lunes, 8 de julio de 2013

HUMO

—No voy a encenderlo —aseguró ella con el pitillo en los labios, pero cuando la enfermera salió de la habitación, lo hizo.
Abrió una rendija en el ventanal y como las tardes anteriores se quedó pensativa con la mirada en los grises edificios. Su padre la observaba desde la cama.
—¿Y tu madre? —preguntó el anciano asfixiándose en cada palabra.
—¿Mamá? —dijo ella sin dejar de mirar por la ventana—. No te preocupes por eso ahora.
—Pero es que…
—No hables, papá —le aconsejó exhalando el humo por la rendija—. Mamá tenía que hacer unos recados. Volverá pronto, ya lo verás.
—¿Por qué no me ha dicho nada? —articuló entre accesos de tos—. Me hubiese gustado acompañarla.
Ella se acercó a la cama. Las bolsas de la orina y el drenaje colgaban una al lado de la otra. El suero goteaba a buen ritmo y las constantes vitales parecían estabilizadas en el monitor. Le dio una larga calada al pitillo antes de inclinarse sobre su padre. El humo salió de su boca como si de su alma se tratase.
—Y a mí que la hubieses acompañado, papá.
Mauricio Ciruelos
«Cuando vivíamos aquí»

ILUSTRACIÓN CHRISTIAN SCHLOE 

4 comentarios:

  1. Un texto corto, visceral y descarnado, crudo a la primera impresión que se tienen frente a algo intensamente complicado como es la insolencia; la decisión que se toma para dibujar un drama completo en menos de 20 líneas. La rebeldía necesaria para ponerse de tú a tú con la fatalidad, la oportunidad encontrada en las formas caprichosas de aquella bocanada y la desesperación. Siempre voy a agradecer textos como este que nos muestran las oscuras intenciones que alberga la mente humana. Te felicito. Pero… ¿Qué pasa con los lectores de este sitio?... Yo no sé pero por mi parte no quise dejar pasar la oportunidad de plasmar mi comentario a este buen cuento. De los pocos criterios que todavía guardo en el cajón. Tengo uno con el que seguramente nadie va a estar de acuerdo, y que para su hechura no se requiere de ninguna técnica ni mucho menos tener “tacto”. Es una norma básica de subsistencia tan simple que hasta parece un dicho popular: “Nunca tengas respeto por el lector cualquiera que esta sea su condición”. Puede ser que la última frase suene un tanto cuanto drástica y hasta un poco extremista diría yo. No obstante, no tengo ningún argumento para no tenerla en cuenta. En lo último que se debe pensar es en el lector (bien puede irse a la…M…lejos!). Ciertamente, como cualquier dicho, es difícil de justificar; aunque desde mi humilde punto de vista encierra una filosofía evidentemente axiomática. Todo aquel que guarda cierto respeto al lector tiene ya una carga servil, sumisa, deshonrosa, y no habrá poder humano que se lo pueda eliminar por más célebre, afamado, distinguido o acaudalado que este sea. Es decir quién respeta la opinión del lector se ubica en un nivel por debajo de su talento. Por poner un ejemplo: Con respecto a la publicación en mi blog (modestia aparte). Cuando estoy a punto de publicar una nueva entrada suelo decirme a mí mismo: ¿Y para qué carajos me presiono para publicar regularmente? Escribo, corrijo y vuelvo a corregir y después de esto hago una corrección de todo lo que corregí para finalmente corregir lo que había corregido antes de corregir; así pues, público cuando se me da la gana y si no se lee no tiene para mí la menor importancia y si los posibles lectores prefieren dar un click a mi sitio mostrando su dedo medio al monitor (cosa que yo ni me entero) porque están acostumbrados a que sean condescendientes con ellos, que se les mime, que se les halague como a un chancho ilustrado insaciable, es algo que me viene valiendo un soberano cacahuate. Debo aclarar que esto no es autopublicidad, de ninguna manera. (Yo nunca lo haría y ni lo volvería hacer!) Bukowski decía que sus lectores eran unos farsantes porque creía que sus textos eran leídos. Lo cierto es que esa vanidad es algo muy común en cualquier escritor que se precie de serlo, llegando a ser un cáncer que vulnera y hace frágil hasta las más férreas voluntades. Creo que es más conveniente pensar que nadie te lee, o en el mejor de los casos que únicamente te leen los convenencieros. Al lector hay que ignorarlo no llamarle farsante. No amigo, no hay que respetar al lector porque de hacerlo se corre el riesgo de quedarse sin nada como el perro de las dos tortas. Así de fácil, así de sencillo. No tienes por qué estar de acuerdo conmigo. Esto no es un dogma ni nada por el estilo, sólo es mi muy modesto y particular punto de vista para tratar de subsistir tranquilamente. Sin otro particular quedo a tus apreciables ordenes.

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  2. Gracias Zaraceno por leer y opinar. Tu fe de erratas da fe de que uno nunca para de corregir, corregir y corregir. Un saludo

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  3. A los que leyeron y no opinaron... dah-kah-oo-nye!!!!

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