¿A qué hora lo hacías?
No tenía hora. Por la
tarde y a veces también por la mañana antes de salir para la escuela.
¿No te daba miedo de que
te pillaran tus padres?
No estaban nunca.
¿Lo hacías siempre en tu
casa?
Sí.
¿Cuánto tardabas? Quiero
decir, ¿cada cuanto lo hacías?
Casi todos los días.
¿Utilizabas algún
instrumento o solo las manos?
Las manos.
¿Las dos?
Solo una.
¿Cuál?
Esta, la derecha.
¿Te tocabas en otras
partes mientras lo hacías?
No
¿En qué pensabas?
En terminar.
¿Lo has hecho alguna vez
con otros niños?
Alguna.
¿Cuántas?
No sé, algunas.
¿Y con niñas?
No, con niñas no.
¿Te lo han hecho a ti
otros niños?
Tampoco.
¿Por qué lo haces?
Porque me gusta, no puedo
evitarlo.
Sí que puedes, di mejor
que no quieres.
No, no puedo.
¿Entonces por qué has
venido?
Porque quiero ser bueno.
No quiero pecar.
Lo evitarías si tu padre
se enterara y te castigara. Imagínate su decepción y su vergüenza.
No lo sé.
Sí lo sabes. Sin embargo,
tu otro Padre, el de ahí arriba, ni te castiga ni se avergüenza. Solo espera
que vengas arrepentido con el propósito de no volverlo a hacer. ¿Has hecho ese
propósito antes de venir aquí?
Sí.
¿Le has pedido a Él que
te ayude a cumplirlo?
Sí.
¿Le has dicho que buscarás
al padre Lucas, al padre José, al padre Dionisio, o que te encerrarás en mi
despacho a cualquier hora del día en que te veas en peligro?
Sí.
¿Lo harás?
Lo haré.
Fotografía: Humberto Rivas
Miguel núñez ballesteros
Punto y Seguido
Un final perturbador. Muy bueno, Miguel.
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