Como
contadora de historias diré que lo más positivo en esta película de Iñárritu fue
la atmósfera, que ha sido expresada con total maestría. La belleza del paisaje
regresa una y otra vez a la copa de los árboles, a ese pedazo de cielo que
simboliza la protección, la fortaleza. Pero es una historia de venganza, por
eso Dios es sólo una mímica, una carcajada perversa. Expresar frío y soledad ha
sido el reto, tras una batalla épica, tras una brutal paliza propinada por una
osa, que en ese tropel de sangre y mugre me ha dejado respirar el bosque, la
ferocidad, hasta engañar a mis sentidos, hasta dejarlos knock out, para inhalar olor a caballo sudado en vez de a palomitas
de maíz. Cuando estas cosas me suceden reculo en mi asiento, salgo despedida a
la más profunda de mis emociones, y me concentro en esa brisa que cruza por mis
narices y que nadie más percibe. Ahora bien, estos detalles me sacan de la
historia, como el buscar los añadidos en los planos secuencia tan
extremadamente largos. Tan Iñarritu.
La música es como una gota de agua sobre el cráneo, como una tortura
china que nos golpea en las sienes de manera sutil, casi imperceptible, y que
nos deja más fríos aún que el paisaje, más fríos frente a este relato, donde
cada tanto sucede algo que nos conmociona y nos saca del letargo. Porque eso es
lo que se encaminó, por lo menos dentro de mí, un ¿Cuánto falta para que termine?, que la convierte en más gris que
el paisaje.
No discutiré sobre la actuación de Di Caprio. Pocas palabras y muchos
gestos, que finalmente es lo que cuenta: lo que se dice con el cuerpo. Pero si
esta vez sí se lleva el Oscar, y esto no lo digo en detrimento de su excelente
trabajo, será para compensar el antes mucho más merecido de El lobo de Wall
Street.
Algunos opinan que ha sido el regodeo en los planos secuencia el
culpable de esta sensación que me tuvo sosteniéndome la cabeza gran parte de la
película. Otros dicen que la música. Estimo que el tándem de ambas. Pero no
puedo quitarle el mérito al encanto de las imágenes, al acercamiento al dolor
hasta el punto de meternos adentro de las heridas. No puedo dejar de ver la
poesía en este contador de historias. Y la poesía, al igual que París, bien
vale una misa.
Andrea Vinci
Punto y Seguido
Una fotografía impresionante con paisajes de documental del National Geographics. Yo creo que es más una película de supervivencia que de venganza. Todos son hostiles en un entorno hostil. Si el protagonista consuma su venganza o no, ni siquiera me interesa.
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