En la única ocasión que me ha tocado un premio de lotería, fue una vez que me vendieron un número raro y feo.
Imagen es de Internet
La vieja me había pedido, expresamente, que le
comprara un boleto con los números que anotó en un papel. ¿Tendría usted dos
cupones con estos números? Claro que sí, te los imprimo con la
máquina ahora mismo. ¿Sabías que estos números representan a la muerte? ¿Qué, cómo dice? No podía creer que en pleno
siglo XXI quedara tanta superstición. Te traerán suerte, ya verás, fíjate que
en las palabras muerte y suerte sólo cambia la primera letra. Es verdad, le
contesté mientras le pagaba, sin decirle que los cupones no eran para mí y
sintiendo una leve flojera en las piernas, los guardé dentro de mi bolso. La
muerte, pensé, sería una suerte para ella.
La vieja llevaba más de tres años preparándose. Había roto todas las fotos, todas las cartas y había regalado todo lo que creyó que no necesitaría. Estaba convencida de que la muerte sería su liberación. ¿Podría conjurarla con unos simples números? Cuando subí a su casa estaba sentada en el sofá, como siempre, viendo la tele. Le entregué los cupones de lotería, y los guardó dentro de su caja metálica que escondió debajo de un cojín del sofá. No siento las piernas, me dijo cuando me despedí de ella hasta la semana siguiente.
La vieja llevaba más de tres años preparándose. Había roto todas las fotos, todas las cartas y había regalado todo lo que creyó que no necesitaría. Estaba convencida de que la muerte sería su liberación. ¿Podría conjurarla con unos simples números? Cuando subí a su casa estaba sentada en el sofá, como siempre, viendo la tele. Le entregué los cupones de lotería, y los guardó dentro de su caja metálica que escondió debajo de un cojín del sofá. No siento las piernas, me dijo cuando me despedí de ella hasta la semana siguiente.
Esa
noche se cayó de la cama de madrugada. Llamó a su vecina, que era para ella como
la hija que nunca tuvo, y la volvió a acostar. Por la mañana, a primera hora, llegó
a verla. La vieja estaba despierta y le pidió que le comprara cien gramos de
jamón serrano y que la ayudara a sentarse en el sofá para ver la tele. La
vecina empezaba a creer que la vieja era inmortal.
Cuando volvió con el jamón le habló en voz alta, como hacía siempre, pero la vieja no le respondió. La notó demasiado rígida. Histérica, llamó a los servicios de emergencia y a la hermana que llevaba más de tres meses sin aparecer por allí. El médico de emergencias certificó el fallecimiento. Todo fue rápido, los de la funeraria se encargaron de los trámites. Su hermana eligió el ataúd y las frases para las coronas. La vieja tenía pocas posesiones, pero la hermana revolvió por todos los rincones hasta que levantó el cojín del sofá y dio con la caja metálica. La guardó en su bolso. En el velatorio le dijo al marido: Pepe, no siento las piernas.
Cuando volvió con el jamón le habló en voz alta, como hacía siempre, pero la vieja no le respondió. La notó demasiado rígida. Histérica, llamó a los servicios de emergencia y a la hermana que llevaba más de tres meses sin aparecer por allí. El médico de emergencias certificó el fallecimiento. Todo fue rápido, los de la funeraria se encargaron de los trámites. Su hermana eligió el ataúd y las frases para las coronas. La vieja tenía pocas posesiones, pero la hermana revolvió por todos los rincones hasta que levantó el cojín del sofá y dio con la caja metálica. La guardó en su bolso. En el velatorio le dijo al marido: Pepe, no siento las piernas.
© Loli Pérez González
Punto y Seguido
Con este relato he participado en el MaF, Málaga en Festival dentro de la actividad “Luces, cámara: ¡Se escribe!" organizada por el grupo literario Las Costureras de Letras, con la consigna de escribir un relato a partir de una frase cinematográfica, que no tenga nada que ver con la película. La frase en la que me inspiré fue “No siento las piernas” de Rambo. Todos los relatos se leyeron en la sede de la Sociedad Económica de Amigos del País.
Bonito relato. Engancha desde el principio e invita a seguir leyendo… ¿Me dictarías esos números para jamás comprarlos? Sucede que me gusta jugar a la lotería (desde que una ancianita los vende a dos calles de mi trabajo) y la verdad, no me importa si nunca me gano un premio, pero no quisiera dejar de sentir mis piernas (eso es para que veas cuanto me ha tocado tu relato)
ResponderEliminarGracias por este bello momento de lectura.
Muchas gracias Juan Carlos por tu lectura.
EliminarSupongo que la suerte estaba echada, y los números solo fueron la excusa.
Un abrazo enorme