiguos palacios, palacetes, museos, iglesias, el famoso mercado de Rialto, jardines a ras del agua, y edificios, que evocan otras épocas, con los bajos y puertas a medio sumergir.

En Venecia todo es una explosión de color. Sus edificios: naranjas, ocres, amarillo crema. Sus ventanas, siempre a medio abrir o cerrar, de un verde aceituna intenso, como el moho que recubre los escalones que se pierden en el agua. Que bajan a ninguna parte. (A esa otra Venecia, la que ya nadie recuerda). El color del cielo: Color púrpura al atardecer, desde el puente de la Academia, con La Salute al fondo. Celeste grisáceo, desde la piazzeta de San Marcos, cuando amanece niebla. Naranja, desde la Basílica de San Giorgio Maggiore, cuando anochece. De azul ultramar cuando caminas por sus laberínticas calles, a cualquier hora del día. Y de color gente, cuando cruzas el puente de Rialto. Venecia, vista así, podría ser la paleta de un pintor. Pero eso sería decir poco de ella, aunque fuese el maestro Canaletto quien hoy la retratase.


A mí de Venecia me gusta todo.

Y es que yo me enamoré de Venecia cuando soñaba con ella. Cuando leía sobre ella. Cuando me la retrataban las películas y las guías de viaje. Vivirla, sin duda, fue aún más intenso que soñarla. Describirla es no hacerle justicia. Venecia no puede verse en dos días, es falso, al menos desde mi punto de vista. Puedes pasear por sus calles, cruzar sus más de 450 puentes, admirar la catedral de San Marcos desde su famosísima plaza, subir al Campanille, pasear en góndola, cruzar el canal en traguetto. Puedes deslumbrarte con su luz, con sus faroles rosados y con su niebla matutina. Puedes disfrutar de sus sonidos únicos, carentes de tráfico, de cláxones, de gritos. Tan sólo el sonido del agua. Como un chapoteo. Como el rompeolas de un mar en calma. Todo esto puedes verlo en dos días, pero ¿acaso ver todo de corrido es disfrutar o sentir la magia? Sería más bien como un acercamiento. Como una primera cita con la pareja de tus sueños. Venecia es mucho más que esto, es mucho más que dos días sumergidos en un lugar mágico y diferente. Cuando Venecia te llega, entonces ya no te quieres marchar, y dos días, te parecerán siempre insuficientes.


A mí de Venecia me gusta todo.

Hablaros de Venecia, es hablaros de dos Venecias, una tal y como la conozco y la siento yo, y otra tal y como la conocen los demás. Hay que tener en cuenta que una ciudad siempre es vivida desde distintos puntos de vista y que la suma de todos ellos posee validez.

Este año visité Venecia en Carnaval. Y he caminado, como todo veneciano y como todo turista llegado desde cualquier parte del mundo, con distintas máscaras por Venecia: de colores, con plumas, con brillantina. He visto percheros portando trajes de ensueño. He presenciado, desde el Gran Canal, fiestas de Carnaval cuya entrada no me podía permitir. He tarareado notas de Verdi en alguna iglesia, canciones de Pavarotti, y de Bocelli en alguna piazzetta, y la famosa Venecia sin ti, (Qué profunda emoción, recordar el ayer), de Charles Aznavour, cada vez que un gondolero cruzaba con su góndola el canal. He bebido Capuccino y Bellini en el Harry´s bar, donde Hemingway degustó tantos, mientras escribía o charlaba con otros escritores. He brindado con Spritz Aperol, en sus locales más emblemáticos, y en los más alejados del bullicio carnavalero. He pisoteado confetti en la plaza de San Marcos, he visitado el café Florián, y he creído oír relinchar a los caballos de la cuádriga triunfal que el Dogo Enrico Dandolo instaló en la terraza de la Basílica. He suspirado frente al puente de los Suspiros, y he atravesado los pasillos del palacio Ducal con el soniquete de las leyendas de Casanova resonando, en inglés, en mis oídos. También estuve en su celda y aún hoy me pregunto cómo pudo escapar de allí y cómo pudo amar a tantas mujeres, solteras, casadas, viudas. He subido al Campanille y he admirado todos los tejados naranjas, y el horizonte azul. He cruzado a San Giorgio la Maggiore en vaporetto, bajo una leve llovizna, he atracado en el Lido, rodeado el cementerio de San Michelle y he llegado hasta Burano sin pasar por Murano. Sus edificios de colores me parecen un mágico mundo de fantasía, tanto como el que Disney creó, pero sin Mickey y sus amigos.

He fotografiado ventanas rotas, puentes, cordeles, mercadillos, pinturas, escalones, columnas, fachadas desconchadas, góndolas, traguettos, cúpulas, suelos, plazas, escaparates, gondoleros y traguetteros, también las sonrisas de los turistas, el vuelo del Ángel, y los trajes de Carnaval. Únicos. Elegantes. Misteriosos.

He vivido Venecia. He sido feliz en Venecia.

Y sin duda, esta entrada se me queda corta. Siento que no le hago justicia. Perdonadme.
Venecia es mucho más que palabras.




A Patricia Monteagudo,
que vive Venecia conmigo.




Isabel Merino
Punto y seguido

4 comentarios:

  1. Gracias por dedicarme esta entrada!! Realmente se nota que a tí, bueno a nosotras sí que nos gusta Venecia y la has descrito tal cual yo la siento.
    También me ha encantado la entrada de Miguel.

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  2. Gracias, Patri. He tratado de describirla tal cual la vivimos y sentimos. No sé si me he quedado corta..., así que tendremos que volver :-) ¿Cuándo nos vamos?

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  3. Me ha parecido extraordinaria esta entrada, no sólo tú has viajadao a Venecia, también lo he hecho yo a través de tus palabras.
    Gracias.
    Un abrazo.

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  4. Gracias, Rosario, me alegra mucho que hayas podido viajar a Venecia conmigo a través de esta entrada. Esa es mi Venecia, me gustaría algún día conocer la tuya. Este tipo de experiencias hay que compartirlas. Gracias, a ti, por estar siempre ahí. Aquí.
    Un beso
    Isa

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