jueves, 12 de febrero de 2015

LEJOS DEL FRÍO


La cama venía de atrás. Era la cama de nuestros padres. Lo nuestro no era un matrimonio, aunque cuando ellos nos dejaron nos diéramos el sí. Nos acostumbramos a limpiar juntos el dormitorio. Dejábamos la cama para el final. Cuando tapábamos la almohada con el piqué blanco de la colcha, nos mirábamos e intercambiábamos nuestra tristeza insomne. Al principio, al caer la tarde, ella cogía su labor y avanzaba por el pasillo, se detenía frente al  dormitorio cerrado y tejía sonámbula mirando la puerta de roble. Yo seguía el rastro de la hebra en el pasillo oscuro que llevaba mi mirada hasta sus pies. Un día, de forma simple, se decidió a abrir, entrar y sentarse sobre la cama con sus agujas incansables. Desde ese primer gesto, fue tejiendo un arrullo gris de días y noches con las madejas que yo le llevaba, no devolvió ninguna. Los ovillos saltaban sobre las sábanas, sobre la colcha, a veces se zambullían en el orinal vacío. Me gustaba verlos jugar en la cama. Ella tejía también con sus ojos la brusca manera de detener mis pasos junto a la puerta y me devolvía por el pasillo a la salita, desde donde adivinaba el tintineo de las agujas y el deslizarse de la lana. Una vez tuve sed y al ir a servirme un vaso de agua, oí  fuera un estrépito de cristales rotos, de platos desconchados. Ella, que también había sentido el ruido, me permitió quedarme dentro de la habitación, sentado junto a la ventana. El frío también vino de fuera. Acompañado de un borboteo de televisor de madrugada,  se coló bajo la puerta de roble e inundó el dormitorio hasta el límite de la cama. La frontera fue el hierro de la cabecera y los pies. Era un frío tan helado que nos tapamos con las sábanas,  la manta, la colcha y el arrullo gris que mi hermana tejía. Fue la excusa ineludible para la inmovilidad. En la cama teníamos todo lo que necesitábamos: ella tejía sin parar la lana y los recuerdos; yo miraba sus manos tejiendo y destejiendo para volver a empezar. Y no nos incomodábamos en nuestro mutuo tejer y mirar, lejos del frío. Había sitio para todos los que alguna vez estuvieron. Creo que en nuestra cama cabían más de ocho personas sin estorbarse.



Inmaculada Reina
Punto y Seguido

4 comentarios:

  1. Felicidades, Inma, por este relato tan emotivo que has creado. La ausencia y el calor del amor cierto. Creo que es extraordinario todo lo que transmite sobre soledad, el duelo no superado y muchas más cosas.

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  2. Muchas gracias, Ximens. Me encanta que te gustara: sé que eres muy exigente.

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  3. Solo me ha costado un año entender el por qué concretabas con un ocho en la frase final. Muy bueno e inquietante, Inma.

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  4. Gracias, Mauri. ¿Has estado leyendo literatura argentina?

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