Teníamos previsto aguardar la
llegada del 2015 en nuestra casa de la sierra. Recogeríamos leña para la
chimenea, fabricaríamos un muñeco de nieve y nos ejercitaríamos con largas
caminatas por las montañas a la salida del sol. Queríamos recibir el nuevo año
en familia.
Teníamos puestas grandes esperanzas
en el 2015, el año de la recuperación económica, del final de la crisis y de la
felicidad aplazada. Parecía que, de golpe, en el momento justo en que las
manecillas del reloj atravesaran la medianoche del 31 de diciembre de 2014,
todo sería distinto.
Ya en el camino a nuestra casa, nos
llamó la atención el olor a patatas cocidas. Una gente que no conocíamos, pero
que parecía conocernos, nos recibieron con abrazos y nos ofrecieron carne
salada y vino de tetra brick. En nuestras habitaciones, niños jugaban a
esconderse; en el salón, los mayores, charlaban apretujados alrededor de la
mesa, en sillas, en banquetas, en mantas extendidas por el suelo.
Me enfurecí, protesté por la invasión
y los amenacé con denunciarlos si no se iban en seguida. «Esto es una propiedad
privada», les grité varias veces.
Cuando se fueron comencé una
actividad frenética: había que barrerlo todo, limpiarlo todo, aclararlo todo.
Mis hijos preguntaron por qué los había echado. Desilusionados, me llamaron «sucio
capitalista» y fueron los primeros en abandonar la casa para buscarlos. Mi mujer
no dijo nada, pero se fue tras ellos.
No me di cuenta de la llegada del
2015. Me despertó el frío en el sofá del salón, la chimenea apagada y montoncitos
de nieve apilados junto a la rendija de la puerta.
Fotografía: Cristina García Rodero
Punto y seguido
Y la soledad...
ResponderEliminarMuy bueno. Feliz año!!