La
lectura de Un pedigrí, el breve
libro autobiográfico de Patrick Modiano, me ha recordado a uno de esos paseos confusos y laberínticos
que los personajes de sus novelas dan por el París de la época de la ocupación alemana o de la posguerra del
último conflicto mundial. El lector se pierde entre nombres de personajes que
el niño y el adolescente Modiano frecuentó, por calles y barrios parisinos que
sirvieron de escenario a aquellos años en los que se sentía como un perro
abandonado y que el escritor, ya cercano a los sesenta, recorre de nuevo en el
laberinto de la memoria en busca de su origen, de su identidad. “Soy un perro que
hace como que tiene pedigrí”.
Modiano empieza por el principio, su
nacimiento el 30 de julio de 1945, producto de un encuentro fortuito de sus
padres entre el vendaval de gentes de diferentes nacionalidades que las guerras
habían esparcido por Europa. "Las temporadas de grandes turbulencias traen
consigo frecuentemente encuentros aventurados, de tal forma que nunca me he
sentido hijo legítimo y, menos aún, heredero de nada”. Su madre, una belga,
actriz de tercera fila que Modiano describe así: “Era una chica bonita de
corazón seco” y su padre, parisino judío procedente de italianos, que se mueve
entre la clandestinidad y el mercado negro, entre identidades falsas y negocios
turbios. “Dos mariposas extraviadas e inocentes en una ciudad sin mirada”. Y el
escritor prosigue el relato de sus raíces: “Pero qué le voy a hacer, ése es el
terruño- o el estiércol- de donde vengo”.
Leo hipnóticamente las 60 páginas
del libro, imagino al escritor removiendo papeles, partidas de nacimiento,
viejos recortes de periódico, fotografías…que van tirando del hilo de la
memoria, bordando fechas en el tejido del relato; el escritor defendiéndose del
dolor de la memoria: “Dejando aparte a mi hermano Rudy y su muerte, creo que
nada de cuanto cuente aquí me afecta muy hondo.Escribo estas páginas como se
levanta acta o como se redacta un curriculum vitae, a título documental y,
seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía”; el escritor
al que se le escapa la poesía de algunos recuerdos entre los listados de los
“comparsas” de su padre y los “amigos” de su madre, recuerdos de momentos
compartidos con su hermano mientras andaban prestados en casa de cualquiera que
los cuidase:”Mi hermano y
yo nos quedamos solos casi dos años en Biarritz (…) La mujer que nos cuida es
la portera de la finca”, “Todos los jueves vamos mi hermano y yo, a primera hora
de la tarde a comprar Tarzán en el quiosco de enfrente de la iglesia. Calor.
Estamos solos en la calle. Sombra y sol en la acera. El olor de los
aligustres…”, recuerdos de sus estancias en los internados, la disciplina
militar, el frío, el hambre, la soledad y el encierro, las frías cartas de su
padre y las desconcertantes de su madre. Y luego la adolescencia, la rebeldía,
las penurias y la miseria moral a su alrededor. El Patrick adolescente y joven
que rememora el escritor maduro intenta página tras página ser tratado como se
espera que se trate a un hijo, a veces se pregunta recordándose en determinados
ambientes ¿qué hacía allí?, más tarde se enfrenta al padre, sostiene a la madre
con el producto de pequeños robos y cambalaches, tiene un conato de detención
propiciado por la amante de su padre…lo vemos derivar hacia el filo peligroso
de la vida.
Hay una constante a lo largo del
relato de estos primeros años del escritor: sus lecturas. Modiano las va
anotando junto a las fechas en que se dieron. El
último mohicano, El libro de la Selva, Las minas del rey Salomón, El prisionero
de Zenda, más adelante Fermina Márquez, Solo una mujer, La calle sin
nombre, la calle de Le-Chat-qui-Péche, títulos que parecen haber dejado su
huella en los de las novelas de Modiano, A
puerta cerrada de Sartre en copia mecanografíada que alguien ha dejado a su
madre para una posible función teatral, Viaje
al fin de la noche, Ilusiones perdidas…
El protagonista de Un pedigrí acaba librándose de un porvenir oscuro gracias a la literatura.
Consigue publicar su primera novela por la mediación de Queneau al que había
conocido entre los personajes que rodeaban a su madre. El escritor se siente
“ligero por primera vez en la vida”, deja de sentirse “continuamente en
guardia”. “Había zarpado antes de que se derrumbara el pontón podrido. Por
poco”.
La mirada de Modiano a esa etapa
primera de su vida, que pretende ser fría y despegada, como la de un notario
que levanta acta, se torna compasiva y confusa, también poética, contagiada por
las del niño y joven Modiano, nos ayuda a entender su literatura teñida de
todo ese poso de aquellos primeros años anómalos. Sus temas, sus ambientes, sus
personajes… todos proceden de esa época suya de perro sin pedigrí.
Inmaculada Reina
Punto y Seguido
Tal como lo describes dan ganas de leerlo, Inma.
ResponderEliminarGracias por tu estupenda reseña.
Gracias, Loli. A mí me gustó leerlo.
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